El círculo del poder (10): La danza de los favoritos
Pedro Conde Sturla
11 febrero, 2022
Virgilio Álvarez Pina —solemnemente Don Cucho— empezó su carrera al servicio de la bestia en la misma época que Paíno Pichardo, pero con anterioridad había sido un fiero y breve oposicionista y con mayor anterioridad había sido uno de los mejores o el mejor amigo de infancia de la bestia. Era el mismo Cucho que alguna vez había sido un ferviente y leal partidario de Horacio Vázquez, alguien que —según cuenta Crassweler—, le llevaba el desayuno a la cama y que había sido candidato a Senador por el Partido Nacional de Horacio Vázquez en las elecciones de 1930. Se trataba, en esencia del mismo Cucho que, al igual que otros, le había advertido en su debido momento a Horacio Vásquez que Trujillo estaba conspirando y que le aconsejó destituirlo, el consejo de varios colaboradores y de un Cucho Álvarez que ya le temía a su amigo de infancia y que por cierto dio lugar a un celebre episodio en la Fortaleza Ozama, una especie de desencuentro en el que Horacio no dejó de darse cuenta de que era más un prisionero que un Presidente en presencia del brigadier Trujillo.
La amistad de Virgilio y la bestia había comenzado en San Cristobal desde cuando la bestia tenía siete años. Se dice que eran parientes lejanos, aunque más bien parecería que Cucho era pariente de Plinio y Teódulo Pina Chevalier, los tíos maternos de la bestia, hijos de la segunda unión de Luisa Ercina o Erciná Chevalier, que era a vez la madre de la futura excelsa matrona y era la abuela materna de Trujillo, una consagrada y respetada maestra de origen haitiano.
La bestia mantuvo con sus tíos las mejores relaciones, pero su amistad con Virgilio (o lo que la amistad podía significar para la bestia) fue algo más trascendente. Virgilio solía ir de vacaciones a San Cristobal y con el tiempo se volvieron inseparables. Peinaban la zona en busca de aventuras, montaban caballos de palo, se entregaban al goce de los baños de río. Diariamente disfrutaban de la mejor diversión que ofrecían a los niños aquellos parajes, los baños de mar y río, aparte de cualquier diablura que se les ocurriera eventualmente.
La muy temprana amistad del futuro Don Cucho con la bestia no siempre lo mantuvo a salvo de sus intemperancias. Su militancia en el Partido Nacional y el célebre consejo que le diera a Horacio Vázquez no quedaron impunes, sufrió persecución y cárcel.
El miedo y la cárcel, y los muchos consejos que le dieron sus amigos en su etapa de oposicionista, hicieron que Cucho Álvarez se ablandara, se enterneciera, perdonara a la bestia por la traición, por el golpe de Estado que le había dado a Horacio y a solicitud de la misma bestia, según se dice, entró a su servicio en los tempranos años treinta. Desde entonces, y durante toda la era gloriosa, estuvo sometido al mismo régimen de premios y castigos que la bestia dispensaba a todos sus servidores. Con sus altas y sus bajas, conoció períodos de bonanza y otros más y menos tormentosos, períodos de bonanza y periodos de desgracia. Vivió, como todos los demás, en el saludable temor del jefe, y en los años finales fue su más fiel consejero. Uña y carne. Uña y mugre. Tuvo además la suerte de sobrevivirlo, de estar presente para ver su cadáver convertido en colador, en una masa sangrienta y mugrosa. Vivió para contarlo, como decía García Márquez, y lo contó todo un poco a su manera en un libro de anécdotas desangeladas, un libro cortesano, guabinoso, taimado, condescendiente.
