Seguidores

26/11/21

HISTORIA CRIMINAL DEL TRUJILLATO (tercera parte)

(61-100)

Pedro Conde Sturla

Índice:
La bestia sigue a caballo (1)
La bestia sigue a caballo (2)
Los inmigrantes 
Meditaciones morales (1)
Meditaciones morales (2)
El círculo del poder (1)
El círculo del poder (2): El ascenso de Paulino
El círculo del poder (3): El ascenso de Paulino
El círculo del poder (4): El ascenso de Paulino
El círculo del poder (5): El derrumbe de Paulino
El círculo del poder (6): el derrumbe de Paulino
El círculo del poder (7): Vicisitudes y venturas de Paulino
El círculo del poder (8): La danza de los favoritos    
El círculo del poder (9): La danza de los favoritos
El círculo del poder (10): La danza de los favoritos 
El círculo del poder (11): la danza de los favoritos y la casa del cerro
El círculo del poder (12):La danza de los favoritos y la casa del cerro
El círculo del poder (13): La caída de Don Cucho y otros favoritos

La bestia sigue a caballo (1)

Pedro Conde Sturla

15 octubre, 2021


El día 15 de noviembre de 1940 quedó registrado en la historiografía trujilloniana como uno de los más grandes acontecimientos de la historia patria. En ese magna fecha se anunció la creación de un nuevo partido político que al parecer correspondía al más auténtico clamor de la nación dominicana: el Partido Trujillista.

En realidad era un apéndice del Partido Dominicano, una especie de círculo interior, un grupo de élite del que sólo formarían parte los auténticos trujillistas. Aquellos sobre cuya lealtad no había la menor sombra de duda. De hecho, el Partido Trujillista sería como un Monte Olimpo, un paraíso terrenal donde la bestia se rodearía de los más intachables cortesanos. Muchos se sentirían llamados, pero no todos serían elegidos.

Desde su fundación, en 1931, el Partido Dominicano celebraba con vehemencia la entereza de aquel prócer que había dicho: “Mis mejores amigos son los hombres de trabajo”. Ahora se sumaba al coro el nuevo Partido Trujillista. Un Partido Trujillista que pretendía ser un reducto moral donde se pretendía honrar la pretendida moral de la bestia. Un príncipe, un gobernante —como decía Maquiavelo— no tiene que tener virtudes, pero debe aparentar que las tiene. El acróstico de Rafael Leónidas Trujillo Molina ( Rectitud, Libertad, Trabajo y Moralidad) exaltaba, en efecto, un dechado de virtudes que la bestia no poseía y que además despreciaba y no le interesaba poseer. Era una oración cínica, en grado superlativo, que había sido escrita y se escribía en caracteres indelebles en paredes y fachadas de los edificios públicos y que se repetía diariamente en los medios de comunicación de todos los rincones del país. Una consigna machacona, oprobiosa.

Ahora bien, ser miembro del Partido Dominicano era obligatorio, pero ser miembro del Partido Trujillista era un privilegio.

Los miembros de la directiva del Partido Dominicano se contaron entre los primeros que solicitaron la admisión en el Partido Trujillista y fueron admitidos. Casi de inmediato se formó un tremendo avispero. Un enjambre de fogosos trujillistas se manifestó en los días siguientes a favor de incorporarse a la nueva organización y fueron incorporados. Ni los trujillistas sinceros ni los trujillistas de mala gana querían quedarse fuera, pero no fueron pocos los rechazados. Tenían que ganarse la admisión demostrando su lealtad al régimen de modo más fehaciente. En cambio Trujillo solicitó humildemente la aceptación y fue de inmediato aceptado y fue de inmediato nombrado, celebrado, elevado a la condición de jefe único de la organización.

Lo cierto es que la bestia parecía estar impaciente. No le hacía tanta gracia, quizás, ejercer el poder sin ostentar en todo momento el glorioso título de Presidente de la República, el signo del poder que le confería la más alta magistratura del Estado. Se estaba preparando para recuperar el valioso símbolo que había depositado en las manos de un gobernante de mentirilla.

Desde el nuevo Partido Trujillista y desde el viejo Partido Dominicano se lanzaría su candidatura en las elecciones de 1942 y el pueblo dominicano lo llevaría otra vez a la Presidencia de la República.

Como dice Crassweller, no se produjo ninguna diferencia en las boletas electorales del Partido Dominicano y el Partido Trujillista. El nombre de la bestia y los de los demás candidatos eran coincidencialmente los mismos.

Los líderes de ambos partidos, que eran también más o menos coincidencialmente los mismos, no ocultaban su complacencia ni ocultaban su impaciencia. Exultaban, nerviosos, ante la idea de ser los primeros en llevar a la bestia la grata noticia. Sorprenderlo quizás con la grata noticia.

La bestia no se sentiría sorprendida, pero se mostraría complacida cuando en febrero de 1942 recibió en la Estancia Fundación a un distinguido séquito de connotados dirigentes políticos que venían a decirle que había sido designado candidato a la presidencia por el Partido Dominicano y el Partido Trujillista.

Estaban todos vestidos o más bien enfundados en calurosos trajes de lana, de casimir inglés, con ajustados chalecos, con corbatas anudadas como sogas de ahorcar. Algunos de los más emperifollados vestían chaqué, una especie de frac, el traje de máxima etiqueta para eventos formales y ceremonias diurnas. El agobiante traje de pingüino.

La bestia, en cambio, vestía deportivamente un traje de montar y montaba un soberbio caballo, uno de los muchos que tenía. La bestia era un magnífico jinete. Montar caballo, violar mujeres, malograr doncellas era algo que había aprendido a la perfección desde su temprana juventud.

Los distinguidos dirigentes exhibían en presencia de la bestia una extraña dignidad (la dignidad o indignidad de los cortesanos) y la bestia exhibía una extraña indiferencia, una especie de desdén o de desprecio.

Al frente de la delegación estaban Porfirio Herrera, Paíno Pichardo, Cucho Álvarez Pina y otros encumbrados personajes, pero la bestia no les prestó mayor atención. Empezó a pavonearse en su caballo árabe pura sangre: un encabritado semental árabe de pura sangre, como dice Crassweller.

Mientras los delegados discurseaban, lo aclamaban, se deshacían en elogios y felicitaciones, la bestia exhibía su destreza a lomo del cuadrúpedo imponente, maniobraba con su consumada habilidad, lo espoleaba, le hacía tascar el freno, lo hacía recular, caracolear, encabritarse, lo obligaba a embestir y frenar de golpe. Le imponía su dominio. Lo sometía a la obediencia.

Al final del acto se encaró por primera vez en serio con los nerviosos y acalorados miembros de la delegación. Sólo el caballo que montaba la bestia sudaba más que ellos.

Los miró, se miraron, se quedarían probablemente unos segundos en silencio. Luego, con su tenebrosa vocecita chillona, la bestia pronunció unas palabras que la historia recogería en letras mayúsculas, letras de tinta y plomo, letras de piedra y bronce que quedarían grabadas en la memoria de los siglos:

—Y seguiré a caballo...
Esa fue su manera de aceptar la candidatura que tan complacientemente le ofrecían y que celebró de inmediato con gran estruendo de fuegos artificiales que tenía reservados para la ocasión, el inicio más o menos oficial de la campaña. Una descomunal campaña de prensa y radio que se hizo eco de la frase que la bestia había pronunciado desde la altura heroica de su pura sangre árabe. Es posible que ni siquiera el Cid Campeador ni Alejandro el Conquistador hubieran sido tan celebrados en su época como lo fuera la bestia en esos días. Las fotos del intrépido jinete aparecían como por magia en todas partes. La frase de la bestia, la vanidad sin fondo de la bestia, las fotos de la bestia a lomo de briosos corceles pasarían a la historia.

(Historia criminal del trujillato [61])

Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.

La bestia sigue a caballo (2 de 2)

Pedro Conde Sturla

22 octubre, 2021



Las elecciones del 16 de mayo de 1942 fueron precedidas por un gran despliegue de propaganda y movilizaciones de masa, por un aparente derrame de entusiasmo visceral en todo el país, una entrega aparentemente incondicional del pueblo dominicano a los encantos de la bestia. Prácticamente no había oposición, pero la contienda parecía reñida.
Como era de esperarse, la bestia ganó, efectivamente, como tenía que ganar. Ganó por abrumadora mayoría, casi por unanimidad, casi por aclamación, y con un total de 509,999 votos. Un triunfo limpio, avasallador, que no dejaba lugar ni para dudas.

Los más ilustrados cortesanos habían vaticinado el triunfo, desde luego. Nada tenía de raro que un candidato que se había ganado todos los corazones ganara también las elecciones. La bestia volvería a lucir sobre su pecho la banda presidencial que nunca debió haberse quitado, ocuparía la magistratura que le correspondía

Pero la bestia estaba impaciente. Había ganado las elecciones y aún tenía que esperar unos largos meses para tomar posesión del cargo y no se aguantaba las ganas. Faltaba mucho tiempo para la juramentación, que tendría lugar el 16 de agosto, y la bestia estaba impaciente. Para peor, la patria también estaba impaciente. Sus cortesanos estaban tan nerviosos como impacientes y se desvelaban tratando de encontrar una solución.
Hasta que finalmente intervino la providencia y se le encontró salida a un callejón que no parecía tenerla.

En realidad, la providencia había intervenido graciosamente, se había manifestado con tres semanas de antelación en su divina gracia desde la cámara de diputados que presidía en ese momento Manuel Arturo Peña Batlle.

Durante muchos años, Manuel Arturo Peña Batlle había sido —como es sabido— un fiero opositor de la bestia, hasta que la bestia lo quebró —quebró su espíritu el miedo—, y lo redujo a la condición de cortesano, uno de sus más arrastrados cortesanos, pero la bestia nunca le perdonó sus años de oposicionista y lo sometió hasta el final de su vida a un régimen terrible de humillaciones y sobresaltos. Es posible que Peña Batlle tampoco se perdonara a sí mismo y terminara perdiendo —como algunos afirman— el equilibrio emocional y la cordura. El hecho es que en esa época detentaba y ostentaba la presidencia de la Cámara de Diputados y, anticipando de alguna manera el resultado de las elecciones, tuvo de repente una idea brillante, una feliz ocurrencia, una inspirada iniciativa que le permitiría al querido jefe y a toda nación dominicana colmar sus aspiraciones.

Lo que el visionario Peña Batlle había propuesto desde antes de las elecciones era tan simple como brillante, quizás incluso legal de alguna manera indefinible. Pero era además una cosa lógica... Dado el grado de consenso que se preveía que la bestia alcanzaría en las urnas, era imperativamente indispensable que ocupara de inmediato la presidencia y se obviara el intervalo, el innecesario intervalo que mediaba entre el 16 de mayo y el 16 de agosto.

Aparte de manipular o hacer picadillo las leyes, había que contar, por supuesto, con el consenso de presidente putativo de la nación, Manuel de Jesús Troncoso de la Concha, pero el presidente se mostró de acuerdo inmediatamente, quizás incluso antes de que se lo propusieran, si acaso se lo propusieron.
Además, siguiendo su ejemplo, los dos partidos políticos que sustentaron la candidatura de la bestia, el Partido Dominicano y el Partido Trujillista, dieron asimismo su aprobación.

De hecho —según lo que cuenta Crassweller— Troncoso fue en cierta manera el artífice de la transición. Una transición que fue facilitada enormemente por su desprendimiento y gran idealismo y sobre todo por las ganas que de seguro tenía por quitarse del medio. A él le tocaría poner en marcha el sencillo mecanismo que de seguro formaba parte del proyecto que había concebido Peña Batlle para facilitar el supuesto cambio de mandos.

Según las leyes de la época, el cargo de Secretario de guerra, marina y aviación era el primero en la línea de sucesión a la presidencia, un cargo que, coincidencialmente, estaba en manos de Héctor Bienvenido Trujillo Molina, alias Negro, el hermano favorito, el consentido de la bestia. Pero Negro, por extraña casualidad, había renunciado al cargo el día anterior a las elecciones. Dos días más tarde, el presidente Troncoso tuvo la feliz ocurrencia de nombrar a la bestia en su lugar y poco tiempo más tarde presentó patrióticamente su renuncia. La bestia ocupó de inmediato la presidencia y de inmediato restituyó a su hermano mimado en el preciado cargo de Secretario de guerra, marina y aviación. Es decir, cambiaron un poco todas las cosas en el mejor estilo lampedusiano o gatopardiano para que todo siguiera igual que antes. O mejor dicho peor.

Troncoso abandonó, pues, la Presidencia con la frente en alto y no pudo contener la emoción cuando pasó por el Palacio Nacional a despedirse. Pronunció entonces unas palabras históricas que han quedado registradas en los anales de la más vergonzante adulonería. Dijo que nunca había visto ni volvería a ver un espectáculo tan democrático como el de esa transición de la bestia a la presidencia de la República. Era, en efecto —según sus propias palabras—, el más reconfortante espectáculo democrático que registraba su memoria. Pero Troncoso también pasaría a la historia como el presidente bajo cuyo gobierno el país le declaró la guerra a Japón después del ataque a Pearl Harbor.

Por lo demás, en las elecciones de 1942 se hizo realidad el sueño de las feministas trujillistas dominicanas: las mujeres adquirieron el derecho a voto, el derecho a votar por la bestia, desde luego, y votaron masivamente, unánimemente por la bestia. La rama feminista del Partido Dominicano se había fundado en 1940 y una de las más destacadas activistas respondía al nombre de Isabel Mayer, la gran amiga de la bestia, la prestigiosa Celestina en cuya casa de Montecristi la bestia anunció el inicio del corte, la matanza haitiana, una mujer de horca y cuchilla que se convertiría en la primera senadora dominicana. De hecho, su fama y prestigio sólo han sido parcialmente opacadas por las de Minerva Bernardino, la feroz hermana del monstruoso Felix W. Bernardino, la destacada diplomática, “el cerebro siniestro detrás del secuestro del catedrático de la Universidad de Columbia Manuel de Jesús Galíndez”.

(Historia criminal del trujillato [62])
Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.

Los inmigrantes 

Pedro Conde Sturla

29 octubre, 2021

Mis hermanas y yo —las hijas del conocido general Bonilla— no podíamos estar más contentas. El querido Jefe había vuelto a ocupar la presidencia de la República, que nunca debió abandonar, y permanecería en el cargo durante diez años inolvidables, entre 1942 y 1952. Hubiera podido retirarse después y disfrutar de su merecido reposo de guerrero, pero su sentido de responsabilidad y su amor a la patria iban más allá del deber cumplido, más allá de lo que nadie podía suponer. En consecuencia, para que el destino de la nación no volviera a torcer su rumbo, como lo había hecho tantas veces en nuestra historia, encauzó a su hermano Héctor por los senderos de la política y no descansó, no tuvo reposo hasta no verlo instalado, mediante elecciones libres, en la llamada silla de alfileres. La primera magistratura de la nación.

