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6/11/21

51, 52 y 53

Pedro Conde Sturla

18 enero, 2017


En el pase de lista de aquel segundo teórico de la Escuela Normal de Varones Presidente Trujillo, los números 51, 52 y 53 correspondían a Federico Jovine Bermúdez, al autor de estas notas y a Miguel Guerrero, el mismo que escribe en las páginas de opinión de El Caribe todos los días y fiestas de guardar. El orden numérico era tan estricto que a cada alumno se le asignaba un pupitre en base al mismo, empezando por la primera hilera, y muchos de nosotros no nos conocíamos y no nos conocimos más que por el número, algo tan impersonal como el uniforme de caqui sin el cual no podíamos ni siquiera asomarnos a la puerta de entrada.

Los apellidos de las maestras más conocidas, o mejor dicho la forma en que se pronunciaban, tenían una cierta resonancia marcial por el respeto que inspiraban: la Chupani, la Ramón, La Ubiera, la Cardona (la Amada Ligia Melo). El maestro más popular, una especie de muchacho grande, era Modesto Medrano Monción, el célebre Guayabita, un memoriógrafo que conocía al dedillo casi todos los poemas clásicos de la literatura dominicana y pretendía obligarnos a aprenderlos. A muchos de nosotros nos inició en el amor por las letras.

La disciplina del plantel, severa por necesidad, estaba a cabo de los hermanos Negro y Virgilio Travieso, dos personajes que sabían ejercer su autoridad sin abusar ni hacerse odiar. Algunas de las ocurrencias de Virgilio hacían honor al apellido, como cuando expulsaba a un estudiante revoltoso, diciéndole, “toma mis iniciales por tres días” (VT).
Miguel Guerrero, el 53, era un antitrujillista furibundo, imprudente, y creo que ya había tenido una experiencia carcelaria a pesar de su corta edad. 

Federico Jovine –un muchacho delgado y sin barba en esa época– era igualmente desafecto al régimen y también imprudente.

Paradójicamente, en el curso había un par de estudiantes de apellido Trujillo, pero eran inofensivos, incluso víctimas. Eran hijos de Aníbal, el hermano que el Generalísimo había hecho asesinar.

La Chupani, que era maestra de gramática, también era maestra de trujillismo y nos hacía leer en clase las obras de doña María Martínez de Trujillo, “Meditaciones morales” y “Falsa amistad”. Las obras las había escrito por encargo un exiliado español, Almoina, que al parecer quiso identificarse en el segundo título. Todos sabíamos que de alguna manera “Falsa amistad” quería decir “Fue Almoina”. 

En una memorable ocasión, la Chupani nos puso de tarea una composición sobre María Martínez en la que Federico se aplicó, en mala hora, poniendo a prueba todo su talento. Leída correctamente, la composición era un himno de alabanza a la Primera Dama, pero si se saltaban ciertos signos de puntuación, cambiaba completamente el sentido y se convertía en diatriba. Cuando la Chupani escuchó a Federico leyendo el texto con aquel vozarrón de hombre que tenía desde niño, empezó a palidecer y le ordenó callar y sentarse. 

El suceso dio mucho que hablar, por debajo, y hubo comentarios y señalamientos porque nadie dudaba que el 52 y el 53 eran cómplices del 51, y en algún momento temimos que los informes llegaran a oídos del director, Mena Valerio. Pero los rumores aminoraron porque el engendro de Federico era impecable desde el punto de vista de la ortodoxia gramatical y la Chupani se hizo la tonta y mantuvo la discreción y, afortunadamente, las cosas no pasaron de ahí.

Durante una semana no sufrimos de estreñimiento.

Pedro Conde Sturla Martes 28 de marzo de 2006.




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