Durante los años cuarenta, tanto Cucho Álvarez como Paíno Pichardo fueron agraciados y desgraciados con cargos y descargos, y a la larga llegaron a convertirse en la pareja de políticos más notoria del país. El llamado cuchipaineo, la mancuerna formada por Cucho y Paíno, estuvo en su mejor momento. Don Cucho retuvo el puesto de Presidente del Partido Dominicano durante cinco años, la segunda posición política más influyente del país, la del favorito número uno, y además recibió el título de general honorario en 1948. Paíno también había vuelto a ascender y hasta Peña Batlle había salido del exilio haitiano y había sido nombrado en un cargo honorífico de relumbrón. De manera que todo parecía marchar sobre ruedas, y sin embargo, al final de la década se produjo lo que Crassweller llama un eclipse mayor para Don Cucho y Paíno. Ambos fueron nombrados en cargos donde apenas permanecieron un mes. Nombrados y luego renombrados e intercambiados en cargos de poca relevancia y durante muy poco tiempo. En lugar de penas y castigos recibían castigos sobre castigos. Para Paíno empezaba su tercera y más larga caída, su más brusco descenso, y su amigo Cucho Álvarez corrió la misma suerte, lo acompañó en su misma desgracia. La carrera política de uno y otro entraba en un largo período de sequía que duró unos cinco o seis años. Años sin empleos, sin remuneración, alejados por completo del favor de la bestia.
La peor parte le tocó a Don Cucho, que tuvo que refugiarse durante casi todo ese tiempo en su finca y que sólo por milagro conservó su libertad.
La ingrata suerte de estos personajes coincidía, y no por casualidad, con el ascenso de Paulino Álvarez, el nuevo favorito. Paulino había contribuido desde luego a serrucharles el palo, y mientras Paulino estuviera en el poder ninguno de los dos levantaría cabeza, pero Don Cucho había contribuido espontáneamente a su caída con una metida de pata monumental que tuvo que ver con la construcción de famosa casa o Castillo del cerro. La mansión ideal que Don Cucho había concebido para halagar a su querido jefe, el adefesio monumental, la monumental barrabasada arquitectónica, la apología del mal gusto llamado Castillo del cerro del que Trujillo nunca quiso saber y donde no pasó o no durmió un sólo día de su vida.
(Historia criminal del trujillato [75])
Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.
El “cuchipaineo” de Hipólito y Danilo, las obras públicas y la JCE
https://prensalibrenagua.blogspot.com/2016/10/el-cuchipaineo-de-hipolito-y-danilo-las.html
José Almoina, “Una satrapía en el Caribe”
(http://www.memoria-antifranquista.com/wp-content/uploads/2014/10/JOSE-ALMOINA-UNA-SATRAPIA-EN-EL-CARIBE.pdf).
El libro de Don Cucho Álvarez
(https://hoy.com.do/el-libro-de-don-cucho-alvarez/). l
Pedro Conde Sturla
11 febrero, 2022
Virgilio Álvarez Pina —solemnemente Don Cucho— empezó su carrera al servicio de la bestia en la misma época que Paíno Pichardo, pero con anterioridad había sido un fiero y breve oposicionista y con mayor anterioridad había sido uno de los mejores o el mejor amigo de infancia de la bestia. Era el mismo Cucho que alguna vez había sido un ferviente y leal partidario de Horacio Vázquez, alguien que —según cuenta Crassweler—, le llevaba el desayuno a la cama y que había sido candidato a Senador por el Partido Nacional de Horacio Vázquez en las elecciones de 1930. Se trataba, en esencia del mismo Cucho que, al igual que otros, le había advertido en su debido momento a Horacio Vásquez que Trujillo estaba conspirando y que le aconsejó destituirlo, el consejo de varios colaboradores y de un Cucho Álvarez que ya le temía a su amigo de infancia y que por cierto dio lugar a un celebre episodio en la Fortaleza Ozama, una especie de desencuentro en el que Horacio no dejó de darse cuenta de que era más un prisionero que un Presidente en presencia del brigadier Trujillo.
La amistad de Virgilio y la bestia había comenzado en San Cristobal desde cuando la bestia tenía siete años. Se dice que eran parientes lejanos, aunque más bien parecería que Cucho era pariente de Plinio y Teódulo Pina Chevalier, los tíos maternos de la bestia, hijos de la segunda unión de Luisa Ercina o Erciná Chevalier, que era a vez la madre de la futura excelsa matrona y era la abuela materna de Trujillo, una consagrada y respetada maestra de origen haitiano.