Nadie mejor que el generalísimo Héctor Bienvenido Trujillo Molina para sustituirlo. Un hermano y un hijo a la vez, su hijo hermano, el más cercano y afectuoso, el que más se identificaba con sus principios e ideales, con su titánica tarea de estadista.

Nada habría podido salir mejor. Un generalísimo en el poder y otro generalísimo gravitando como figura tutelar, ejerciendo su benéfica influencia, su autoridad moral para esquivar las jugarretas del azar, para evitar que el país volviera a ser víctima del azar. Para que el rumbo del país no se descarriara.

Al regreso del querido Jefe a la Presidencia, la nación empezó a encarrilarse casi de inmediato por la ruta del desarrollo. De la noche a la mañana surgieron fábricas de todo tipo en el sector industrial y agroindustrial. Fábricas de zapatos y fábricas de cemento, de alcohol, de pinturas, de baterías, incluso de armas para uso del Ejército, procesadoras de café y cacao, carne y leche, sal y aceite. Florecieron por igual las industrias textiles y manufactureras, las marmolerías, innumerables compañías dedicadas a la exportación e importación.

Hubo también un renacimiento y modernización de la construcción que dio origen a una nueva ciudad de sólidas edificaciones de bloques y cemento. Además, en el año de 1947 fue construido el monumental Palacio Nacional, un verdadero motivo de orgullo para todo el país y un motivo de asombro y hasta de envidia para el resto del mundo. El progreso se hacía sentir entre las grandes masas, que eran las que más se beneficiaban.

Más que una época de prosperidad, los años del querido Jefe en el poder fueron una época de felicidad. En su condición de estadista, puso siempre especial empeño en proyectar la imagen del país en los términos más favorables hacia el exterior. Se dedicó en cuerpo y alma a establecer tratados de amistad con naciones del lejano oriente, incluyendo a Japón y China, y hasta ofreció ayuda a Finlandia en su desigual contienda contra Rusia y se ofreció como mediador en el conflicto del Chaco, la guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay.

Algo a lo que el querido Jefe puso especial atención, y a lo que todos debemos estar agradecidos, fue al peligro haitiano. Conjurar el peligro haitiano y mejorar la raza, sobre todo en la frontera, fue su más grande anhelo. Fruto de esa preocupación, esos desvelos, fue la humanitaria naturaleza de la dichosa, la generosa iniciativa política de acoger en esta tierra a millares de europeos desplazados de sus tierras por la guerra civil española, la segunda guerra mundial y otras catástrofes.

A principios de los años cincuenta Ciudad Trujillo se convirtió en un hervidero de españoles y húngaros y ciudadanos de otras nacionalidades. Más tarde llegarían centenares de agricultores japoneses destinados, en su mayoría, a la zona fronteriza.

Los japoneses llegaron por primera vez a la deslumbrante Ciudad Trujillo el 26 de julio de 1956, a bordo del vapor Brazil Maru. Veintiocho familias, ciento ochenta y seis personas en total, que fueron trasladas casi de inmediato a Dajabón. Habían llegado a lo que ya se conocía internacionalmente como “El paraíso del Caribe” y se les había dotado con todas las comodidades. Una casa y trescientas tareas por familia, sesenta centavos diarios para cada miembro de cada familia, exoneración de impuestos gubernamentales a los artículos que los inmigrantes trajeran de Japón.

El asentamiento fue tan exitoso que los japoneses siguieron llegando en oleadas, hasta completar unas doscientas cuarenta y nueve familias compuestas por más de mil quinientos inmigrantes, que fueron ubicados en varios asentamientos a lo largo de la frontera con Haití, desde el extremo norte hasta el extremo sur de la isla, pero también en Constanza y Jarabacoa, en la misma Cordillera Central de la que nacen nuestros más importantes ríos. En poco tiempo el territorio nacional se poblaría de asentamientos agrícolas de japoneses, de numerosos españoles y húngaros que producirían prácticamente una revolución en la producción de alimentos.

Además, en su noble cruzada por mejorar la raza de los dominicanos, el querido Jefe trasladó a centenares de cibaeños blancos de los alrededores de Santiago —de sus lomas y montañas adyacentes— a la región de San Cristobal, donde la población era mayoritariamente de piel oscura.

El carácter solidario de la política exterior de la República a favor de los inmigrantes cosechaba aplausos en las más vastas regiones del globo, pero nadie estaba preparado para lo que sucedió en 1938 en la conferencia internacional que tuvo lugar en la ciudad francesa de Evian. Allí se reunieron del 6 al 15 de julio delegados de treinta y dos países para tratar de encontrar solución al drama o mejor dicho tragedia de los refugiados judíos alemanes. Todos los delegados se condolían, pero ningún país se mostraba dispuesto a aceptar refugiados. Cuando el delegado dominicano anunció la disposición del gobierno del país para acoger en las mejores condiciones a cien mil judíos, la audiencia recibió una especie de choque eléctrico. Era la más deslumbrante, generosa y sorprendente propuesta que jamás recibirían los judíos de cualquier país del mundo, una que dejó al mundo entero con la boca abierta y que consagró el singular carácter humanitario del gobernante que dio su nombre a la bien llamada Era de Trujillo.

Consagraría, asimismo, el carácter visionario del querido Jefe. La redistribución de los cibaeños blancos, la nueva sangre de los extranjeros españoles, húngaros, japoneses y los cien mil judíos diseminados por el territorio nacional habrían dado a la República una nueva y mejorada identidad racial. El Padre de la Patria Nueva se convertiría en el Padre de la Raza Nueva.

Lamentablemente, los judíos se mostraron ingratos o por lo menos indiferentes. Apenas unos tres mil se acogieron al ofrecimiento y no tuvieron motivos de arrepentirse. Fueron instalados en los predios de Sosúa en condiciones inmejorables. A cada uno le fueron entregadas trescientas tareas de tierra, casa, vacas, mulas y caballos.

(Historia criminal del trujillato [63])
Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.
Inmigración Japonesa a la República Dominicana
http://www.discovernikkei.org/es/journal/2015/11/13/dominican-republic/.


Meditaciones morales (1)

Pedro Conde Sturla

5 noviembre, 2021


En aquellos años felices en que el país se convertía en la Meca de miles de refugiados, no sólo repuntó la economía, no fue sólo una época de progreso material sino también espiritual, cultural, intelectual, literario. Una verdadera especie de renacimiento. La literatura y las artes plásticas florecieron como nunca habían florecido en el país. Los poetas cantaban a Trujillo, las poetisas cantaban a Trujillo, los estudiantes dedicaban sus tesis a Trujillo. Todos querían a Trujillo. Todos se turnaban para mostrar su lealtad y su amor a Trujillo.

Uno de los poetas que con más acierto recogió el sentimiento de desamparo que embargaba a los capitaleños cuando, por cualquier motivo, el querido Jefe faltaba a su cotidiano paseo vespertino por el malecón, escribió alguna vez estas palabras desconsoladamente poéticas que nos hacían vibrar de pura emoción:

“Qué tristes son, que solas, las tardes sin Trujillo.”

Mis hermanas y yo —las hijas del conocido general Bonilla—  nunca olvidaríamos esa época. Quizás la más gloriosa de la bien llamada era gloriosa. Muchos autores dominicanos alcanzaron entonces fama internacional, pero la figura más prominente de las letras dominicanas era mujer. Respondía al nombre de María Martínez. María Martínez de Trujillo, la amada esposa del querido Jefe, que hubiera sido también un fino escritor si se hubiese dispuesto a serlo y en cierta manera lo fue. De hecho, en el año de gracia de 1937 el querido Jefe dio a conocer un portentoso libro que llevaba su firma. Era un respetable volumen de 329 páginas, de esos que se paran solos, al decir de un prestigioso poeta contemporáneo. Tenía por título “Reajuste de la deuda externa” y desde el título anunciaba su importancia capital. Se trataba de un informe exquisitamente detallado y en el mejor estilo literario sobre asuntos jurídicos y legales. Un libro de pasmosa erudición que mostraba además el conocimiento del querido Jefe en torno a los más variados asuntos, incluyendo historia, economía, estadística. La obra colosal de un coloso, de un genio que concitó la envidia de muchos especialistas.

Sin embargo, y en honor a la verdad, desde el punto de vista literario las obras de María Martinez de Trujillo opacaban a las de todos sus contemporáneos.

Lo cierto es que cuando Doña María Martínez de Trujillo, nuestra venerada primera dama, empezó a escribir sus primeros ensayos nos dejó a todos con la boca abierta. La ilustre primera dama era una mujer culta, aficionada a la lectura y de una moral intachable, por supuesto, pero nada hacía sospechar que tenía semejante talento literario y tanto dominio de la filosofía. Semana tras semanas comenzaron de repente a aparecer en el prestigioso vespertino “La Nación” sus memorables y amenos escritos con el título de “Meditaciones morales”. Era cada uno mejor que el otro y concitaron de inmediato la más espontánea admiración. La primera dama se conocía al dedillo a los grandes pensadores clásicos y en cada entrega entablaba con alguno de ellos una especie de diálogo crítico. Nada humano le era ajeno, ningún conocimiento escapaba a su dominio. Disertaba magistralmente sobre uno u otro tema. El éxito fue tan abrumador que la primera dama se vio prácticamente compelida a recoger sus ensayos en un volumen que sería publicado en 1948 y que la lanzaría a la fama continental. Tanto así que sería prontamente traducido al inglés en 1954 por la editora newyorquina Caribbean Library con el título de “Moral Meditations”. Una soberbia traducción de René Rasforter.

Además, el doctor Joaquín Balaguer —que era un ferviente admirador de María Martinez y a la sazón ocupaba el cargo de embajador en México—, desde que tuvo conocimiento del proyecto puso especial empeño en darlo a conocer a sus muchos amigos y conocidos escritores. Uno de ellos, el célebre José Vasconcelos, quedó virtualmente deslumbrado y se ofreció humildemente a escribir un prólogo que sería como el engarce de una piedra preciosa. Un prólogo que lo dice todo. Pero no es María Martinez la que se honra, sino el propio Vasconcelos. En rigor, es mucho más lo que dice de él que de la autora del libro.

PRÓLOGO

Continuando una noble tradición literaria de su país, la señora María Martínez de Trujillo presenta en estas páginas de “MEDITACIONES MORALES” fuerte y sana doctrina para uso de las madres dominicanas. Desde luego es obvio que será benéfica esa doctrina también para todas las madres del continente hispánico. Suele la madre cuidar con esmero la ropa, el abrigo y los alimentos del pequeñuelo; pero hay pocas madres capaces de prestar atención eficaz al ser de espíritu que en cada niño aparece y aguarda desamparado la guía de sus ancestros. El cuidado moral del niño se cumple entonces inspirándole el amor de la conducta recta, el conocimiento de los principios que norman la vida de la conciencia.

Doña María Martínez de Trujillo pone de su cosecha buenos y claros consejos para cada una de las circunstancias de la conducta y en seguida, con tino singular, reafirma sus apreciaciones en textos escogidos de la obra de las más grandes mentalidades contemporáneas. Eça de Queiroz en su aspecto poco conocido de moralista, Pi Margall, Ricardo León, Zola, Francisco de Castro, Constancio C. Vigil, el gran moralista uruguayo; Cicerón y autores infantiles menos famosos desfilan por el texto de la autora, dándole prestancia. El lector, por otra parte, se sorprende al descubrir el (!con- ciones?) de la señora de Trujillo con los textos ilustres que comenta.

En nuestro ambiente literario tan escaso de literatura infantil que no sea producto de traducciones, el libro de la señora Trujillo contribuye a llenar ese vacío y está llamado a perdurar como lectura escolar de la más firme calidad.

Su moral es valiente, no niega, proclama la necesidad que toda moral tiene de ser cristiana para ser valiosa y fecunda; y moral sin laicismo es la única que merece pasar a manos de los niños. La alta posición social de la autora en su patria, añade autoridad a sus juicios; pero el libro vale de por sí, para todo el que lo lea sin preguntar la posición de quien lo escribe.

Aparece además en tiempo muy oportuno, puesto que una de las exigencias del momento presente es que la mujer intervenga en la vida pública y no precisamente para actuar en ella, pero sí para defender, dentro de la política, los intereses del hogar. El hombre abandona pronto la casa; la índole de sus tareas lo llevan a menudo, tan lejos, que la infancia se le vuelve un dulce sueño y nada más. Cuando le llega la hora de formar hogar propio el hombre cree cumplir si da atención económica y cariño, pero absorbido como está por las luchas de afuera, tiende a olvidar los deberes de mentor de los hijos. En cambio la mujer, más reconcentrada en la vida privada, tiene siempre delante la imagen del hogar ideal y la visión de los riesgos que lo amenazan desde el exterior.

El error del feminismo consistió en movilizar a la mujer para llevarla a competir con el hombre. aun en terrenos en que todas las ventajas estaban en su contra. El esfuerzo resultó infructuoso y dejó rencor y disgusto en hombres y mujeres. El feminismo moderno es muy distinto: no quiere mujeres como hombres, sino mujeres cabales. Y puesto que, tan mal lo hemos hecho los hombres, en las últimas décadas, por lo que hace a la administración de los asuntos públicos, es natural que la mujer sienta la obligación de venir a salvar lo que nosotros estamos dejando perecer: la riqueza de sentimientos del niño, riqueza de cuyo aprovechamiento dependen la paz y el futuro del mundo.

La mujer, en su gran mayoría, ha sabido mantenerse limpia y extraña a las corrupciones del tiempo, y se presenta ahora a las urnas, no precisamente para disputar el cargo de representante o de jefe, sino para exigir que sean bien escogidos los representantes y los jefes. La mujer como autora, y este es el caso de la señora de Trujillo, ya no se presenta incitando pasiones que no han menester de estímulo, sino recordando al niño y al hombre las exigencias del patriotismo, que tienen por base la intención y la fuerza de almas educadas en la austeridad y la rectitud. Gracias al esfuerzo de estas almas de selección, la sociedad no acaba, deshecha en la guerra sin cuartel, o hundida en las viciosas sensualidades de la decadencia.
José Vasconcelos.

(Historia criminal del trujillato [64])

Bibliografía:

Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.

Cómo los Trujillo entraron en la bibliografía literaria dominicana

Franklin Gutiérrez

(https://issuu.com/uprhumacao/docs/cuadrivium/s/11211459)


Meditaciones morales (2 de 2)

Pedro Conde Sturla

12 noviembre, 2021

“Meditaciones morales” (el libro de la españolita como todos le decían porque era blanca y bonita), se convirtió en un best seller, un verdadero éxito de venta. Las numerosas ediciones se sucedían unas tras otras sin que el interés del público diera señales de desfallecer. No sólo los intelectuales, sino también los empleados públicos mostraban un interés inusitado. Era el libro de moda, el que nadie quería quedarse sin leer, el libro que todos compraban y todos llegaron a tener, el libro con el que muchos se paseaban orgullosamente bajo el brazo. El libro del que todos hablaban. De hecho, los comentarios y reseñas que aparecían en los periódicos ocupaban páginas y más páginas, y la radio también se hacía eco del fenómeno.

