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12/4/24

Una vez hace tiempo

Pedro Conde Sturla

12 abril, 2024

Una vez, cuando era niño —hace una eternidad, un bojote de años— el tío Mallín me llevó a un pasadía en el campo, a una finca agrícola y ganadera sembrada de yerba Páez y pangola, con su característico olor a vacas y caballos, a estiércol fresco, perfumado.

15/3/24

La fruta de la perdición (parte atrás)

Pedro Conde Sturla

15 marzo, 2024

Allí donde estuviera ella,
estaba el paraíso.
Mark Twain


Él dijo que fue ella quien vino con el cuento de la fruta, que él no estaba en eso, que se distraía leyendo él Génesis y escuchando a los ángeles cantar cuando la vio venir con sus malas intenciones. Ella puso esa carita que saben poner las mujeres y se hizo la mosquita muerta. Le dijo que le habían dicho que la fruta —la dichosa fruta de la discordia— contenía vitaminas para revigorizar el organismo, para evitar —entre otras caídas— la caída del pelo y para irrigar los complejos laberintos cerebrales. La fruta los haría más sabios, le quitaría a él un poco de todo lo que tenía de menso y se avisparía otro poco. Quizás mostraría interés en otra cosa.

26/2/24

EL ESCRITOR

Pedro Conde Sturla 


Alguna vez me han preguntado, me he preguntado yo mismo muchas veces cómo se convierte uno en escritor. Cómo se aprende el oficio.
Uno comienza juntando palabras con un trabajo enorme en mi caso, las pone unas al lado de otras y sobre otras, como si fueran bloques o ladrillos, como si fuera uno una especie de albañil.
Uno se pasa horas enteras para escribir una página y a veces muchos meses, muchos años para escribir un cuento o una novela.
Escribes durante días, durante meses, durante años, pero no eres escritor.
Disfrutas de la felicidad y el tormento de escribir, pero no eres escritor.  
Hasta que un día descubres una particular forma de decir las cosas que  puede ser tuya o no ser tuya, pero que sientes tuya. No sé si buena o mala, pero que sientes tuya.
El oficio consiste en ser tu mismo. El oficio consiste en encontrarte.     
Entonces uno se convierte, si acaso se   convierte, en escritor.

23/2/24

Cuentos de breves encuentros

Pedro Conde Sturla

23 febrero, 2024

En la niebla
Dicen que las cosas suceden porque suceden y a mí me sucedió encontrarla. Ella vino con su sombra y su misterio, envuelta en una niebla y un chal oscuro, de esos que ya no se usan. Una mujer envuelta en una niebla, en un chal y en un misterio y que parecía deslizarse por el lugar como una sombra sobre el agua. Una furtiva sombra.

16/2/24

El obix

(un cuento para los niños de Gaza) 

Pedro Conde Sturla

16 febrero, 2024


El obix es un ave de ascenso y descenso vertical. Sube lentamente en forma de globo, como ciertos aviones de geometría variable, y luego despliega lentamente las alas y empieza a planear plácidamente. Vuela hacia donde se le antoje, sin rumbo fijo. Cuando se cansa, si acaso se cansa alguna vez, recupera la forma de globo para dormir o reposar, un globo en forma de hamaca, y se oculta y se acomoda en algún manto de mullidas nubes y medita u holgazanea o se pone a contar las estrellas, a dialogar con los astros. Se alimenta del agua de las atmósfera, el agua más pura del mundo, y de los insectos que atrapa, los insectos más limpios del mundo. De modo que casi no necesita bajar a tierra y no baja más que cuando le resulta indispensable, casi nunca. Ni siquiera cuando está enfermo. Ni siquiera para morir.

9/2/24

El sordo

Pedro Conde Sturla
9 febrero, 2024
Esculturas y dibujo alegóricos de «cadáver exquisito» 

Nunca supimos cual era el nombre del negocio si acaso tenía uno, pero todos lo llamábamos El Sordo, y nos reuníamos en El Sordo a beber y hablar de la blandita. A bromear. Se suponía que éramos escritores y poetas en ciernes y que hablaríamos de literatura, pero en general hablabamos de la blandita y de mujeres o nos poníamos a chismear, que es lo que mejor saben hacer los hombres, y sobre todo los poetas y escritores, por no mencionar a los poetisos.

6/1/24

Amores ebrios (1-2)

Amores ebrios (1) 

Pedro Conde Sturla



Era bonito comenzar la noche del viernes con una cerveza y un pitillo, ir a buscar a la novia, una novia apática y puntual que nunca me quiso, mi extraña novia de esa época. La novia puntal y perfumada que siempre me esperaba a eso de las nueve de la noche en la galería de su casa, que subía al auto sin decir palabra, que apenas me saludaba y nunca me besaba y que casi siempre dispensaba una luenga mirada despectiva a mi chacabana de lino ejecutiva. Nunca supe bien que hacíamos juntos, aparte de hacernos compañía y jugar eventualmente al abacho becho. Yo la amaba a ella tan poco como ella a mi. Era un amor frío. Desganado. Un amor fofo, sin consistencia. Sólo nos unían unas extrañas circunstancias. El placer de darnos fastidio. Lo nuestro era un entretenimiento pasajero. algo parecido a un odio cordial, el mismo que se tienen tantas personas, tantas parejas felizmente casadas, unidas por la costumbre y la desidia y el miedo a la soledad. 

5/1/24

Amores ebrios (2 de 2)

Pedro Conde Sturla

5 enero, 2024

Decía, pues, que con el paso del tiempo (y ni siquiera mucho tiempo), empezamos a ser amigos nada más. Ni siquiera buenos amigos. Más bien amigos irreparables. Mientras tanto, las sospechas y desconfianzas entre nosotros amainaban y arreciaban. Salíamos cada vez con mayor frecuencia pero éramos amigos, sólo amigos. Ella no se cansaba de decirlo. Quizás amigos de ocasión, amigos que se acompañaban, que engañaban su soledad, igual que un pececillo dorado en el reflejo de los vidrios de la pecera.

29/12/23

Amores ebrios (1)

Pedro Conde Sturla



Era bonito comenzar la noche del viernes con una cerveza y un pitillo, ir a buscar a la novia, una novia apática y puntual que nunca me quiso, mi extraña novia de esa época. La novia puntal y perfumada que siempre me esperaba a eso de las nueve de la noche en la galería de su casa, que subía al auto sin decir palabra, que apenas me saludaba y nunca me besaba y que casi siempre dispensaba una luenga mirada despectiva a mi chacabana de lino ejecutiva. Nunca supe bien que hacíamos juntos, aparte de hacernos compañía y jugar eventualmente al abacho becho. Yo la amaba a ella tan poco como ella a mi. Era un amor frío. Desganado. Un amor fofo, sin consistencia. Sólo nos unían unas extrañas circunstancias. El placer de darnos fastidio. Lo nuestro era un entretenimiento pasajero. algo parecido a un odio cordial, el mismo que se tienen tantas personas, tantas parejas felizmente casadas, unidas por la costumbre y la desidia y el miedo a la soledad.