La bestia mantuvo con sus tíos las mejores relaciones, pero su amistad con Virgilio (o lo que la amistad podía significar para la bestia) fue algo más trascendente. Virgilio solía ir de vacaciones a San Cristobal y con el tiempo se volvieron inseparables. Peinaban la zona en busca de aventuras, montaban caballos de palo, se entregaban al goce de los baños de río. Diariamente disfrutaban de la mejor diversión que ofrecían a los niños aquellos parajes, los baños de mar y río, aparte de cualquier diablura que se les ocurriera eventualmente.
La muy temprana amistad del futuro Don Cucho con la bestia no siempre lo mantuvo a salvo de sus intemperancias. Su militancia en el Partido Nacional y el célebre consejo que le diera a Horacio Vázquez no quedaron impunes, sufrió persecución y cárcel.
El miedo y la cárcel, y los muchos consejos que le dieron sus amigos en su etapa de oposicionista, hicieron que Cucho Álvarez se ablandara, se enterneciera, perdonara a la bestia por la traición, por el golpe de Estado que le había dado a Horacio y a solicitud de la misma bestia, según se dice, entró a su servicio en los tempranos años treinta. Desde entonces, y durante toda la era gloriosa, estuvo sometido al mismo régimen de premios y castigos que la bestia dispensaba a todos sus servidores. Con sus altas y sus bajas, conoció períodos de bonanza y otros más y menos tormentosos, períodos de bonanza y periodos de desgracia. Vivió, como todos los demás, en el saludable temor del jefe, y en los años finales fue su más fiel consejero. Uña y carne. Uña y mugre. Tuvo además la suerte de sobrevivirlo, de estar presente para ver su cadáver convertido en colador, en una masa sangrienta y mugrosa. Vivió para contarlo, como decía García Márquez, y lo contó todo un poco a su manera en un libro de anécdotas desangeladas, un libro cortesano, guabinoso, taimado, condescendiente.
Durante los años cuarenta, tanto Cucho Álvarez como Paíno Pichardo fueron agraciados y desgraciados con cargos y descargos, y a la larga llegaron a convertirse en la pareja de políticos más notoria del país. El llamado cuchipaineo, la mancuerna formada por Cucho y Paíno, estuvo en su mejor momento. Don Cucho retuvo el puesto de Presidente del Partido Dominicano durante cinco años, la segunda posición política más influyente del país, la del favorito número uno, y además recibió el título de general honorario en 1948. Paíno también había vuelto a ascender y hasta Peña Batlle había salido del exilio haitiano y había sido nombrado en un cargo honorífico de relumbrón. De manera que todo parecía marchar sobre ruedas, y sin embargo, al final de la década se produjo lo que Crassweller llama un eclipse mayor para Don Cucho y Paíno. Ambos fueron nombrados en cargos donde apenas permanecieron un mes. Nombrados y luego renombrados e intercambiados en cargos de poca relevancia y durante muy poco tiempo. En lugar de penas y castigos recibían castigos sobre castigos. Para Paíno empezaba su tercera y más larga caída, su más brusco descenso, y su amigo Cucho Álvarez corrió la misma suerte, lo acompañó en su misma desgracia. La carrera política de uno y otro entraba en un largo período de sequía que duró unos cinco o seis años. Años sin empleos, sin remuneración, alejados por completo del favor de la bestia.
La peor parte le tocó a Don Cucho, que tuvo que refugiarse durante casi todo ese tiempo en su finca y que sólo por milagro conservó su libertad.
La ingrata suerte de estos personajes coincidía, y no por casualidad, con el ascenso de Paulino Álvarez, el nuevo favorito. Paulino había contribuido desde luego a serrucharles el palo, y mientras Paulino estuviera en el poder ninguno de los dos levantaría cabeza, pero Don Cucho había contribuido espontáneamente a su caída con una metida de pata monumental que tuvo que ver con la construcción de famosa casa o Castillo del cerro. La mansión ideal que Don Cucho había concebido para halagar a su querido jefe, el adefesio monumental, la monumental barrabasada arquitectónica, la apología del mal gusto llamado Castillo del cerro del que Trujillo nunca quiso saber y donde no pasó o no durmió un sólo día de su vida.
(Historia criminal del trujillato [75])
Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.