Por su gran acogida, aparte de sus valores éticos y estéticos, no pasó mucho sin que fuera incorporado como libro de texto del bachillerato. Era la obra que mis hermanas y yo —las hijas del general Bonilla—, poníamos a leer a los estudiantes en las clases de moral y cívica y de lectura comprensiva en la Escuela Normal de Varones Presidente Trujillo y en el Instituto de Señoritas Salomé Ureña, las dos mejores escuelas del país.

En las brillantes páginas de “Meditaciones morales” desfilaban los nombres de los pensadores más ilustres, docenas de fragmentos escogidos de las obras de Séneca, Cicerón, Kempis, Lamartine, Emilio Zola y Juan Luis Vives, José Enrique Rodó, Isaac Gondin y tantos otros.

Con ellos se medía María Martínez en un continuo conversar profundo sobre filosofía, pedagogía, política, religión, todo lo relacionado con la moral, la generosidad, la pureza de alma y de corazón. María Martinez podía ser sublime, pero sin desdeñar los espinosos temas: la ira y la mentira, la traición, la maldad y otras bajas pasiones que alentaba a evitar.

No sólo la cultura de la fina dama era sorprendente, sino también el brillo de su prosa, pero sobre todo el hecho de que la altura de sus reflexiones se mantenía siempre al nivel de los autores que citaba, cuando no los opacaba ventajosamente.

Su pasmosa erudición nunca fue un lujo con el que se adornaba su personalidad, sino un instrumento de transformación. Todo lo puso esta dama al servicio de su pueblo. Ella, la que sería madre de dos hijos y una hija ejemplares (Ramfis, Angelita y Radhamés), se desvivió por inculcar a todos los hijos de todas las madres los valores con que crió a los suyos propios:

“¡Eduquemos, pues, a nuestros hijos, de manera que nos enorgullezcamos mañana de haber modelado sus almas a semejanza de Dios!

La paz de la conciencia es don divino porque nos prepara el camino de la dicha y nos acerca más al triunfo señalado por nuestro destino.

¡No hay buena ni mala suerte!... Las luchas, el buen proceder, la constancia o perseverancia, voluntad y alma diáfana, eso es todo en la vida; porque Dios nos creó iguales a todos y puso en todos su amor al lanzarnos a la vida. Unos escogimos un sendero; otros, otro y así triunfamos o fracasamos para luego decir: “mi mala suerte o mi buena suerte”.

A pesar de sus múltiples y filantrópicas ocupaciones como Primera Dama, María Martinez de Trujillo encontró tiempo para escribir y publicar otro libro que tuvo un éxito tan clamoroso como el primero y quizás más desde el punto de vista estrictamente literario. Era una obra de género más ligero en apariencia, una obra de teatro que tocaba sin embargo unos de los grandes temas de todos los tiempos, el de la amistad y la traición, la deslealtad y la envidia en un contexto universal: la simulación de los sentimientos. Su título es casualmente “Falsa amistad”, publicado en 1939, un ensayo escénico en dos actos y seis cuadros que no tiene nada que envidiarle a los más excelsos escritores satíricos, a las obras de los grandes dramaturgos de la Grecia Clásica.

La deliciosa comedia fue llevada a la escena con un enorme éxito de público por la famosa compañía teatral española María Montoya y presentada en los mejores escenarios del país. Nadie, prácticamente nadie, se quedó sin verla

El juicio del lúcido intelectual Juan Bautista Lamarche sobre esta joya de pura orfebrería literaria es de antología. Si “Meditaciones morales” representaba un hito en la historia del pensamiento filosófico y moralizador criollo, “Falsa amistad” anunciaba “el renacer del teatro dominicano”, los más auspiciosos “Signos de la nueva era”.

Junto a Lamarche, otros muchos hombres de letras exaltaron la trascendencia, el valor de la obra de la distinguida primera dama, su proyección al ámbito internacional, y organizaron de la manera más espontánea un movimiento para promover su candidatura al Premio Nobel de literatura de 1955. Una distinción similar habían recibido el querido Jefe y el Dr. Stenio Vincent, el presidente de Haití, en1936, al haber sido candidatos al Nobel de la Paz por la firma del tratado que zanjó el problema de la cuestión fronteriza.

Sin embargo, desde el momento en que las obras de Doña María Martinez de Trujillo aparecieron en el escenario nacional y empezaron a cosechar triunfos tras triunfos, las lenguas de los envidiosos empezaron a salivar todo tipo de calumnias. Al árbol que da frutos todos le tiran piedras.

Como de costumbre, la envidia, la envidia que todos saben que se esconde en el corazón humano como una víbora en su agujero, la envidia que al decir de Quevedo es tan flaca y amarilla porque muerde y no come, la envidia que le impide al envidioso tener un corazón tranquilo y que le impide ser feliz y envidioso a la vez, la envidia que como decía J. K. Rowling engendra rencor y el rencor que genera mentiras se cebaron, se ensañaron encarnizadamente contra la obra y el honor de la familia Trujillo Martínez.

Los más cobardes detractores esparcieron desde el principio un rumor maligno. José Almoina Mateos, un exiliado gallego que el querido Jefe había recibido en el país con los brazos abiertos —preceptor de su hijo Ramfis Trujillo y confidente de la misma María Martínez—, habría sido el autor, el muy remunerado y supuesto autor de las obras que se le atribuían a ella. Aún más indignante era el rumor, la acusación indigna de que el ilustre escritor mexicano José Vasconcelos había cobrado una millonada por escribir el prólogo de “Meditaciones morales” y que el intachable Dr. Joaquín Balaguer habría sido el encargado de negociar el precio y canalizar el pago.

La campaña de infamias no parecía tener límites. El más retorcido argumento que pudieron inventarse para denigrar o tratar de denigrar a la Primera Dama pretendía identificar en las iniciales del libro “Falsa amistad” el nombre del verdadero autor. “Fue Almoina” el autor y no María Martínez, decían sus detractores.

El más perverso de todos los rumores, quizás la más baja y pervertida insinuación, la más maligna invención tenía que ver con el argumento de “Falsa amistad”. María Martínez, al parecer, habría querido castigar, zaherir la inconducta de una supuesta amiga, la intachable esposa de un intachable funcionario que se acostaba o coqueteaba con el querido Jefe.

Los detractores del querido Jefe pretendían y todavía pretenden hacernos creer que tanto él como su dilecto hermano Héctor se refocilaban con las esposas de los funcionarios civiles y militares, e incluso con las hijas y las hermanas, y que algunos eran tan atentos, tan amables y tan serviciales que al querido Jefe se las ofrecían o prestaban de buena gana.

“Honi soit qui mal y pense”, dice en el escudo de armas del Reino Unido. Vergüenza sea para quien mal piense, para todos los que tienen el pensamiento sucio o mejor dicho podrido.

(Historia criminal del trujillato [65])
Bibliografía:

Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.

Cómo los Trujillo entraron en la bibliografía literaria dominicana

Franklin Gutiérrez

(https://issuu.com/uprhumacao/docs/cuadrivium/s/11211459)


El círculo del poder (1)

Pedro Conde Sturla

19 noviembre, 2021



BODA TRUJILLO / MACLAUGHLIN ; 1959
Boda  de  Hector  Bienvenido  Trujillo  ( Negro )      " Presidente de la República " y  Alma McLaughlin.
A la izquierda Rafael Leónidas Trujillo , padrino del enlace matrimonial.
Palacio Nacional de la Republica.
Ciudad Trujillo , República Dominicana.
12 de diciembre 1959, 
Fuente : Life Magazine / Hank Walker .
IMÁGENES DE NUESTRA HISTORIA.

NOTA.
De izq. a derecha Rafael L. Trujillo M. a su lado el niño podría ser Ramoncito Berges Ruiz nieto de Japonesa Trujillo M. de Ruiz, al fondo Felix W. Bernardino y a su lado Luis Ruiz Trujillo, Alma Maclaughlin Simo y Hector B. Trujillo Molina y de perfil el hermano mayor Virgilio Trujillo Molina en el Salon de Embajadores del Palacio Nacional.
Cristobal Perez Siragusa / EPD.

Tomado de IMÁGENES DE  NUESTRA HISTORIA



La tercera reelección de la bestia como presidente de la República Dominicana —en el gracioso año de 1942— coincidió en gran parte con la segunda guerra mundial y con un período de bonanza económica, sobre todo para la bestia y su familia. La constitución había sido revisada y modificada y el período presidencial había sido extendido de cuatro a cinco años. Además, el cargo de vicepresidente fue abolido, se ampliaron discrecionalmente los poderes del mandatario para declarar el estado de emergencia y su querido hermano Negro ostentaba el cargo militar más importante, el de secretario de guerra, de marina y de aviación y de cualquier otra cosa que hiciera falta.

La situación era, como quien dice, inmejorable en aquella época de oro. La bestia infundía cada día más respeto y cada vez mas pavor, incluso entre sus más fieles cortesanos. La relación con sus servidores, a excepción de unos pocos, continuaba y continuaría siendo la misma. Un permanente tira y jala. Una política de atracción y rechazo, de premios y castigos. Los mantenía, como de costumbre, en un permanente estado de incertidumbre, una permanente disputa entre ellos mismos, en permanente disputa por el favor que les dispensaba. Una eterna zozobra. Con razón o sin ella decía Virgilio Díaz Ordoñez que “un cargo público era un suspiro entre dos sirenazos”.

Con algunos de sus allegados —como el coronel Charles McLaughlin, que se convertiría en suegro de su hermano negro—, mantuvo una relación especial. McLaughlin fue, de hecho uno de los consejeros y asociados más valiosos que jamás tuvo la bestia. El coronel había venido al país como sargento con las tropas de ocupación de 1916 y se había aplatanado. Se fue y volvió, la bestia lo premió con un cargo de coronel en las fuerzas armadas y la suerte lo premió con una distinguida esposa criolla de origen inglés: Zaida Simó Clark. Una de sus hijas, la muy agraciada Alma McLaughlin, se hizo famosa por su largo e intenso noviazgo de veintidós años con Negro Trujillo.

El tórrido romance había iniciado en el año de 1937 y durante el tiempo que duró, Negro Trujillo dio muestras de una constancia amorosa fuera de serie. Todas las noches, casi todas las noches, Negro acudía impecablemente vestido y posiblemente con un ramillete de flores en las manos a la mansión McLaughlin-Simó de la calle Doctor Delgado a profesar su amor imperecedero por la dulce Alma. Habían querido casarse en los mismos días en que se conocieron, pero la boda se posponía año tras año. La impedía el amor filial, la devoción de Negro a su anciana madre, las expresas órdenes del generalísimo... Por su condición de hijo menor, Negro Trujillo tenía el sagrado deber de vivir junto a su madre y cuidar amorosamente de ella: la llamada Excelsa Matrona Julia Molina de Trujillo. Mientras tanto, para matar el tiempo, Negro se entretenía y consolaba con las esposas de sus oficiales y con cualquier mujer que se le pusiera al alcance de la mano.

Cuando por fin se casaron (el 12 de diciembre de 1959) él era presidente putativo, tenía 51 años y ella 38, la Excelsa Matrona tenía 93 y la era gloriosa tocaba a su fin.

Dicen las buenas y malas lenguas que Negro y Alma se enteraron de la fecha de su matrimonio por un anuncio que salió en un periódico una semana antes de la ceremonia. La bestia les había dado su bendición y su permiso para casarse, aunque no les dio permiso ni para fijar la fecha del glorioso enlace matrimonial.

En la boda (celebrada en el Salón de Embajadores del nuevo Palacio Nacional)se congregaron mil seiscientos invitados, la crema y nata de la alta suciedad. Todos los hombres llevaban una impecable corbata blanca y trajes formales de la más estricta formalidad. El testigo del novio, el llamado best man o mejor hombre, fue por supuesto el generalísimo, la misma bestia en persona. Según las crónicas de la época, Alma desfiló bajo un arco de espadas y Negro la recibió en el altar con su habitual galantería. Un espectáculo deslumbrante, que pondría roja de envidia a Maria Martínez de Trujillo. Negro era presidente y Alma sería primera dama, igual que ella y la matrona excelsa.

El flamante suegro de Negro Trujillo se había convertido para esa época en uno de los más estrechos asociados de la bestia y del mismo Negro Trujillo. No era un simple hombre de paja, un testaferro, era un consejero (o mejor dicho un consigliere), un militar con libertad de movimiento que de seguro mantenía las mejores conexiones con el imperio, casi una línea directa. Las relaciones entre McLaughlin y la bestia eran muy especiales y no estaban probablemente sujetas, por lo menos hasta un cierto punto, a sus vaivenes temperamentales.

Crassweller lo define como un asistente y un confidente, un oficial que se mantuvo activo en lo que respecta a cuestiones militares y que le prestó en este sentido a la bestia servicios inestimables. Fue además un habitual compañero de viaje, un miembro prominente de su corte personal, del llamado círculo interior que rodea a todas las personas con poder.

Pero Charles McLaughlin era además y sobre todo un marine, el arquetipo del marine que la bestia admiraba y quería ser, alguien que le traía el placer de la nostalgia —como dice Crassweller—, sus días de entrenamiento en un campamento militar. Sus años de entrenamiento en un campamento militar de la Guardia Nacional formada por el gobierno de ocupación yanqui. La bendita y dichosa ocupación yanqui a la cual se lo debía todo.

Paradójicamente Charles Mclaughlin llegó a ser, entre muchas otras cosas, presidente administrador de la Compañía Dominicana de Aviación (CDA), “la línea bandera nacional”. Allí trabajaba como piloto un personaje llamado Lorenzo Berry, alias Wimpy, que había venido al país a servir a la bestia (contrabandeando aviones de guerra) y terminó formando parte del complot que se orquestó para darle muerte. Tenía un supermercado —el único de la capital— en la Avenida Bolívar casi esq. Pasteur, que se convirtió en un importante punto de encuentro de los conspiradores: El Supermercado Wimpys —con aire acondicionado central— del suntuoso barrio de Gascue.

(Historia criminal del trujillato [66])

Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.
Cómo los Trujillo entraron en la bibliografía literaria dominicana
Franklin Gutiérrez
(https://issuu.com/uprhumacao/docs/cuadrivium/s/11211459)
DOMINICAN REPUBLIC: Presidential Wedding
(http://content.time.com/time/subscriber/article/0,33009,865135,00.html)
Juan Ventura, “El cuadragésimo quinto presidente RD: general Héctor Bienvenido Trujillo Molina”.
(https://acento.com.do/opinion/cuadragesimo-quinto-presidente-rd-general-hector-bienvenido-trujillo-molina-8461928.html)
Fernando Infante. La Era de Trujillo. Cronología histórica. 1930—1961, tomo II.
Santo Domingo, Editora Collado, 2007, página 750.

