Pedro Conde Sturla
10 noviembre, 2023
Cuándo Barón Altagracia se vio en el espejo del sanitario, adonde había ido con mucho apuro, comprendió de inmediato, que lo habían cambiado por otro, que no era él quien se miraba a los ojos fijamente.
Había llegado de prisa, impulsado por una pujante necesidad, al estilo del conde Schurria, que no había asistido al evento, pero sería el cronista social y estaba allí sin estar. El contaría cosas que sucedieron y cosas que no sucedieron, y otras que podrían haber sucedido. Algunos de los acontecimientos que describiría resultarían enigmáticos o incomprensibles para los profanos porque se trataba de un asunto privado. Esta vez escribiría en su página semanal sólo para los iniciados. La logia de los Dominicanos Exatec, los graduados del una vez llamado ITESM.Instituto de Estudios Superiores de Monterrey. El ahora Tec de Monterrey y sus veinticinco campus en los principales estados de México.En el curioso mundo Exatec pasaban a menudo cosas extrañas y esa noche no sería la excepción. Por eso el fenómeno, la idea de que lo habían cambiado por otro, no le causaba mayor desazón a Barón. Su vieja carcasa de huesos, qué tan fiel le había sido, se estaba ya deteriorando y no veía con malos ojos la transformación que se estaba produciendo en su interior. Empezaba inexplicablemente a sentirse y verse más joven, más vigoroso, como si una nueva vida se moviera por todas sus venas. Una sangre nueva lo irrigaba y vigorizaba, sobre todo en las partes que más lo necesitaba. Cuándo salió del baño se dio cuenta que también los demás asistentes al glamoroso encuentro estaban cambiando, que ya no eran los mismos y se movían en la pista de baile como jóvenes quinceañeros. Bailaban y comían y bebían como cosacos.
Gustavo sentía por igual una antigua y conocida sensación de euforia. La sangre corría ahora como un torrente por sus venas y empezaba a tener malos pensamientos. En su rostro asomaba una expresión equívoca. Una especie de siniestra beatitud.
Curiosamente, el Hiraldo Julio lo acompañaba en sus sentimientos. Y se mostraba impaciente, como si de repente hubiera querido ir a algún lugar. Manolo y Ramón también se mostraban impacientes y Gumersindo empezaba a botar humo por las orejas. Michael, por su parte, brincoteaba de felicidad, daba saltitos de canguro, se sentía ligero como un globo y a la vez cargado de energía, una energía visceral que hacía siglos que no sentía.
El Comandante y Horacio —representantes del mas correcto recato y compostura— comenzaban a sentirse preocupados, pero a la vez felices por el extraño efecto revigorizante que los invadía o que más bien los embriagaba.
El Cachorro, principal organizador del encuentro, estaba eufórico, crecido, como si no cupiera en su pellejo. Muchos días y muchas noches había invertido en el proyecto que ahora se realizaba.
Solo Pedrito se mantenía reposado y distante, quizás para no estropear el peinado de su bien cultivado bigote. Reyóf no podía podía moverse por razones ajenas a su voluntad, pues tenía demasiado almidón en la camisa y en los huesos, y en su rostro apenas se dibujaba una sonrisa intrigante. Al alto Benito, en cambio (el de la permanente cara apacible de buena gente), se le metió un tembleque, una contentura vibratoria, y tuvo que sentarse para no perder el equilibrio.
Lo que ocurría era más que nada un rejuvenecimiento, un reverdecimiento clorofílico. Unos más que otros, pero todas y todos sin excepción experimentaban un agradable bienestar. Las chicas, casi ochentonas, resplandecían como colegialas. Gaspar bailaba twist con un frenesí inusitado y Carlitos, trepado a un abanico de techo, del cual se sostenía con una pierna y una mano, daba vueltas alegremente.
El Fraile cantaba Perfidia a pleno pulmón con una voz que envidiarían los más grandes cantantes latinoamericanos.
Todos dicen que es mentira que te quiera, decía el fraile, porque nunca me habían visto enamorado, y el mariachi que lo acompañaba le hacía coro en falsete. Subía el Fraile cada vez más y más alto, en un alarde de virtuosismo, mientras su voz adquiría una coloratura extraordinaria. Entonces dió un do de pecho, un prodigioso do de pecho, y el mariachi que lo acompañaba se disponía a dar un tre de nalga, pero se contuvo, asustado, cuando vio que empezaban a quebrarse las copas de vino, los vasos y los platos y numerosas piezas de la vajilla.
Enviado desde mi iPad
Por pura coincidencia esa “noche”me tocó compartir mesa con el beatificado Dinápoles, con Gaspar y Caonabo, me había ubicado al otro lado de la mesa junto a Leo Reyes y José Juan Yapor, quiene éramos los únicos advenedizos en ese encuentro de mayores, tuve la suerte, cuando se armó el julú, de agacharme debajo de la levitada mesa y quedarme ahí agazapado desde donde pude escuchar el secreto diálogo sin perderme del espectáculo montado alla abajo por Gaspar, Caonabito y los demás. Por cierto, en varias ocasiones vi el intento de Don Bernardo Vega por subir hasta la mesa, en una ocasión por poco y lo logra, le tendí la mano para ayudarle, pero no logró el intento.
ResponderEliminarGracias por el mensaje
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