El “cuchipaineo” de Hipólito y Danilo, las obras públicas y la JCE
https://prensalibrenagua.blogspot.com/2016/10/el-cuchipaineo-de-hipolito-y-danilo-las.html
José Almoina, “Una satrapía en el Caribe”
(http://www.memoria-antifranquista.com/wp-content/uploads/2014/10/JOSE-ALMOINA-UNA-SATRAPIA-EN-EL-CARIBE.pdf).
El libro de Don Cucho Álvarez
(https://hoy.com.do/el-libro-de-don-cucho-alvarez/). l
El círculo del poder (11): La danza de los favoritos y la casa del cerro
Pedro Conde Sturla19 febrero, 2022Parece que alguna vez Don Cucho Álvarez tuvo una revelación o por lo menos una anunciación, una visión idílica. Vio en sueños o en su imaginación algo que se le pareció a un paraíso en la tierra, o mejor dicho en un cerro. Un cerro que todo el mundo llamaba cerro. En ese lugar se construiría una mansión, un prodigio arquitectónico que deslumbraría a los visitantes por los siglos de los siglos y convertiría a su propietario, a su querido jefe, en el más feliz de los mortales.
San Cristobal era la cuna del jefe, la cuna del Benefactor de la Patria, y el benefactor pasaba en el lugar más tiempo que en ninguna otra parte y no le faltaban casas ni le faltaban fincas. Prácticamente todos los predios de su infancia los había convertido en fincas y en ingenios azucareros. En San Cristobal tenía la Hacienda Fundación, tenía la Hacienda María, tenía el Central Río Haina, tenía la fastuosa Casa de Caoba, tenía la casa de playa de Najayo, a la que llamaban Casa de Marfil, tenía la de Hacienda María, a la que le decían Casa Blanca y otras más. Aun así, el glorioso Partido Dominicano, bajo la dirección de Don Cucho Álvarez Pina y otros alcahuetes, tomó espontáneamente (aunque quizás también por insinuación de la bestia) la decisión de honrar con una nueva honra —una mansión palaciega—, al hombre más honrado de esta tierra.
El hecho es que lo que sería llamado y mal llamado Castillo del Cerro, el adefesio del cerro, se financió generosamente con fondos del Partido Dominicano y además fue construido en un terreno escogido por Virgilio Álvarez Pina en un lugar privilegiado, una colina ventilada, peinada por frescas brisas, con una vista maravillosa. Desde ahí se contemplaban todos los alrededores, el querido jefe tendría al alcance de sus ojos vastísimo paisajes, todos pertenecerían a sus dominios, San Cristobal y Ciudad Trujillo quedaban a sus pies. Con un poquito de imaginación y esfuerzo se podría ver hasta el fin del mundo.
Hasta ahí todo estuvo bien. La ubicación del lugar no podía ser más acertada, todos los cortesanos se felicitaron, la visión idílica de Don Cucho empezaba a hacerse realidad. Ahora lo que hacía falta era un ingeniero o un arquitecto —o un ingeniero-arquitecto como los de antes— y la elección, en principio, pareció afortunada. Designaron a un ingeniero-arquitecto de origen francés, llamado Henry Gazón Bona, que había estudiado en Francia y tenía una sólida formación y que además era guardia, un mayor del llamado Ejército Nacional. Gazón estaba pegado como un chicle al gobierno y había sido favorecido con varios contratos para diseñar o construir importantes obras. Gazón Bona fue el diseñador de los locales del Partido Dominicano, del Monumento a la paz de Trujillo en Santiago, del Matadero industrial de Ciudad Trujillo, del Mercado Modelo de la Avenida Mella, de la Casa Vapor, que fue su residencia en Gascue...
Sin embargo, a pesar de su fama y prestigio, la designación de Gazón Bona convertiría la visión idílica de Cucho Álvarez en pesadilla
Dice Crassweller que aparte de la elección del sitio todo lo demás fue un desastre, empezando por la fachada. El diseño tal vez pretendía imitar de alguna manera la proa de una nave que desde el cerro parecería estar a punto de navegar por los aires, de ahí la pretenciosa forma redondeada en un lado y algunas ventanas semejantes a claraboyas. Una nave de guerra, en todo caso, con profusión de estrellas, una abrumadora y vulgar profusión de las cinco estrellas indicativas del rango de almirante o general grabados en bajo relieve en los muros exteriores y en los trabajos de herrería. Una nave tan pesada que parece encallada, una mole desprovista de toda gracia arquitectónica, cuatro niveles con enormes ventanales curvos en el lado redondeado y ventanas excesivamente pequeñas y mal ubicadas y distribuidas en el otro.
Líneas de diseño torpe en conjunto. Todo resulta ser un poco descomunal y masivo, pesado en grado extremo, quizás abrumador y amenazante, algo sencillamente feo pero no alarmante. Uno de tantos adefesios. En cambio en el interior, o mejor dicho en los interiores de los diferentes niveles el mal gusto era de antología. Uno de los salones pretende, quizás el salón principal, ser una réplica de los salones del Palacio Nacional. La decoración pretende ser barroca y a veces clásica y a veces de estilo oriental, el peor barroco posible, con abrumadoras masas de oscuridad, madera mal tallada en intrincadas y absurdas formas, treinta habitaciones de tamaño desproporcionado, unas muy grandes y otras muy pequeñas, ocho salones de juego y fiesta, quince o veinte baños, columnas de mármol de color rojo, verde o amarillo, paredes y techos abarrotados con diseños en lo que Crassweller define como un frenesí decorativo: “diseños dorados serpenteantes que fluyen en bajorrelieve, sobre fondos de rojo, amarillo, verde o azul, que dejan espacio para más bajorrelieves de cestas de flores o cupidos presumiblemente clásicos”.
En cada salón, cada nivel, los techos tienen un motivo diferente y hay lugar un poco para todo tipo de cosa curiosa, incluyendo un Buda en las cuatro esquinas, pero también hay techos con forma de pagodas. Además, junto al comedor o uno de los comedores hay una sala de fumadores de estilo Chino que se antojaría ser una sala de fumadores de hachis.
Todo era rosado y verde, marrón y rojo vino en el llamado palacio del cerro: una pesadilla de colores y motivos aberrantes.
(Historia criminal del trujillato [76])
Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.
El “cuchipaineo” de Hipólito y Danilo, las obras públicas y la JCE
https://prensalibrenagua.blogspot.com/2016/10/el-cuchipaineo-de-hipolito-y-danilo-las.html
José Almoina, “Una satrapía en el Caribe”
(http://www.memoria-antifranquista.com/wp-content/uploads/2014/10/
JOSE-ALMOINA-UNA-SATRAPIA-EN-EL-CARIBE.pdf).
El libro de Don Cucho Álvarez
(https://hoy.com.do/el-libro-de-don-cucho-alvarez/)
El palacio que Trujillo no quiso
Evelin Germán | 6 septiembre, 2014
https://www.elcaribe.com.do/sin-categoria/palacio-que-trujillo-quiso/ La Casa de Caoba y el Castillo del Cerro Marcos Rodríguez | 11 agosto, 2018
Parece que alguna vez Don Cucho Álvarez tuvo una revelación o por lo menos una anunciación, una visión idílica. Vio en sueños o en su imaginación algo que se le pareció a un paraíso en la tierra, o mejor dicho en un cerro. Un cerro que todo el mundo llamaba cerro. En ese lugar se construiría una mansión, un prodigio arquitectónico que deslumbraría a los visitantes por los siglos de los siglos y convertiría a su propietario, a su querido jefe, en el más feliz de los mortales.
San Cristobal era la cuna del jefe, la cuna del Benefactor de la Patria, y el benefactor pasaba en el lugar más tiempo que en ninguna otra parte y no le faltaban casas ni le faltaban fincas. Prácticamente todos los predios de su infancia los había convertido en fincas y en ingenios azucareros. En San Cristobal tenía la Hacienda Fundación, tenía la Hacienda María, tenía el Central Río Haina, tenía la fastuosa Casa de Caoba, tenía la casa de playa de Najayo, a la que llamaban Casa de Marfil, tenía la de Hacienda María, a la que le decían Casa Blanca y otras más. Aun así, el glorioso Partido Dominicano, bajo la dirección de Don Cucho Álvarez Pina y otros alcahuetes, tomó espontáneamente (aunque quizás también por insinuación de la bestia) la decisión de honrar con una nueva honra —una mansión palaciega—, al hombre más honrado de esta tierra.