El círculo del poder (2): El ascenso de Paulino

Pedro conde Sturla

26 noviembre, 2021

Anselmo Paulino Álvarez

La bestia tenía buen ojo para elegir a sus servidores, igual que para el ganado. Elegía con fino acierto a los mejores juristas, a los mejores administradores, a los peores asesinos. Supo elegir también o asociarse a hombres con capacidad empresarial que le ayudaron a crear y dirigir sus múltiples negocios. Uno de sus grandes asesores en materia económica, alguien que lo había conocido y tratado desde antes de llegar al poder y que sobreviviría a su caída, era José María Bonetti Burgos, alias Santanita. Se dice que tanto él como su hermano Ernesto fueron los que apadrinaron a la bestia, los que lo presentaron en sociedad cuando fue trasladado a la capital en 1924 y era todavía coronel de la policía.

Crassweller describe a Bonetti Burgos en términos casi elogiosos, como una persona de recia personalidad y sin los defectos de carácter que eran comunes a otros servidores. Llegó a ser diputado, secretario de Estado de la Presidencia, secretario personal de la bestia y más o menos frecuente compañero de viaje. Pero Bonetti Burgos —al decir de Crassweller— no tenía ambiciones políticas y si las tenía prefería disimularse. Era, sobre todo, un hombre de negocios, entregado a los negocios y preferentemente a los negocios. En calidad de hombre de negocios, asesor y asociado de la bestia logró, a diferencia de la mayoría, mantenerse en la cuerda floja del poder. Mantener estable o más o menos estable su productiva relación con la bestia durante todo su régimen.

Sin embargo, ningún otro servidor tuvo para la bestia la importancia casi desproporcionada que llegó a tener Anselmo Paulino Alvarez, sobre todo en materia económica. Nadie, en la corte de la bestia, llegó a acumular el poder y la influencia de Paulino ni a ejercer la prepotencia de la manera en que lo hizo.

Dicen que cuando Negro Trujillo era presidente de la República y le preguntaban y le pedían ciertas cosas, respondía un poco a la manera de Peynado, escurriendo el bulto. Decía que no sabía nada, que no podía hacer nada, que él sólo era presidente. Paulino, en cambio, hacía uso discrecional del poder, tenía iniciativa propia, ordenaba, resolvía, y quizá en algún momento se creyó equivocadamente imprescindible.

La influencia de Paulino sobre la bestia se tradujo en la creación y eficiente administración de un importante número de empresas y un ambicioso programa de expansión económica, desarrollo industrial y comercial que convirtió a la bestia en el dueño de casi todas las riquezas de país. Algunas de esas empresas eran monopolios y no se permitía la competencia, y cuando algo andaba mal y empezaban a dejar pérdidas se vendían jugosamente al Estado.

Paulino no se ocupaba solamente de economía y de los grandes asuntos del gobierno, podía viajar por órdenes de la bestia a Filipinas para comprar un ingenio azucarero y podía viajar por órdenes de Angelita (la hija mimada de la bestia) a comprarle ropa a Nueva York. Ningún asunto del Estado le era ajeno. Paulino fue el hombre en que la bestia delegó su confianza para zanjar a golpe de papeletas el conflicto diplomático que había surgido entre Santo Domingo y Haití a raíz de la matanza haitiana, y en 1941 fue negociador para la compra del National City Bank, que se convertiría en el Banco de Reservas de la República Dominicana. Era, pues, un servidor multifacético y un adicto al trabajo.

Anselmo Paulino representaba, de muchas maneras, el polo opuesto de Peña Batlle. Carecía de formación intelectual o militar y no parecía sentir ningún tipo de fobia o animadversión hacia los haitianos. Había nacido en Montecristi y se había criado en la frontera, en contacto permanente con los habitantes del otro lado, hablaba con fluidez el creol y se había casado con una haitiana llamada Andree, que le rendía culto a los luases tutelares del santoral vudú y tenía poderes. Paulino había perdido un ojo, le habían puesto uno de vidrio y le decían el tuerto, por supuesto, pero también le decían el ojo mágico y también tenía poderes o por lo menos se los atribuían, que viene siendo lo mismo en el imaginario popular. El hecho es que Anselmo Paulino lo veía todo, lo escuchaba todo y lo sabía todo. Mucha gente juraba que el influjo que ejercían él y su esposa sobre la bestia a través de los infalibles rituales mágicos del vudú había sido el factor determinante en los logros de sus grandes éxitos. De hecho, la misma bestia —según se comentaba— era un devoto de lua Candeló, un espíritu del fuego cuyo distintivo es el color rojo. Por eso la bestia exhibía con frecuencia un pañuelo de ese color en su vestimenta y recibía protección.

La carrera de Paulino no fue precisamente meteórica. Consiguió lo que consiguió en un lapso de veinte años, escalando posiciones, una tras otra, pero a un ritmo sostenido y demostrando extraordinarias habilidades en la solución de problemas políticos, económicos y diplomáticos. Su primer cargo en el gobierno —gracias a los buenos oficios de su padre, que era alcalde del Distrito Municipal de Restauración—, fue el de cónsul en Cabo Haitiano. Después sería embajador de Haiti y gobernador de la Provincia Libertador. En 1943 fue nombrado en el delicado cargo de comisionado especial en la frontera y finalmente, en 1947, empezó a formar parte del codiciado gabinete del gobierno como secretario de Interior y Policía.

En 1949 fue nombrado secretario de estado sin cartera, luego supervisor de la Policía Nacional y carreteras, luego inspector general del poder ejecutivo. También ostentó el rango más o menos honorario de general de brigada y estuvo en el congreso como representante de la provincia Libertador (Dajabón). Para esa época tenía 39 años y la vida le sonreía.

Sin embargo —como dice Crassweller— nada era tan simple, ni siquiera para Paulino, en la era de la bestia. Paulino, de repente, fue relegado a un puesto de menor importancia, como sucedía regularmente con casi todos los servidores del régimen.

Poco tiempo después, todos los cargos que le habían conferido en 1949 fueron confirmados y desde 1951 hasta 1954 ejerció —como dice Crassweller— el poder en nombre de La bestia hasta el punto de que su voz llegó a ser o confundirse con la voz de la propia bestia.

Paulino lo tenía todo en ese momento y de seguro sentía que el mundo estaba en sus manos, pero había perdido —como Macbeth— el derecho al sueño, aunque por razones diferentes. No era la conciencia lo que le impedía dormir o dormir tranquilo. La bestia podía llamarlo y lo llamaba a cualquier hora y lo presionaba constantemente. De tal suerte, Paulino había hecho instalar teléfonos hasta en el baño de su casa para poder responder a sus intempestivos reclamos, órdenes, solicitudes. Y se sobresaltaba de tal manera que una vez, mientras se duchaba, sonó el timbre y Paulino procedió con tal torpeza o nerviosismo que se rompió un diente al llevarse el auricular al oído.

(Historia criminal del trujillato [67])

Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.
Crónica del presente — El Nacional

(https://elnacional.com.do/cronica-del-presente-190/ de

Reynaldo R. Espinal, , “Anselmo Paulino Álvarez: Ascenso y caída del principal valido de Trujillo” (2-2)

(https://acento.com.do/opinion/anselmo-paulino-alvarez-ascenso-y-caida-del-principal-valido-de-trujillo-1-2-2-9007765.html).

El círculo del poder (3): El ascenso de Paulino

Pedro Conde Sturla

4 diciembre, 2021


Anselmo Paulino no había tenido una vida fácil. Nada era fácil en la desolación de aquella región prácticamente despoblada en el límite fronterizo de la llamada linea noroeste. Paulino sólo cursó la escuela de educación primaria donde apenas adquirió conocimientos elementales. Lo que nunca le faltó fue inteligencia, una aguda y quizás extraordinaria inteligencia y un sentido práctico, pragmático, por lo menos superior al promedio y una total falta de escrúpulos, que era quizás su más valiosa virtud. Lo demás lo aprendería en la universidad de la vida en la medida en que se aguzaba su instinto de supervivencia, mientras desempeñaba variados oficios. Alguna vez fue dependiente en algún colmado o almacén en la diminuta localidad fronteriza de Restauración (fue en esa época que, según se dice, perdió el ojo cuando le salpicó un chorro de salmuera al abrir un barril de macarela), luego ascendió a chofer de camión, empezó a viajar con frecuencia a Santiago y la capital, a familiarizarse con el mundo que existía más allá de La línea, la línea noroeste. Pero su mayor golpe de suerte fue entrar al servicio de Isabel Mayer, la que sería de alguna manera dueña política de Montecristi y se convertiría en la Celestina y cancerbera favorita de la bestia. En casa de Isabel Mayer se conocieron Paulino y la bestia y todo parece indicar que desde el primer momento surgió entre ellos una especie de afinidad o simpatía o entendimiento, como quien dice amor a primera vista. Paulino había nacido en 1909, pero volvió a nacer ese día. El día en que conoció al monstruo al que dedicaría en cuerpo y alma los mejores años de su existencia. El hombre al que serviría incondicionalmente y al que debería el poder y la fortuna que acumularía en su larga carrera de insaciable trepador, el hombre del que se convertiría en mano derecha, portavoz y alter ego, y que alguna vez pensó quizás en sustituir o suplantar.


Tenía 23 años cuando lo nombraron cónsul en Cabo Haitiano, gracias a sus conocimientos de creol y francés. El cargo parecía insignificante y sin duda lo era, pero Paulino se dio a valer y le prestó un servicio importante a la bestia, logrando que las autoridades haitianas exilaran a los exiliados dominicanos que vivían en la región a una remota y pequeña comunidad, el poblado costero de Jérémie, donde quedaron prácticamente aislados, incomunicados y a más prudente distancia de la frontera.

Además, fue en Cabo haitiano que conoció a Madame Andree García, haitiana de familia influyente y de fino linaje que sería su primera esposa, su inefable confidente espiritual, la sacerdotisa del vudú de cuyos poderes obtendría tantos beneficios.
Para la boda escogió a la bestia como padrino, algo que no era opcional, sino más bien obligatorio, y el afortunado evento contribuiría, más que muchas otras cosas, a fortalecer las relaciones entre ambos. Como dice Crassweller —y como todos sabían y repetían —, de las creencias mágico religiosas derivaría en gran parte la afinidad entre Paulino y la bestia. Paulino era un creyente sincero, un iniciado, un practicante de oscuros y extraños ritos y rituales, alguien que junto a toda su familia había absorbido desde su nacimiento lo que Crassweller describe poéticamente como coloridas supersticiones de las colinas y valles de Haití. Más temprano que tarde le endilgarían a Paulino exóticos apodos. Le llamarían brujo, le llamarían piogán, que es una plaga que ataca a los cultivos de batata, le llamarían magia negra, le llamarían rayano, que es una forma despectiva de referirse a los habitantes de la frontera o de llamarle haitiano.

El hecho es que muy pronto empezarían a lloverle cargos y nombramientos y todo tipo de encomiendas que cumpliría a carta cabal. Empezaba a tener fama y poder y su fama empezaba a precederlo, y en la misma medida en que ganaba fama y poder se iba volviendo altanero, arrogante, e iba ganando ojeriza. A la larga terminaría haciéndose de un selecto fan club de poderosos enemigos.Virgilio Álvarez Pina, Paíno Pichardo y muchos altos oficiales se contarían entre ellos. Pero también se ganó el desafecto, el odio limpio y desnudó de los miembros de la misma familia de la bestia, empezando por la celosa primera dama.
Dice Crassweller que Paulino era un hombre notable en muchos sentidos, que era un mulato claro (o quizás, mejor dicho, un indio lavado como se dice por estos predios), que físicamente era una persona que no pasaba desapercibida y que tenía las características externas aunque no internas de un matón. Esto último parece de alguna manera exagerado, pero lo cierto es que —un poco menos por su altura que por su anchura— era un tipo imponente. Una especie de cachalote o algo parecido. Se le atribuían 250 libras de peso, pero en las fotos que se conservan parecería por lo menos de 300 o 350. No era un gordo fofo como Logroño (ni llegaría a pesar nunca lo que pesaba Logroño), sino más bien macizo, sólido, más cuadrado que redondo, de carnes y huesos firmes.

Paulino era además un personaje siniestro y de muchas maneras impresionante e intimidante. Impresionaba en primer lugar el ojo, el ojo de vidrio que nunca lograba disimular por completo detrás de su gafas oscuras y que parecía tener vida propia, el ojo mágico que traspasaba las paredes y las distancias y todo lo veía. Impresionaba e intimidaba a la vez su corpulencia, su talante y corpulencia.

Dice Crassweller que su piel morena, brillante, tersa, daba a todos aquellos que eran convocados a su despacho la viva sensación de una amenaza nítida y sebácea, sebosa, seborreica.
Mientras paulino se asomaba y derramaba pesadamente su corpulenta y voluminosa humanidad detrás de su escritorio, muchos de los visitantes voluntarios o involuntarios no podían dejar de sentirse inquietos al escuchar el tono siempre desagradable de su voz y las preguntas tramposas y mucho menos al advertir el movimiento caprichoso del ojo maligno. Además, por si las dudas, Paulino andaba siempre armado, con un par de pistolas que llevaba colgando simétricamente de la cintura en lo que Crassweller llama “fundas gemelas”.
(Historia criminal del trujillato [68])

Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.
Crónica del presente — El Nacional
(https://elnacional.com.do/cronica-del-presente-190/ de fo
Reynaldo R. Espinal, , “Anselmo Paulino Álvarez: Ascenso y caída del principal valido de Trujillo” (2-2)
(https://acento.com.do/opinion/anselmo-paulino-alvarez-ascenso-y-caida-del-principal-valido-de-trujillo-1-2-2-9007765.html)
Victor Gómez Bergés
https://tribunalsitestorage.blob.core.windows.net/media/10423/palabras_vgb_anselmo_paulino_alvarez_241017.pdf
Anselmo Paulino…
(https://hoy.com.do/anselmo-paulino-3/)

El círculo del poder (4): El ascenso de Paulino

Pedro Conde Sturla

11 diciembre, 2021

Anselmo Paulino Álvarez y la bestia eran almas gemelas. Había entre ellos —como ya se ha dicho— una gran afinidad, una empatía profunda y algo parecido a una gran amistad, a una especie de complicidad, de espiritualidad criminal. Lo cierto es que tenían muchas cosas en común. Ambos venían de abajo, aunque no tanto él primero como el segundo, y las estrecheces económicas del medio en que se criaron —aparte del rechazo y las humillaciones que de seguro recibieron—, dieron origen a un exacerbado resentimiento social y a una sed de revancha que saciarían, si algunas vez la saciaron, desde las alturas del poder.


Paulino era (o se volvió cuando pudo) dominante en grado extremo, era prepotente, altanero, alguien que encajaba a la perfección en todas las definiciones de la palabra arrogante. La dominante arrogancia natural que le atribuye Crassweller.

Con la bestia compartía desde luego el desmesurado amor por el poder y el dinero, la vanidad sin límites, la codicia y la lujuria, la fascinación por la fina ropa y el buen vestir. La ostentación del lujo y la riqueza, el boato, la pompa iban de la mano con su obsesión por los uniformes y todos los símbolos de la autoridad. Hay quien dice que Paulino tenía entre trescientos y quinientos trajes e innumerables zapatos y corbatas en su guardarropa, e incluso un bicornio emplumado como el que usaban la bestia y su hermano Negro. Un improbable y ridículo bicornio emplumado que —supuestamente y sólo supuestamente— se atrevió a exhibir en algunas ocasiones solemnes.

Al igual que la bestia, Paulino era un incurable, un enfermizo mujeriego. La bestia tenía un harén, una cantidad indeterminada de mujeres de reserva diseminadas en la capital y varias ciudades del país. Si se le antojaba cualquier otra que no formara parte de la colección (lo cual, ocurría a menudo), sólo tenía que señalarla con el dedo y mandarla a buscar, pero a veces sus mismos cortesanos le ofrecían sus hijas o la bestia se las pedía con su particular manera de pedir. Además, tanto Trujillo como su hermano Negro disponían ocasionalmente de las esposas de sus oficiales y funcionarios. No era sorprendente ni extraño, aunque sí discretamente escandaloso, que en alguna de las muchas fiestas que se celebraban en esa época, después de abundantes libaciones y bailes, la bestia se hiciera acompañar, a la salida, de la feliz consorte de alguno de los felices invitados.

Paulino quizás nunca tuvo las intenciones y tampoco el poder para cometer ese tipo de bellaquerías, pero también llegó a tener un respetable número de amantes o queridas, en su mayoría haitianas. Amantes o queridas jóvenes y fogosas y desde luego robustas, prácticamente irrompibles, capaces de resistir el peso y el volumen, la corpulenta humanidad que a manera de aplanadora derramaba sobre ellas.

La cosa más común que tenían en común Paulino y la bestia era la costumbre, el impulso obsesivo y compulsivo de humillar a sus propios servidores, el placer que les proporcionaba humillar a sus propios servidores, sobre todo si eran de clase alta, sobre todo si eran profesionales y de algún tipo de prestigio. A Jesús María Troncoso, cuando era director de desarrollo, Paulino lo trataba peor que a los camioneros que recibía en su despacho, le decía mentiroso, lo irrespetaba menos que a un muchacho de mandado y se divertía haciéndolo.

La gran habilidad de Paulino consistió en aplicarse al trabajo productivo en beneficio de la bestia y en el suyo propio, desplegando —como dice Crassweller— toda su inteligencia, su asombrosa memoria, una memoria fotográfica y su prodigiosa capacidad de trabajo. Paulino no parecía conocer el descanso, no parecía conocer la fatiga y se mantenía ajeno a cualquier tipo de diversión. Subrepticiamente organizó su propia maquinaria de gobierno y su propio servicio de inteligencia, de espías personales en los altos y medios estratos sociales, hasta el punto de llegar a convertirse en el hombre mejor informado del país y en el mejor informante de la bestia. De hecho, Trujillo prácticamente se desayunaba con el menú de noticias y chismes que le preparaba Paulino todos los días, algo que incluía informaciones sobre funcionarios de la capital, de gobernadores de provincia e incluso del exterior. En algún momento de su vida la bestia llegó a considerar que Paulino era indispensable, quizás insustituible.
Paulino llegó a tener influencia y poder sobre los estamentos militares y contribuyó a levantar y administrar un emporio económico. Nadie le dedicó a la bestia tantos sacrificios, tantas horas de sueño y calidad de vida. Nadie como él llegó a subir tan alto en la estimación y confianza de la bestia, nadie tuvo en sus manos los medios que tuvo Paulino, nadie concentró a su alrededor el poder que concentraría Paulino. Cierto es también que nadie como él fue tan generosamente retribuido.

Anselmo Paulino Álvarez —dice Crassweller— no tenía conciencia. Era un calculador frío, un alma de hielo. Cosechó beneficios a la más grande escala y logró incontables ganancias con el otorgamiento de licencias y permisos que se establecieron durante la segunda guerra mundial. Además, y aunque parezca increíble e increíblemente atrevido, Crassweller afirma que algunos agentes de Paulino cobraban sin registro escrito ciertas sumas destinadas a la cuenta de la bestia que se desviaban en el camino e iban a parar a sus manos. A manos de Paulino. Lo cierto es que de un modo u otro hizo una gran fortuna.

Paulino, en fin, desplegó las más finas artes para mantenerse en la corte de la bestia como el indiscutible favorito, pero se enemistó al mismo tiempo con todos los que la rodeaban. La popularidad de este hombre siniestro era inversamente proporcional a la altura que había escalado. Lo odiaban todos o casi todos los miembros del gobierno, los militares no lo soportaban, los líderes políticos no lo podían ver. Paíno Pichardo y Cucho Alvarez Pina —dos de los más notables cortesanos— lo detestaban tanto como él a ellos. Se hablaba incluso del “cuchipaineo” para definir el accionar de estos oscuros personajes en la vida política del país y contra Paulino en particular. Pero la bestia lo defendía.

Para peor, tanto Ramfis como Negro, el hijo dilecto de la bestia y su dilecto hermano tampoco lo toleraban. Se quejaban constantemente del comportamiento prepotente de Paulino. Pero la bestia lo defendía.

La que más odio le tenía era, probablemente, la primera dama, la prestigiosa escritora María Martinez de Trujillo. Pero la bestia lo defendía contra viento y marea, incluso disfrutaba provocando escenas de celos, provocando —como dice Crassweller— animosidad entre Paulino y María Martínez, deleitándose perversamente con lo que sucedía. La María rabiaba hasta más no poder, le decía maldito tuerto, y en una ocasión lo botó de la casa. Pero la bestia defendía a Paulino, siempre lo defendía. Hasta que un día dejó de defenderlo.

Paulino triunfaría en todo lo que se propuso, escaló poco a poco la segunda cima del poder, hasta que ocurrió lo inevitable, lo que para él parecería impensable. Triunfo tras triunfo —como dicen que se decía en esa época— lo conducirían a La Victoria. La cárcel de La Victoria.

(Historia criminal del trujillato [69])

Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.
Crónica del presente — El Nacional
(https://elnacional.com.do/cronica-del-presente-190/
Reynaldo R. Espinal, , “Anselmo Paulino Álvarez: Ascenso y caída del principal valido de Trujillo” (2-2)
(https://acento.com.do/opinion/anselmo-paulino-alvarez-ascenso-y-caida-del-principal-valido-de-trujillo-1-2-2-9007765.html)
Victor Gómez Bergés
https://tribunalsitestorage.blob.core.windows.net/media/10423/palabras_vgb_anselmo_paulino_alvarez_241017.pdf
Anselmo Paulino…
(https://hoy.com.do/anselmo-paulino-3/)
El “cuchipaineo” de Hipólito y Danilo, las obras públicas y la JCE
https://prensalibrenagua.blogspot.com/2016/10/el-cuchipaineo-de-hipolito-y-danilo-las.html

El círculo del poder (5): El derrumbe de Paulino

Pedro Conde Sturla 

8 enero, 2022

Anselmo Paulino Álvarez probablemente nunca tuvo indicios de que había caído en desgracia. El ojo mágico que todo lo veía y todo lo sabía le falló en el momento en que más falta le hacía, no pudo ver el abismo que estaba a punto de abrirse bajo sus pies. Y lo peor es que quizás había sucedido porque en esa época ya se había divorciado de Madame Andree García. El divorcio de la Madame haitiana y su matrimonio con Maria Alida Aguilar debilitaron —como todos sabían y decían— sus vínculos con el vudú y contribuyeron a su desgracia.

Nadie como él había perseverado en la gracia, en el favor y la gracia del querido jefe, nadie como él se había encumbrado tanto al servicio de la bestia y nadie caería de forma tan abrupta y desde tanta altura como cayó Paulino, al cabo de más de veinte años de exitosa carrera de trepador político. Cayó como guanábana, cayó exactamente como una guanábana madura.

Cayó desde la más alta cima, del más encumbrado pedestal, cayó de la gracia del Jefe, pero no hizo plof ni hizo plaf. Hizo un ruido terrible, el ruido sorpresivo de un bombazo que se escuchó y se sintió en todo el territorio, estremeció literalmente al país político.
Y sin embargo, todo parecía estar bien o mejor que nunca entre Paulino y la bestia, en especial durante los últimos meses. De hecho, la buena estrella de Paulino parecía brillar en el firmamento con mayor intensidad en el momento de su derrumbe. Apenas unas semanas antes, en el mes de junio de 1954, la misma bestia lo había enviado a España a ultimar los pormenores de un viaje que la bestia realizaría por invitación de su amigo Francisco Franco, el generalísimo caudillo por la gracias de Dios, a quien Paulino conoció personalmente. Después había regresado al país para hacerse cargo del gobierno durante la ausencia de la bestia.

Por si fuera poco, Paulino había sido uno de los pocos llamados, de los pocos elegidos para formar parte de la selecta comisión de hombres públicos que poco tiempo después asistió al Vaticano con motivo de la firma del Concordato, el flamante tratado internacional de colaboración entre la Santa Sede y el gobierno dominicano que se firmaría en Roma el 16 de julio de 1954.
La comisión, de la que Paulino formaba parte, estaba integrada por unos personajes ilustres, una élite, la más selecta crema política y militar del régimen de la bestia, y fue generosamente recibida en una audiencia de unos diez minutos en la cámara personal del santo padre, su ilustrísima santidad Pío XII.

Una foto memorable recoge la solemnidad del evento, uno de los grandes momentos que se vivieron en esos históricos minutos. Allí aparecen el papa, entre la bestia y Paulino, entre el generalísimo Trujillo, vestido elegantemente de etiqueta, y el mayor general honorífico Anselmo Paulino Álvarez, vestido de militar. Al lado de Trujillo, a mano izquierda, figura Joaquín Balaguer, su santidad Joaquín Balaguer, el engendro demoníaco que Crassweller define como un dechado de moralidad y piedad profunda. También estuvieron presentes el coronel Pedro Trujillo, hermano de la bestia y miembro de su guardia personal, y estaba presente el capitán Fernando Sánchez y el Sr.Atilano Vicini. Pero además estaba presente, justo detrás de Balaguer, un oficial con gafas oscuras, un personaje tenebroso que daría mucho de que hablar en los peores tiempos de la bestia: el coronel Arturo Espaillat, el célebre asesino y torturador que se ganaría muy merecidamente el apodo siniestro de Navajita.

Todo, en apariencia, salvo algunas señales agoreras a las que Paulino no le prestó mayor atención, había salido como quien dice a pedir de boca en la última etapa de su carrera ascensionista, y su regreso al país parecía reservarle los más auspiciosos acontecimientos. Pero entre la bestia y el caudillo, entre el generalísimo dominicano y el generalísimo caudillo de todas las Españas había pasado algo que Paulino ignoraba. Fue algo que sucedió en el momento en que la bestia se despedía del caudillo, en el momento crucial en que Trujillo le preguntó a Franco, quizás de manera retórica y casual, que cuándo le haría su excelencia el gran honor de visitar la República Dominicana. Franco le respondió en un tono que parecía ser de disculpa, de lamentación y de advertencia a la vez. Le dijo a la bestia unas palabras aladas. Le dijo, generalísimo, lamentablemente yo no tengo un hombre como el general Paulino en el que pueda delegar el poder como lo hace usted. Un hombre como Paulino —había dicho Franco— exactamente Paulino. Un hombre capaz de sustituirlo.

Parecía una respuesta desmaliciada y hubiera sido desmaliciada en boca de otra persona, pero no en boca de Franco ni en los oídos de la bestia, y de inmediato incendió la llama de la sospecha. Una persona como Franco, que destilaba veneno por la piel y que probablemente cuidaba cada palabra que decía, un ser correoso, tóxico, intrigante como él no hubiera pronunciado aquellas palabras a la ligera. La bestia y el caudillo se entendían.
Aquellos seres monstruosos simpatizaron desde el primer momento en que se conocieron y quizás mucho antes de conocerse, hablaban en el código del poder y muchas de las cosas que tenían que decir no tenían necesidad de palabras explícitas.
Aparentemente Paulino se había ido de boca, se había jactado libremente de la confianza que en su persona depositaba la bestia. ¿Pero era simple jactancia o su ambición al desnudo? ¡Acaso no estaba alimentando y manifestando sus propias ambiciones?

El hecho es que —como dice Crassweller—durante el resto del viaje e incluso después del regreso a Ciudad Trujillo, Paulino fue víctima de algunos desaires, desplantes, desconsideraciones a las que sin embargo ya estaba acostumbrado de alguna manera, las rutinarias desconsideraciones con que el querido jefe solía recordar, incluso a los más encumbrados personajes, quién era el pato macho del corral.

Paulino, pues, al parecer, no sabía nada, no sospechaba nada. No vio venir ni vería lo que le caería encima hasta que le cayó encima.

Una noche—según se dice—la bestia le pidió que lo acompañara en uno de sus acostumbrados paseos nocturnos. Los paseos que realizaba casi diariamente en compañía de sus más íntimos cortesanos, desde la casa de su madre, la excelsa matrona, hasta el malecón. Le había pedido, además, que estuviera presente a las siete y media —precisamente a las siete y media— y uniformado de general. Precisamente de general. Por lo demás, la velada había transcurrido con normalidad, la hipertensa normalidad con que ocurrían las cosas si Trujillo estaba presente.
Cuando Paulino se quedó solo alguien se acercó a decirle algo y le dijo algo. Le preguntó si no había escuchado lo que estaban diciendo de él en la radio. Paulino se quedaría estumefacto y estupefacto. Al poco rato sabría que ya no era nadie, ni siquiera general, que lo estaban despojando de todos sus cargos y privilegios, que lo están desmantelando, que lo estaban desplumando como a un pollo, que lo estaban encuerando públicamente y que iría a parar a la cárcel.

(Historia criminal del trujillato [70])

Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.


14/1/22

El círculo del poder (6): El derrumbe de Paulino

Pedro Conde Sturla

14 enero, 2022

Paulino no lo podía creer, estaba claro que no lo podía creer. El querido Jefe lo había invitado, le había pedido que se pusiera su elegante uniforme de mayor general provisional, le había dicho que fuera a las siete en punto, lo había tratado con deferencia, habían conversado, habían pasado un tiempo juntos y en ningún momento el querido Jefe le había dado una señal, una muestra de disgusto, se habían separado amigablemente y habían quedado en verse al día siguiente y ahora no era nadie, peor que nadie: se había convertido en el enemigo público número uno del país.

Escuchaba a la distancia, como algo ajeno que no tenía nada que ver con él, aquellas cosas que en la radio estaban diciendo de un tal Paulino que le resultaba extraño, que no era el Paulino que conocía. Empezó a sentir, poco a poco, la insoportable levedad del ser o, mejor dicho, la insoportable levedad del no ser en carne propia, en toda la mucha carne que le era propia.

Le pareció que iba a perder el control de su cuerpo, que estaba levitando como un globo y que estaba a punto de desinflarse. Una extraña sensación lo invadió. Se sentía cosas raras y sin sentido, se sentía absurdo, se sentía inmaterial y como fuera de sí mismo, perdido como en el vacío.

Además, algo por allá abajo estaba demasiado apretado, algo en las tripas se estaba aflojando demasiado. Apresuraría el paso para llegar al automóvil. De alguna manera, casi sin darse cuenta, conseguiría regresar a su casa. La casa que ya no sería suya. Por todas partes se escuchaba claramente la vocinglería de la radio hablando del tal Paulino que le resultaba extraño. Pensó en cómo estarían gozando y celebrando sus enemigos.

Supuestamente fue Miguel Ángel Báez Díaz (uno de los cercanos colaboradores de la bestia que terminaría formando parte del complot para darle muerte), quien le llevó a Paulino la infausta noticia de su caída en desgracia.

Cuenta Reynaldo R. Espinal —con mucho lujo de detalles— que Miguel Ángel Báez Díaz había regresado cansado de su finca de Yamasá, que se tomaba unos tragos de whisky, cuya marca no identifica, en la terraza de su hogar y en compañía del arquitecto Antonio Ocaña y que escuchó la noticia en su radio transoceánico marca Zenith. El radio transoceánico decía que al segundo hombre fuerte del país, Anselmo Paulino Álvarez, se le estaban cancelando todos los nombramientos, todos los decretos civiles y militares expedidos a su favor. Cancelaciones sobre cancelaciones que hacían suponer que hasta el propio Paulino Álvarez podía ser eventualmente y a su debido tiempo igualmente cancelado.

Después vendrían los oprobios, una larga lista de oprobios, los insultos al granel las acusaciones de malversación de fondos públicos, acusaciones de haber recibido comisiones de contratistas de obras públicas y muchas cosas peores que hundirían a Paulino en el abismo de la degradación y la humillación.

Miguel Ángel Báez Díaz —cuenta Reynaldo R. Espinal— no pensaba acompañar esa noche al querido Jefe en su cotidiana caminata nocturna, pero cambió de idea al escuchar las noticias, se vistió elegantemente, como era de rigor, y salió para el malecón, rumbo a la playa de Güibia, donde terminaba habitualmente la caminata nocturna, para ver lo que quedaba de Paulino, si acaso quedaba algo.

Pero en el malecón, sentado junto a la bestia, estaba el general Paulino con su uniforme de militar. El jefe parecía cordial, extrañamente cordial, incluso jovial y cordial, con Paulino y todos los integrantes de su séquito. Paulino lucía tranquilo, contento, completamente en ayunas de noticias. Creía que todavía era gente. Hasta que Báez Díaz le dio la noticia, después de que todos los demás se habían retirado.

—Se salieron con la suya —dijo un lacónico Paulino a Báez Díaz—, por eso el jefe me dijo que estuviera esperándolo a las siete y media aquí en la avenida y uniformado de general”. (1)
De acuerdo con la versión de Crassweller todo lo anterior puede haber sucedido de otra manera, aunque los resultados seguirían siendo los mismos. Fue un ayudante de Paulino el que se precipitó a comunicarle la noticia en su oficina palaciega. No estaba, pues, en el malecón. Estaba en su oficina el día de la caída, pero igualmente cayó.

Su reacción, al recibir la noticia—como ya se ha dicho y sugerido—, fue de incredulidad, de sorpresa, de espanto. Eso no podía ser. Paulino había estado almorzando con el querido Jefe unos minutos antes. El jefe no podía haberlo invitado a almorzar y mandarlo al carajo al mismo tiempo sin manifestar la menor muestra de enojo ni resentimiento. Pero era exactamente lo que había hecho.

Así terminó la carrera y comenzó el via crucis de la persona que Eduardo Sánchez Cabral definió en términos muy precisos como “…el dominicano en quien más poder delegó Trujillo. El que sin ser un intelectual dictó normas a hombres de leyes y a hombres de pensamiento. El que sin tener rango ni carrera militar influyó en los militares. El que sin ser economista, administró con eficacia todo un imperio económico. El que tras una relampagueante carrera política concluye en el ostracismo y sólo por un milagro se salva de las iras del dictador…Anselmo, solo, realizaba para Trujillo las tareas que hubieran precisado de muchos otros hombres, tenía una memoria fotográfica y su propio y eficiente servicio de información; era espléndido y el funcionario mejor informado del régimen, sus informaciones las ponía todas, contrario a Fouché, al servicio de su jefe.” (2)

(Historia criminal del trujillato [70])

Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.

Nota
(1) Anselmo Paulino Álvarez: Ascenso y caída del principal valido de Trujillo (1-2) Reynaldo R. Espinal

https://acento.com.do/opinion/anselmo-paulino-alvarez-ascenso-y-caida-del-principal-valido-de-trujillo-1-2-9005349.html

(2) Ibid

El círculo del poder (7): Vicisitudes y venturas de Paulino

Pedro Conde Sturla

21 enero, 2022

Central Río Haina.

Lo que se le vino encima a Paulino fue como una especie de aplanadora y de trituradora a la vez. Todos los bienes de Paulino, todas sus muchas propiedades, toda su labor al frente de las empresas de la bestia y su desempeño en cargos públicos fueron sometidos al público escrutinio. Se abrió, pues, una exhaustiva investigación, una investigación en regla concerniente a todos y cada uno de los asuntos o manejos que tenían que ver con Paulino.

Nada quedaría en pie de la reputación de aquel hombre prepotente, que maltrataba a los más encumbrados funcionarios y que se pavoneaba con aire de superioridad hasta en presencia de los familiares de la bestia, a los que hablaba incluso con irrespeto o condescendencia. Nada quedaría de sus títulos de gloria, reconocimientos y nombramientos.

Para empezar, sólo para empezar, el 28 de agosto de 1954 fue cancelado como mayor general honorario del Ejército y destituido del cargo de secretario de Estado sin cartera que ocupaba tan diligentemente. Más adelante las condecoraciones nacionales y extranjeras que se le habían otorgado le fueron retiradas. Un hijo suyo, el capitán Cristóbal Paulino Álvarez, fue condenado a dos años de prisión.

De la noche a la mañana se empezó a sospechar y a difundir la sospecha de que Paulino tenía en algún rincón oculto de su casa un bicornio emplumado, el adefesio emplumado que sólo usaban, con carácter de exclusividad, la bestia y su hermano Negro, que a la sazón era presidente putativo. El bicornio era un símbolo de la más alta dignidad, el mismo símbolo del poder absoluto que había lucido en otra época el tirano Lilís. En las manos de Paulino, el emplumado bicornio sólo hubiera podido significar una cosa: ambiciones sucesorales al desnudo, intenciones golpistas, traición a la patria, desde luego, una muerte segura.

El bicornio, por suerte, no parece haber existido más que en la imaginación de los enemigos de Paulino, algo que algún delator demasiado fantasioso habría confundido quizás con un plumero. En cambio, las investigaciones sobre la forma en que se manejaba al frente del Central Río Haina y otras grandes empresas comprometieron o empañaron seriamente su buen nombre, si acaso alguna vez lo tuvo.

Paulino debía en gran parte el favor de la bestia y sus incontables logros a la creación y exitosa administración de estas industrias. Lo paradójico es que a Trujillo no le había interesado el negocio azucarero (uno de los pocos en que no había incursionado), hasta mediados de su tercer período oficial como Presidente de la República. Fue en el año de 1947, probablemente a instancias del mismo Anselmo Paulino, cuando se dieron los primeros pasos en este sentido con la formación de una dependencia en el mismo Palacio Nacional, presidida por Anselmo Paulino.

Paulino jugó un papel de primer orden en la construcción del ingenio Catarey y Río Haina, que fueron los primeros, y fue también su primer administrador. La inmensa empresa estuvo desde el primer momento bajo su jurisdicción.

El central Río Haina fue inaugurado en 1951 y muy pronto se convirtió en una de las industrias más prósperas del país y en la principal fuente de ingresos de la bestia. El lugar elegido para su instalación fue una enorme extensión de tierra en la margen occidental del río homónimo, en las cercanías de la desembocadura. Dichas tierras no fueron, por supuesto adquiridas legalmente, sino con los mismos métodos particularmente expeditos que empleaba la bestia y sus hermanos. Mediante la expropiación pura y simple. Paulino jugó también un papel importante en el despojo y expulsión de sus legítimos dueños: los grandes y medianos y pequeños propietarios. De esta suerte, la mayoría de los campesinos, que anteriormente se ganaban la vida cultivando pequeñas parcelas y criando animales, fueron a parar a los numerosos barrios miseria que rodeaban desde la misma rivera del río Ozama la capital, y pasaron a formar parte del muy miserable proletariado urbano. Las industrias de la bestia, aunque generaban empleos y bienestar para unos pocos, eran una fábrica de pobres. Fabricaban pobres a escala industrial y producían una sobreexplotación inmisericorde de los braceros que en principio, y durante mucho tiempo, ganaban apenas un peso con veinticinco centavos diarios.

La industria del azúcar resultó ser tan productiva que unos cuantos años después, más o menos a mediados del 1955, Trujillo era propietario de siete ingenios: Catarey, Río Haina, Amistad, Monte Llano, Ozama, Porvenir y Santa Fé. Posteriormente trataría de apoderarse de los ingenios azucareros de los Vicini y con su ambición desmedida empezaría sin saberlo a cavar su propia propia tumba. Trujillo nunca entendió lo que Lilís había entendido lucidamente. Que con los Vicini no se podía ni se puede jugar. Que los Vicini eran más presidentes que cualquier presidente de la República.

Fueron esos grandes logros económicos, entre muchas otras cosas, los que en en algún momento hicieron pensar a la bestia que Paulino le era de alguna manera indispensable. Pero lo peor es que Paulino también llegó creerse indispensable...

Sin embargo, en cuanto el proceso judicial contra Paulino se puso en marcha y las investigaciones penetraron en profundidad, empezaron a aparecer pruebas, verdaderas o falsas, y la imagen de Paulino se fue resquebrajando, se fue hundiendo en el lodo. Se determinó que Paulino había incurrido en gastos excesivos, que había empleado en la construcción de un molino unas costosísimas vigas de acero que no parecían tener ninguna función desde el punto de vista estructural. Además descubrieron incontables fuentes de financiamiento privado que Paulino había desviado a su favor. Paulino sería acusado de incontables desfalcos, trapacerías, incontables abusos, incontables truchimanerias, negocios turbios, etc.

En fin que, el 17 de diciembre de 1954 fue sentenciado a una generosa pena de treinta días de cárcel y una multa de cinco mil pesos. Pero cuatro meses más tarde, en el mes de abril de 1955 —cuando ya se encontraba en libertad— el gobierno reinició su ofensiva, una ofensiva en serio que no presagiaba nada bueno. Desde la infame columna “Foro publico” del diario El Caribe (de la cual el mismo Paulino había sido colaborador asiduo en otra época) llovieron nuevas acusaciones y lo embarraron de pies a cabeza con insultos y calumnias mezcladas con verdades y medias verdades de a puño. Sus más cercanos amigos negaron cualquier tipo de relación con él. Sus mejores enemigos, como Cucho Álvarez y Paíno Pichardo estaban de plácemes. Los familiares de la bestia y muchos altos oficiales y connotados intelectuales y dirigentes políticos estaban de plácemes.

Esta vez Paulino volvió a prisión el día primero de mayo del 1955, condenado a diez años de trabajos forzados y a la restitución de cuantiosos bienes. Pero la bestia, al parecer, seguía teniéndole aprecio y le concedió lo que no le hubiera concedido a nadie.
Paulino se hizo el enfermo o se enfermó de verdad. y el 10 de junio del mismo año interpuso un recurso de apelación contra la sentencia que había recibido y su querido jefe lo dejó en libertad. Paulino escribió cartas, pronunció discursos en los que se deshizo en elogios, expresó su eterno agradecimiento y se siguió quizás sintiendo enfermo, cada vez más enfermo, hasta que su querido jefe lo autorizó a salir del país, probablemente en viaje de salud, y le permitió disfrutar por el resto de su vida de la cuantiosa fortuna de cinco o siete millones de dólares que había puesto a salvo en Suiza.

Su gran amigo Balaguer —cuando fue nombrado presidente por las tropas de ocupación yanquis en el año de 1966—, premiaría sus servicios a la patria nombrándolo embajador en Francia.

(Historia criminal del trujillato [72])

Bibliografía:

Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.

Los ingenios del dictador — El NacionalLos ingenios del dictador

Sergia Mercado
Central Río Haina, gran motor de la economía dominicana de los años 50

Central Río Haina, gran motor de la economía dominicana de los años 50

Alejandro Paulino Ramos
Mecanismos de Trujillo para la represión política: Un “Foro público” para perseguir, difamar y destruir moralmente

https://acento.com.do/cultura/mecanismos-de-trujillo-para-la-represion-politica-un-foro-publico-para-perseguir-difamar-y-destruir-moralmente-18-8678549.html .

El círculo del poder (8): La danza de los favoritos

Pedro Conde Sturla

28 enero, 2022

Boda Trujillo- Ricardo. 

Poca gente se alegró tanto y se benefició tanto de la caída de Paulino como Cucho Álvarez Pina y Paíno Pichardo. Ambos eran estrellas en ascenso en la época en que Paulino empezó a alcanzar el cenit de su carrera, pero Paulino encontró la forma de hacerlos a un lado y troncharles el camino, aunque también fueron víctimas (y beneficiarios) del sistema de premios y castigos intermitentes que la bestia aplicaba a todos sus funcionarios. Subían y caían rutinariamente del poder, y cuando caían, el infame Foro Público hacía de ellos picadillo. Algunos se mantuvieron a flote durante toda la era, pero en posiciones diplomáticas o burocráticas más o menos decorativas y secundarias, no en posiciones de mando. La gran hazaña de Paulino consistió en haber escalado y haberse mantenido en una posición tan cercana al poder y haber ejercido el poder junto a la bestia durante un periodo que superó todas las expectativas.
Muchos dicen que en algunas ocasiones Trujillo llegó a lamentarse en voz alta de haber prescindido de Paulino. No hay que dudar que resintiera la ausencia de Paulino, que le hiciera falta el agudo juicio de Paulino, el hombre que le resolvía todos los problemas y que también, lamentablemente, podía sustituirlo.

Paíno Pichardo y Cucho Álvarez Pina nunca fueron rivales de consideración para Paulino, pero a la larga se salieron con la suya y nunca dejaron de ser enemigos peligrosos. En la práctica formaron una alianza, una “mancuerna” política que se enrocó en el Foro Público y causaba terror: la alianza de Cucho y Paíno que dio origen al término “cuchipaineo” en la década de los cincuenta.
Fue una alianza nefasta de intrigantes y chismosos, bellacos y delatores que se dedicaban a desacreditar, calumniar y vejar a los enemigos políticos e influir en la repartición de cargos y prebendas. Sin embargo, lo cierto es que también se les atribuyó más poder que el tenían.

Ricardo Paíno Pichardo y Virgilio Álvarez Pina, alias Cucho o Don Cucho, eran amigos de la bestia o por lo menos conocidos de vieja data, y eso facilitó mucho sus carreras políticas, aunque Don Cucho no se rindió desde el primer momento a los encantos de la bestia.

En cambio Paíno Pichardo se estrenó en el segundo año de su primer gobierno (1932), como Secretario de estado de finanzas. Pero el estreno no fue muy auspicioso, Paíno no tuvo un muy feliz desempeño. También le fue mal como representante del país en la Convención internacional del azúcar que tuvo lugar en Londres y como representante de Trujillo en la coronación del rey Jorge VI de Inglaterra. Luego fracasaría como secretario de estado de Industria y Comercio y se desempeñó quizás de igual manera como embajador en Chile, Perú, Bolivia y Ecuador y Canadá. Los cargos le llovían y le hubieran seguido lloviendo porque sus relaciones con la bestia eran muy cercanas. De hecho, había sido –junto a J. M. Bonetti Burgos y J. A. Ricardo—, uno de los padrinos de la boda de Trujillo con Bienvenida Ricardo. Pero Paíno era inestable y nervioso y tenía problemas con la bebida, y tras tanto fracasar o perseverar en el fracaso, la bestia lo sometió a un proceso disciplinario, a un período de abstinencia política, sin acceso a cargos públicos.

Por lo que dice Crassweller, Paíno era un tipo impresionante, alto, bien parecido, con “pelo bueno”, como se decía una vez por estos rumbos. Tenía, además, un extraño sentido del humor, combinado con cierta dosis de cinismo, y de ambos se sirvió en su carrera política. Por lo demás —dice Crassweller—, aparte de inteligente y sociable era el tipo de hombre que nunca se hubiera permitido sufrir la enfermedad del idealismo ni vivir de ilusiones. Su lealtad a Trujillo era incuestionable. Amaba el poder y por amor al poder, a las mieles del poder, y por amor a la bestia estaba dispuesto a sufrir todas las humillaciones, todos los altibajos, todos los desplantes. Por el amor a las mieles del poder y su lealtad o veneración del querido jefe lo daría todo. Paíno era, en efecto, uno de esos cortesanos liberales que le prestaba ocasionalmente su mujer a la bestia cuando la pobre bestia no tenía tiempo para buscarse una. Almoina, por el contrario, sostiene que ella se prestaba sola y de buena gana y que una vez Paíno tuvo un arranque de celos y la esposa tuvo que quejarse ante la bestia. Sólo estaba cumpliendo con su deber.

Dicen que a la esposa de Paíno dedicó María Martínez todos lo malos pensamientos que la animaron a escribir o pedirle a Almoina que escribiera “Falsa amistad”. De hecho la mujer de Paíno era, supuestamente, la falsa amiga que se metía en la cama con el amante esposo de María Martínez.

De cualquier manera Paíno llegaría a convertirse a la corta o a la larga en el hombre de confianza de Trujillo durante varios años a partir de su nombramiento como Presidente del comité central del Partido Dominicano en el mes de diciembre de 1938. El cargo le quedaba como un traje, a las mil maravillas. Ahora podía empezar a disfrutar de todos los atractivos que brindaba el poder. El poder lo atraía, lo enceguecía con su atracción fatal. El poder lo excitaba, lo excitaban los asuntos públicos, el poder le ofrecía la fascinación del mando, las innumerables fiestas y recepciones, ponía al alcance de sus manos a las más bellas mujeres. Aunque también lo expondría, por desgracia, a todos los peligros y asechanzas que se cernían sobre los servidores de la bestia.

(Historia criminal del trujillato [73])

Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.

El “cuchipaineo” de Hipólito y Danilo, las obras públicas y la JCE
https://prensalibrenagua.blogspot.com/2016/10/el-cuchipaineo-de-hipolito-y-danilo-las.html

José Almoina, “Una satrapía en el Caribe”
(http://www.memoria-antifranquista.com/wp-content/uploads/2014/10/JOSE-ALMOINA-UNA-SATRAPIA-EN-EL-CARIBE.pdf).

El círculo del poder (9): La danza de los favoritos

Pedro Conde Sturla

4 febrero, 2022

Los llamados tres golpes de la era de Trujillo

Entre 1938 y 1944 —como Presidente del Comité Central del Partido Dominicano— Paíno Pichardo se convirtió en la mano derecha de la bestia, el favorito indiscutible de la bestia. Durante ese período tuvo en sus manos la poderosa maquinaria del partido más poderoso del país, el único del país. Un partido que estaba presente en todos los rincones, que llegaría a tener en su mejor momento una cifra millonaria de afiliados y docenas de juntas provinciales, comunales y municipales. Un partido omnipresente en el paisaje urbano y rural.

Algunas de las funciones más importantes que desempeñaban los miembros del Partido Dominicano consistían en promover el culto a la personalidad de la bestia, promover elecciones y reelecciones a favor de la bestia, organizar actos a favor de la bestia, hacer cualquier tipo de propaganda a favor de la bestia, organizar desfiles en honor a la bestia, publicidad a favor de la bestia, exaltar a la bestia, adular a la bestia, adorar sin misericordia a la bestia por sobre todas las cosas. Pero asimismo, el Partido Dominicano era parte del mecanismo de represión, vigilancia, espionaje, parte del mecanismo de regulación del consenso social, parte de la maquinaria de coerción y terror de la bestial tiranía.

Para la realización de sus importantes labores recibía la contribución involuntaria del diez por ciento de los sueldos de los empleados públicos. Además, ser miembro del Partido Dominicano no era una opción, era una obligación. Para los dominicanos mayores de edad era indispensable tener siempre a mano la “palmita” (el carnet de miembro del Partido Dominicano con la foto de Trujillo y una palma), al igual que la cédula personal de identidad y otro carnet del servicio militar obligatorio. Eran los llamados tres golpes, que la guardia pedía en cualquier esquina, con los que atosigaba sobre todo a los habitantes de pueblos pequeños y de las zonas rurales. La falta de estos documentos acarreaba penas de prisión que constituían un lucrativo negocio.

A pesar de su buen desempeño al frente del Partido Domicano, Paíno sufrió una abrupta e inesperada caída en 1945, cayó de golpe, cayó de mala manera a causa de una intriga que a juicio de Crassweller fue orquestada por Peña Batlle, quien era secretario de Estado de Relaciones Exteriores y por Vicente Sánchez Lustrino, director del vespertino La Nación. Paíno fue destituido de su alta posición y de su alta remuneración como presidente del Partido Dominicano y reposicionado en un cargo menor, pero no tardaría en volver a la gracia del poder con un flamante nombramiento de Secretario de Estado de la Presidencia en 1946, y en el enfrentamiento con Peña Batlle y Sánchez Lustrino se saldría con la suya. Mientras tanto, su amigo y canchanchán, su compinche Cucho Álvarez Pina pasó a ocupar su lugar como presidente del Partido Dominicano.

Dice Crassweller que poco tiempo después de la destitución de Paíno, Peña Batlle y Sánchez Lustrino fueron asignados a cargos en el extranjero y que cuando regresaron fueron recibidos por una ingrata sorpresa. De hecho, para Sánchez Lustrino resultó ser la más amarga de las sorpresas. Por iniciativa de Paíno, se había puesto en marcha una investigación sobre el manejo de las finanzas de La Nación, las finanzas del periódico que Sánchez Lustrino dirigía. Para peor, Sánchez Lustrino sufría de una afección cardíaca —tenía corazón, después de todo—y durante el proceso fue sometido a fuertes emociones. Por un momento logró salir airoso. Fue descargado, pero el trámite había sido superior a sus fuerzas. El corazón también se le descargó y dejaría de latir al cabo de una semana.

Peña Batlle recibiría otro tipo de sorpresa, que también le supo amarga, pero no fue una sorpresa letal, aunque pudo haber sido. Muy pronto se vería sometido a la máxima humillación, a un castigo tan denigrante como no se había soñado en sus peores sueños. Peña Batlle —todos lo sabían—, era un antihaitiano furioso, un antihaitiano enfermizo, patológicamente antihaitiano. Alguien que sufría —según dice Crassweller— de violentas pulsiones o tensiones emocionales, tensiones incontrolables que se desataban en cuanto le mencionaban algo que tuviera que ver con Haití o con las creencias religiosas haitianas o con los animales y dioses del panteón haitiano. La palabra culebra (y las culebras mismas), le producían un problema especial, una incurable repulsión. Todo lo que tenía que ver con Haití lo sacaba de quicio... Y he aquí que, de repente, el día que menos pensaba, a finales de 1946, le llegó un nombramiento y no cualquier nombramiento. El de Embajador en Haití. Dicen que Peña Batlle no lo podía creer y quizás nunca lo creyó, pero la bestia lo nombró, lo conminó, lo obligó a aceptar el nombramiento de Embajador en Haití, y Peña Batlle tuvo que desempeñar de alguna manera el cargo de Embajador en Haití, aunque no por mucho tiempo.

Paíno disfrutaría su venganza, por supuesto, y su regreso a la cúspide del poder. Disfrutó por lo menos durante un año. En el mes de junio de 1947 cayó de nuevo en caída libre, cayó hasta fondo, como dice Crassweller, hasta la humilde condición de Inspector de embajadas y legaciones. Pero Paíno era un tipo pragmático, acomodaticio. Un cargo en el Gobierno era siempre un cargo y era mejor que nada, ya volvería a subir y volvería a bajar

Paíno subiría y caería, en efecto, y volvería a subir y a caer, pero se mantendría en el favor de la bestia hasta el final. Alguna vez sería, entre muchas otras cosas, presidente del Consejo Administrativo de Ciudad Trujillo, y cuando ajusticiaron a la bestia el día 30 de mayo de 1961 era senador da la República.
(Historia criminal del trujillato [74])

Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.

El “cuchipaineo” de Hipólito y Danilo, las obras públicas y la JCE
https://prensalibrenagua.blogspot.com/2016/10/el-cuchipaineo-de-hipolito-y-danilo-las.html

José Almoina, “Una satrapía en el Caribe”
(http://www.memoria-antifranquista.com/wp-content/uploads/2014/10/JOSE-ALMOINA-UNA-SATRAPIA-EN-EL-CARIBE.pdf

El círculo del poder (10): La danza de los favoritos

Pedro Conde Sturla

11 febrero, 2022

Virgilio Álvarez Pina —solemnemente Don Cucho— empezó su carrera al servicio de la bestia en la misma época que Paíno Pichardo, pero con anterioridad había sido un fiero y breve oposicionista y con mayor anterioridad había sido uno de los mejores o el mejor amigo de infancia de la bestia. Era el mismo Cucho que alguna vez había sido un ferviente y leal partidario de Horacio Vázquez, alguien que —según cuenta Crassweler—, le llevaba el desayuno a la cama y que había sido candidato a Senador por el Partido Nacional de Horacio Vázquez en las elecciones de 1930. Se trataba, en esencia del mismo Cucho que, al igual que otros, le había advertido en su debido momento a Horacio Vásquez que Trujillo estaba conspirando y que le aconsejó destituirlo, el consejo de varios colaboradores y de un Cucho Álvarez que ya le temía a su amigo de infancia y que por cierto dio lugar a un celebre episodio en la Fortaleza Ozama, una especie de desencuentro en el que Horacio no dejó de darse cuenta de que era más un prisionero que un Presidente en presencia del brigadier Trujillo.

La amistad de Virgilio y la bestia había comenzado en San Cristobal desde cuando la bestia tenía siete años. Se dice que eran parientes lejanos, aunque más bien parecería que Cucho era pariente de Plinio y Teódulo Pina Chevalier, los tíos maternos de la bestia, hijos de la segunda unión de Luisa Ercina o Erciná Chevalier, que era a vez la madre de la futura excelsa matrona y era la abuela materna de Trujillo, una consagrada y respetada maestra de origen haitiano.

La bestia mantuvo con sus tíos las mejores relaciones, pero su amistad con Virgilio (o lo que la amistad podía significar para la bestia) fue algo más trascendente. Virgilio solía ir de vacaciones a San Cristobal y con el tiempo se volvieron inseparables. Peinaban la zona en busca de aventuras, montaban caballos de palo, se entregaban al goce de los baños de río. Diariamente disfrutaban de la mejor diversión que ofrecían a los niños aquellos parajes, los baños de mar y río, aparte de cualquier diablura que se les ocurriera eventualmente.

La muy temprana amistad del futuro Don Cucho con la bestia no siempre lo mantuvo a salvo de sus intemperancias. Su militancia en el Partido Nacional y el célebre consejo que le diera a Horacio Vázquez no quedaron impunes, sufrió persecución y cárcel.

El miedo y la cárcel, y los muchos consejos que le dieron sus amigos en su etapa de oposicionista, hicieron que Cucho Álvarez se ablandara, se enterneciera, perdonara a la bestia por la traición, por el golpe de Estado que le había dado a Horacio y a solicitud de la misma bestia, según se dice, entró a su servicio en los tempranos años treinta. Desde entonces, y durante toda la era gloriosa, estuvo sometido al mismo régimen de premios y castigos que la bestia dispensaba a todos sus servidores. Con sus altas y sus bajas, conoció períodos de bonanza y otros más y menos tormentosos, períodos de bonanza y periodos de desgracia. Vivió, como todos los demás, en el saludable temor del jefe, y en los años finales fue su más fiel consejero. Uña y carne. Uña y mugre. Tuvo además la suerte de sobrevivirlo, de estar presente para ver su cadáver convertido en colador, en una masa sangrienta y mugrosa. Vivió para contarlo, como decía García Márquez, y lo contó todo un poco a su manera en un libro de anécdotas desangeladas, un libro cortesano, guabinoso, taimado, condescendiente.

Durante los años cuarenta, tanto Cucho Álvarez como Paíno Pichardo fueron agraciados y desgraciados con cargos y descargos, y a la larga llegaron a convertirse en la pareja de políticos más notoria del país. El llamado cuchipaineo, la mancuerna formada por Cucho y Paíno, estuvo en su mejor momento. Don Cucho retuvo el puesto de Presidente del Partido Dominicano durante cinco años, la segunda posición política más influyente del país, la del favorito número uno, y además recibió el título de general honorario en 1948. Paíno también había vuelto a ascender y hasta Peña Batlle había salido del exilio haitiano y había sido nombrado en un cargo honorífico de relumbrón. De manera que todo parecía marchar sobre ruedas, y sin embargo, al final de la década se produjo lo que Crassweller llama un eclipse mayor para Don Cucho y Paíno. Ambos fueron nombrados en cargos donde apenas permanecieron un mes. Nombrados y luego renombrados e intercambiados en cargos de poca relevancia y durante muy poco tiempo. En lugar de penas y castigos recibían castigos sobre castigos. Para Paíno empezaba su tercera y más larga caída, su más brusco descenso, y su amigo Cucho Álvarez corrió la misma suerte, lo acompañó en su misma desgracia. La carrera política de uno y otro entraba en un largo período de sequía que duró unos cinco o seis años. Años sin empleos, sin remuneración, alejados por completo del favor de la bestia.

La peor parte le tocó a Don Cucho, que tuvo que refugiarse durante casi todo ese tiempo en su finca y que sólo por milagro conservó su libertad.

La ingrata suerte de estos personajes coincidía, y no por casualidad, con el ascenso de Paulino Álvarez, el nuevo favorito. Paulino había contribuido desde luego a serrucharles el palo, y mientras Paulino estuviera en el poder ninguno de los dos levantaría cabeza, pero Don Cucho había contribuido espontáneamente a su caída con una metida de pata monumental que tuvo que ver con la construcción de famosa casa o Castillo del cerro. La mansión ideal que Don Cucho había concebido para halagar a su querido jefe, el adefesio monumental, la monumental barrabasada arquitectónica, la apología del mal gusto llamado Castillo del cerro del que Trujillo nunca quiso saber y donde no pasó o no durmió un sólo día de su vida.
(Historia criminal del trujillato [75])

Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.

El “cuchipaineo” de Hipólito y Danilo, las obras públicas y la JCE
https://prensalibrenagua.blogspot.com/2016/10/el-cuchipaineo-de-hipolito-y-danilo-las.html

José Almoina, “Una satrapía en el Caribe”
(http://www.memoria-antifranquista.com/wp-content/uploads/2014/10/JOSE-ALMOINA-UNA-SATRAPIA-EN-EL-CARIBE.pdf).

El libro de Don Cucho Álvarez

(https://hoy.com.do/el-libro-de-don-cucho-alvarez/). l


El círculo del poder (11): La danza de los favoritos y la casa del cerro

Pedro Conde Sturla
19 febrero, 2022

Parece que alguna vez Don Cucho Álvarez tuvo una revelación o por lo menos una anunciación, una visión idílica. Vio en sueños o en su imaginación algo que se le pareció a un paraíso en la tierra, o mejor dicho en un cerro. Un cerro que todo el mundo llamaba cerro. En ese lugar se construiría una mansión, un prodigio arquitectónico que deslumbraría a los visitantes por los siglos de los siglos y convertiría a su propietario, a su querido jefe, en el más feliz de los mortales.

San Cristobal era la cuna del jefe, la cuna del Benefactor de la Patria, y el benefactor pasaba en el lugar más tiempo que en ninguna otra parte y no le faltaban casas ni le faltaban fincas. Prácticamente todos los predios de su infancia los había convertido en fincas y en ingenios azucareros. En San Cristobal tenía la Hacienda Fundación, tenía la Hacienda María, tenía el Central Río Haina, tenía la fastuosa Casa de Caoba, tenía la casa de playa de Najayo, a la que llamaban Casa de Marfil, tenía la de Hacienda María, a la que le decían Casa Blanca y otras más. Aun así, el glorioso Partido Dominicano, bajo la dirección de Don Cucho Álvarez Pina y otros alcahuetes, tomó espontáneamente (aunque quizás también por insinuación de la bestia) la decisión de honrar con una nueva honra —una mansión palaciega—, al hombre más honrado de esta tierra.

El hecho es que lo que sería llamado y mal llamado Castillo del Cerro, el adefesio del cerro, se financió generosamente con fondos del Partido Dominicano y además fue construido en un terreno escogido por Virgilio Álvarez Pina en un lugar privilegiado, una colina ventilada, peinada por frescas brisas, con una vista maravillosa. Desde ahí se contemplaban todos los alrededores, el querido jefe tendría al alcance de sus ojos vastísimo paisajes, todos pertenecerían a sus dominios, San Cristobal y Ciudad Trujillo quedaban a sus pies. Con un poquito de imaginación y esfuerzo se podría ver hasta el fin del mundo.

Hasta ahí todo estuvo bien. La ubicación del lugar no podía ser más acertada, todos los cortesanos se felicitaron, la visión idílica de Don Cucho empezaba a hacerse realidad. Ahora lo que hacía falta era un ingeniero o un arquitecto —o un ingeniero-arquitecto como los de antes— y la elección, en principio, pareció afortunada. Designaron a un ingeniero-arquitecto de origen francés, llamado Henry Gazón Bona, que había estudiado en Francia y tenía una sólida formación y que además era guardia, un mayor del llamado Ejército Nacional. Gazón estaba pegado como un chicle al gobierno y había sido favorecido con varios contratos para diseñar o construir importantes obras. Gazón Bona fue el diseñador de los locales del Partido Dominicano, del Monumento a la  paz de Trujillo en Santiago, del  Matadero industrial de Ciudad Trujillo, del Mercado Modelo de la Avenida Mella, de la Casa Vapor, que fue su residencia en Gascue...

Sin embargo, a pesar de su fama y prestigio, la designación de Gazón Bona convertiría la visión idílica de Cucho Álvarez en pesadilla

Dice Crassweller que aparte de la elección del sitio todo lo demás fue un desastre, empezando por la fachada. El diseño tal vez pretendía imitar de alguna manera la proa de una nave que desde el cerro parecería estar a punto de navegar por los aires, de ahí la pretenciosa forma redondeada en un lado y algunas ventanas semejantes a claraboyas. Una nave de guerra, en todo caso, con profusión de estrellas, una abrumadora y vulgar profusión de las cinco estrellas indicativas del rango de almirante o general grabados en bajo relieve en los muros exteriores y en los trabajos de herrería. Una nave tan pesada que parece encallada, una mole desprovista de toda gracia arquitectónica, cuatro niveles con enormes ventanales curvos en el lado redondeado y ventanas excesivamente pequeñas y mal ubicadas y distribuidas en el otro.

Líneas de diseño torpe en conjunto. Todo resulta ser un poco descomunal y masivo, pesado en grado extremo, quizás abrumador y amenazante, algo sencillamente feo pero no alarmante. Uno de tantos adefesios. En cambio en el interior, o mejor dicho en los interiores de los diferentes niveles el mal gusto era de antología. Uno de los salones pretende, quizás el salón principal, ser una réplica de los salones del Palacio Nacional. La decoración pretende ser barroca y a veces clásica y a veces de estilo oriental, el peor barroco posible, con abrumadoras masas de oscuridad, madera mal tallada en intrincadas y absurdas formas, treinta habitaciones de tamaño desproporcionado, unas muy grandes y otras muy pequeñas, ocho salones de juego y fiesta, quince o veinte baños, columnas de mármol de color rojo, verde o amarillo, paredes y techos abarrotados con diseños en lo que Crassweller define como un frenesí decorativo: “diseños dorados serpenteantes que fluyen en bajorrelieve, sobre fondos de rojo, amarillo, verde o azul, que dejan espacio para más bajorrelieves de cestas de flores o cupidos presumiblemente clásicos”.

En cada salón, cada nivel, los techos tienen un motivo diferente y hay lugar un poco para todo tipo de cosa curiosa, incluyendo un Buda en las cuatro esquinas, pero también hay techos con forma de pagodas. Además, junto al comedor o uno de los comedores hay una sala de fumadores de estilo Chino que se antojaría ser una sala de fumadores de hachis.

Todo era rosado y verde, marrón y rojo vino en el llamado palacio del cerro: una pesadilla de colores y motivos aberrantes. 
(Historia criminal del trujillato [76])

Bibliografía:

Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.
El “cuchipaineo” de Hipólito y Danilo, las obras públicas y la JCE
https://prensalibrenagua.blogspot.com/2016/10/el-cuchipaineo-de-hipolito-y-danilo-las.html

José Almoina, “Una satrapía en el Caribe”
(http://www.memoria-antifranquista.com/wp-content/uploads/2014/10/
JOSE-ALMOINA-UNA-SATRAPIA-EN-EL-CARIBE.pdf).
El libro de Don Cucho Álvarez
(https://hoy.com.do/el-libro-de-don-cucho-alvarez/)

El palacio que Trujillo no quiso
Evelin Germán | 6 septiembre, 2014
https://www.elcaribe.com.do/sin-categoria/palacio-que-trujillo-quiso/ La Casa de Caoba y el Castillo del Cerro Marcos Rodríguez | 11 agosto, 2018



El círculo del poder (12): La danza de los favoritos y la casa del cerro

Pedro Conde Sturla
25 febrero 2022
Mural de Vela Zanetti en el comedor privado de la Casa del Cerro

Había infinidad de maravillas en el Palacio del Cerro, un derroche de imaginación pantagruélica, escabrosa, una apetencia por los colores más estridentes, un desborde alucinante de extravagancias por todos los rincones.

De acuerdo a la detallada descripción de Crassweller, aparte de los cuatro Budas en bajorrelieve (un Buda de color rojo y verde en las cuatro esquinas de uno de los techos), aparecían dragones y espadas y colmillos de elefante entrecruzados. Pero lo peor era el piso, un fatídico piso brillante a manera de complemento, un brillante piso de mármol con incrustaciones que duplicaba la existencia del techo, toda la decrepitud del techo, dos veces techo, como si con una no bastara.

Los dormitorios eran de pesadilla, habitaciones espeluznantes —dice más o menos Crassweller—, que producían una sensación de inquietud e inducirían en los posibles huéspedes un sueño de penitencia.

Los baños —añade Crassweller—eran otra de las cosas notables que sorprendían al visitante. Un baño principal con vidrios negros, demoníacos vidrios negros de mal agüero, y también vidrios azules de un azul brillante, aparte de una horrible bañera empotrada, con mosaicos de color negro y dorado (¡mosaicos de color negro y dorado!) y además una pared revestida de cerámica con bizarros motivos. Un pez espada saltando detrás de otro, diseños de colores igualmente negros y dorados, toda una fijación con los colores negros y dorados entremezclados con colores grises, verdes y naranja. Un desconcertante concierto de colores chillones. Y para colmo de remate, unos herrajes vulgares enchapados en oro.

Lo peor de lo peor es que además el edificio estaba mal construido y se había tragado una fortuna. El ascensor, por ejemplo, se atascaba en el tercer piso a causa de una falla en la construcción del hueco o en la instalación, pero los costos ascendían a unos cinco millones de pesos, quizás más. Es muy probable que se ocultaron o trataron de ocultar o por lo menos disimular. Aunque parezca mentira, se hablaba de sobornos, sobrevaluaciones, manejos turbios, de cosas que supuestamente nadie se atrevía a hacer o hacía con mucho tiento bajo el régimen de la bestia. Lo impedían, en lo posible, sus inspectores que estaban presentes en todas las construcciones de obras públicas y privadas. A la bestia le encantaba robar, pero no le gustaba que le robaran lo que consideraba suyo y todo el país era suyo.

En la medida en que la obra avanzaba, y sobre todo cuando tocaba a su fin, aumentaba el número de cortesanos curiosos que acudían en peregrinación para husmear, para hacerse una idea, para ver y comprobar con sus propios ojos lo que por todos lados se decía: el rumor público que se extendía como una mancha de aceite sobre papel.Nada de lo que se hacía y se decía era, por cierto, ajeno a las intrigas de Paulino ni a su deseo de provocar la caída de Cucho Álvarez, uno de sus mejores enemigos íntimos.

Alguna gente comenzó a decir que era el edificio más feo del mundo, incluso lo rebautizaron con el nombre de Casa de orates. Se decía por lo bajo y por lo alto que semejante adefesio era indigno de la dignidad de la bestia, indigno de ser habitado por el querido jefe, por el benefactor de la patria. Ni siquiera un mural del afamado pintor español José Vela Zanetti (en lo que debía ser el comedor privado) se salvaba de los chismes y las críticas. El mural representaba una fiesta campesina, pero era muy poco festivo y nadie parecía estar divirtiéndose, según los peores comentarios.

Se dice, sin embargo (o lo dice específicamente Cucho Álvarez en sus memorias), que el arquitecto Garzón Bona había presentado a Trujillo y María Martínez, a solicitud del mismo Trujillo, varias propuestas de diseño para dar inicio al proyecto y que al cabo de unos meses la Martínez le dio su entusiasta aprobación a una que parecía un castillo, pero con modificaciones antojadizas que la Ilustre dama consideraba pertinentes y que desfiguraban en gran medida el proyecto de Gazón Bona.

Durante el acelerado proceso de construcción, y bajo la estricta supervisión de María Martínez, Gazón Bona se reunió con ella en incontables ocasiones y de cada reunión salían nuevos cambios, modificaciones, ampliaciones, todo tipo de distorsiones.

Tanto María Martínez como la bestia visitaban con cierta regularidad la obra e incluso ordenaban cambios de los que el arquitecto se enteraba cuando ya se habían llevado a cabo.

Al parecer Cucho Álvarez, que era él responsable de la construcción, y el arquitecto Gazón Bona se limitaron a obedecer, a aceptar las “sugerencias” que impartía la esposa de la bestia y que volvieron a la larga irreconocible la propuesta original.

La doña y la bestia, pero sobre todo la doña, parecían, pues, estar satisfechos con la ejecución del proyecto. Pero un día, después de una visita en compañía de varias selectas amigas, cambió repentinamente de opinión. Las damas que la acompañaban no escatimaron burlas, críticas, intercambiaron risitas, denostaron el mal gusto, la decoración sobrecargada.

La doña se quejó entonces con su marido y el marido visitó el lugar que ya había visitado varías veces, pero en compañía del intrigante Anselmo Paulino, que estaba a punto de convertirse en el primer favorito.

Trujillo y su séquito —guiados por Don Cucho— recorrieron la edificación que ya estaba prácticamente terminada y las críticas de Trujillo no se hicieron esperar. En la habitación principal notó con disgusto que había un exceso de puertas, sin que Don Cucho se atreviera decirle que las puertas se habían puesto de acuerdo a las instrucciones recibidas de parte suya o de María Martínez. En algún momento se detuvo la bestia frente al mural de la fiesta campesina de Vela Zanetti y dijo que lo que parecía era un velorio. Nadie lucía contento en aquel mural, la mayoría de la gente estaba aburrida.

Cuando estaban a punto de salir, la bestia le preguntó a Paulino qué le parecía semejante disparate, el edificio en conjunto, y Paulino dijo que le parecía una verdadera casa de orates. Una casa de locos.

Tanto derroche de extravagancias era insultante, era una afrenta, no congeniaba, según los entendidos, con el carácter,  con el supuesto estilo o carácter espartano que le atribuían a la bestia, y la pundonorosa y noble bestia rechazó de plano la obra que nunca fue amueblada ni habitada por él.

Poco tiempo después Don Cucho recibió un nombramiento envenenado. Lo nombraron diputado en el mes de mayo de 1950, lo relevaron del cargo de Presidente del Partido Dominicano y lo nombraron diputado. Pero en agosto le retiraron el cargo de diputado, lo dejaron en el limbo, sin pito y sin flauta.

(Historia criminal del trujillato [77])

Nota: En la entrega anterior de esta serie apareció una información errada sobre la formación profesional de Henry Gazón Bona, del cual se dijo “que al parecer era autodidacta”, un “arquitecto práctico”. Por el contrario, