Había infinidad de maravillas en el Palacio del Cerro, un derroche de imaginación pantagruélica, escabrosa, una apetencia por los colores más estridentes, un desborde alucinante de extravagancias por todos los rincones.
De acuerdo a la detallada descripción de Crassweller, aparte de los cuatro Budas en bajorrelieve (un Buda de color rojo y verde en las cuatro esquinas de uno de los techos), aparecían dragones y espadas y colmillos de elefante entrecruzados. Pero lo peor era el piso, un fatídico piso brillante a manera de complemento, un brillante piso de mármol con incrustaciones que duplicaba la existencia del techo, toda la decrepitud del techo, dos veces techo, como si con una no bastara.