El hecho es que lo que sería llamado y mal llamado Castillo del Cerro, el adefesio del cerro, se financió generosamente con fondos del Partido Dominicano y además fue construido en un terreno escogido por Virgilio Álvarez Pina en un lugar privilegiado, una colina ventilada, peinada por frescas brisas, con una vista maravillosa. Desde ahí se contemplaban todos los alrededores, el querido jefe tendría al alcance de sus ojos vastísimo paisajes, todos pertenecerían a sus dominios, San Cristobal y Ciudad Trujillo quedaban a sus pies. Con un poquito de imaginación y esfuerzo se podría ver hasta el fin del mundo.
Hasta ahí todo estuvo bien. La ubicación del lugar no podía ser más acertada, todos los cortesanos se felicitaron, la visión idílica de Don Cucho empezaba a hacerse realidad. Ahora lo que hacía falta era un ingeniero o un arquitecto —o un ingeniero-arquitecto como los de antes— y la elección, en principio, pareció afortunada. Designaron a un ingeniero-arquitecto de origen francés, llamado Henry Gazón Bona, que había estudiado en Francia y tenía una sólida formación y que además era guardia, un mayor del llamado Ejército Nacional. Gazón estaba pegado como un chicle al gobierno y había sido favorecido con varios contratos para diseñar o construir importantes obras. Gazón Bona fue el diseñador de los locales del Partido Dominicano, del Monumento a la paz de Trujillo en Santiago, del Matadero industrial de Ciudad Trujillo, del Mercado Modelo de la Avenida Mella, de la Casa Vapor, que fue su residencia en Gascue...
Sin embargo, a pesar de su fama y prestigio, la designación de Gazón Bona convertiría la visión idílica de Cucho Álvarez en pesadilla
Dice Crassweller que aparte de la elección del sitio todo lo demás fue un desastre, empezando por la fachada. El diseño tal vez pretendía imitar de alguna manera la proa de una nave que desde el cerro parecería estar a punto de navegar por los aires, de ahí la pretenciosa forma redondeada en un lado y algunas ventanas semejantes a claraboyas. Una nave de guerra, en todo caso, con profusión de estrellas, una abrumadora y vulgar profusión de las cinco estrellas indicativas del rango de almirante o general grabados en bajo relieve en los muros exteriores y en los trabajos de herrería. Una nave tan pesada que parece encallada, una mole desprovista de toda gracia arquitectónica, cuatro niveles con enormes ventanales curvos en el lado redondeado y ventanas excesivamente pequeñas y mal ubicadas y distribuidas en el otro.
Líneas de diseño torpe en conjunto. Todo resulta ser un poco descomunal y masivo, pesado en grado extremo, quizás abrumador y amenazante, algo sencillamente feo pero no alarmante. Uno de tantos adefesios. En cambio en el interior, o mejor dicho en los interiores de los diferentes niveles el mal gusto era de antología. Uno de los salones pretende, quizás el salón principal, ser una réplica de los salones del Palacio Nacional. La decoración pretende ser barroca y a veces clásica y a veces de estilo oriental, el peor barroco posible, con abrumadoras masas de oscuridad, madera mal tallada en intrincadas y absurdas formas, treinta habitaciones de tamaño desproporcionado, unas muy grandes y otras muy pequeñas, ocho salones de juego y fiesta, quince o veinte baños, columnas de mármol de color rojo, verde o amarillo, paredes y techos abarrotados con diseños en lo que Crassweller define como un frenesí decorativo: “diseños dorados serpenteantes que fluyen en bajorrelieve, sobre fondos de rojo, amarillo, verde o azul, que dejan espacio para más bajorrelieves de cestas de flores o cupidos presumiblemente clásicos”.
En cada salón, cada nivel, los techos tienen un motivo diferente y hay lugar un poco para todo tipo de cosa curiosa, incluyendo un Buda en las cuatro esquinas, pero también hay techos con forma de pagodas. Además, junto al comedor o uno de los comedores hay una sala de fumadores de estilo Chino que se antojaría ser una sala de fumadores de hachis.
Todo era rosado y verde, marrón y rojo vino en el llamado palacio del cerro: una pesadilla de colores y motivos aberrantes.
(Historia criminal del trujillato [76])
Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.
El “cuchipaineo” de Hipólito y Danilo, las obras públicas y la JCE
https://prensalibrenagua.blogspot.com/2016/10/el-cuchipaineo-de-hipolito-y-danilo-las.html
José Almoina, “Una satrapía en el Caribe”
(http://www.memoria-antifranquista.com/wp-content/uploads/2014/10/
JOSE-ALMOINA-UNA-SATRAPIA-EN-EL-CARIBE.pdf).
El libro de Don Cucho Álvarez
(https://hoy.com.do/el-libro-de-don-cucho-alvarez/)
El palacio que Trujillo no quiso
Evelin Germán | 6 septiembre, 2014
https://www.elcaribe.com.do/sin-categoria/palacio-que-trujillo-quiso/ La Casa de Caoba y el Castillo del Cerro Marcos Rodríguez | 11 agosto, 2018
El círculo del poder (12): La danza de los favoritos y la casa del cerro
El círculo del poder (13): La caída de Don Cucho y otros favoritos
Pedro Conde Sturla
4 marzo, 2022
La caída de Cucho Álvarez fue estrepitosa. Cayó de la presidencia del Partido Dominicano a la humilde condición de diputado, y de diputado pasó a ser desempleado, le retiraron el rango de general honorario y desde luego todos sus privilegios.
Las cosas empezaron a ponerse color de hormiga para Don Cucho apenas unos días después de la visita de Trujillo y Paulino a la Casa del Cerro, cuando la prensa abrió fuego contra él y Gazón Bona en particular, pero también contra el español Vela Zanetti, que sólo tenía culpa de no saber pintar merengues. Lo que se armó contra Don Cucho y Gazón Bona fue una pelotera monumental. Una primera filípica, titulada “Casa de Orates en El Cerro”, apareció en la primera página del diario El Caribe, y en los días siguientes desde el Foro publico los plumíferos más abyectos empezaron a vomitar improperios, se produjo una andanada, un aluvión de improperios, de frases injuriosa a granel, todo tipo de insultos, una antología de denuestos, dicterios, vituperios... ataques desalmados contra la moral y el buen nombre de Cucho y GazónSalieron a relucir los desaciertos arquitectónicos reales e imaginarios del pretencioso Castillo del Cerro, la pobreza creativa del plano, el derroche y los turbios manejos que tuvieron lugar durante la construcción. Se dijo que ni la bestia ni la María Martínez vieron jamás el diseño ni conocieron de su existencia, que el dinero se había dilapidado graciosamente a manos llenas y que para lo único que podía servir la decrépita edificación era para poner un manicomio.
La deshonra del honorable Don Cucho Virgilio Álvarez Pina tocó fondo. La cosa más gentil que decían de él los medios de comunicación es que era un ladrón y un loco.
Para peor, mucho de lo que se decía parecía ser cierto y Don Cucho tuvo que marcharse al exilio, un pesaroso exilio, el exilio interior en alguna propiedad seguramente confortable y lujosa, un exilio que le pareció “un largo calvario, con reclusión doméstica voluntaria”, desde 1950 hasta 1954. Adoptó, entonces, durante esos años, un bajo perfil, el perfil que le permitía conservar el pellejo. Pero no estaba solo en su desgracia. Lo acompañó en su caída, no en su exilio, aunque por razones diferentes, su amigo Paíno Pichardo. El cuchipaineo, la mancuerna de Cucho y Paíno, permanecería en receso durante la mayor parte del reinado de Anselmo Paulino.
El español José Vela Zanetti, el muralista oficial del régimen, cayó también de la gracia del jefe y fue relegado durante un tiempo, apartado de las esferas oficiales por complicidad en la comisión del adefesio del cerro, pero no sufrió, no fue víctima de mayores consecuencias.
A Garzón Bona le fue mucho peor que a Don Cucho. Dicen que la bestia le dio en principio veinticuatro horas para salir del país, pero la verdad es que prefirió, como era su costumbre, desconsiderarlo, humillarlo, a pesar de su fama y gloria, a pesar de haber sido el diseñador del Monumento a La Paz de Trujillo que se levantó en la ciudad de Santiago de los Caballeros, a pesar de su dedicación, a pesar de su innegable contribución y su entrega total como arquitecto a su magna obra de gobierno durante más de veinte años.
A Gazón lo difamaron por todos los medios, naturalmente, como era de rigor, y también lo acusaron o levantaron sobre él de alguna manera la sospecha de malversación de fondos en la construcción del engendro del cerro. Lo amenazaron de muerte, lo amenazaron con meterlo en prisión, convirtieron su vida y la de su familia en una pesadilla y tuvo que irse al exilio, el verdadero exilio en el extranjero, no el exilio dorado que padeció Cucho Álvarez. Lo peor de todo es que se vio obligado a dejar a sus mujer y a sus hijos en el país durante lo que de seguro fue el más angustioso período de su existencia. Finalmente lo acusaron de desertor, de abandonar las filas del glorioso ejército en el cual ostentaba el rango de mayor más o menos honorífico.
A juicio de Crassweller, la principal razón de la caída de Cucho Álvarez y Paíno fueron las intrigas y la ascensión atropelladora de Anselmo Paulino Álvarez. Paulino se jactaba en voz alta de que la bestia le había pedido que tratara como un hermano a Cucho Álvarez, como un amigo fraterno, y Paulino lo complació de una forma tan peculiar que al cabo de un año había destruido (provisionalmente) su carrera. En esa misma época también se llevó de paso a Paíno Pichardo y logró apartar, por cierto tiempo, a Manuel de Moya Alonso, un personaje singular a quien la bestia apreciaba de una manera igualmente singular. El muy querido Manuel de Moya Alonso.
Por fortuna, y como dice el refrán, no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista. El reinado de Paulino, entre 1951 y 1954, llegó a su fin de una manera imprevista y mucho más estrepitosa que la de Cucho Álvarez.
Al poco tiempo, Paíno Pichardo regresó a la cumbre, recuperó las perdidas gracias del poder y fue de nuevo nombrado Presidente del Partido Dominicano.
Álvarez Pina regresó al círculo íntimo de la bestia donde permaneció hasta el fin de la era. Bajo su nefasta influencia harían carrera varios de sus descendientes, empezando por Virgilio Álvarez Sánchez, un personaje oscuro que parecía sacado de una película del cine negro. Crassweller lo describe como un tipo corpulento y de modales muy poco refinados, que se destacaba, por su impopularidad, por intrigante, por su notoria incapacidad y por el cigarrillo que a todas horas pendía de sus labios.
Dicen las malas lenguas que cuando por fin Don Cucho volvió a encontrarse con la bestia, después del plácido exilio, la bestia se mostró alegre y jovial, le dijo a boca de jarro en son de broma o de sarcasmo, “Pero carajo, Cucho, ¡dónde te habías metido?”.
(Historia criminal del trujillato [78])
Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.
El “cuchipaineo” de Hipólito y Danilo, las obras públicas y la JCE
https://prensalibrenagua.blogspot.com/2016/10/el-cuchipaineo-de-hipolito-y-danilo-las.html
José Almoina, “Una satrapía en el Caribe”
(http://www.memoria-antifranquista.com/wp-content/uploads/2014/10/JOSE-ALMOINA-UNA-SATRAPIA-EN-EL-CARIBE.pdf).
El libro de Don Cucho Álvarez
(https://hoy.com.do/el-libro-de-don-cucho-alvarez/)
El palacio que Trujillo no quiso
Evelin Germán | 6 septiembre, 2014
La Casa de Caoba y el Castillo del Cerro
Marcos Rodríguez | 11 agosto, 2018
LA CASA QUE TRUJILLO NUNCA HABITO....
Casa del Cerro
El Castillo del Cerro o “ Casa de Orates”
La Residencia que Trujillo nunca habitó, motivo de la desgracia de varios de sus más estrechos colaboradores.
Por: Arquitecto Bienvenido Pantaleón Hernández
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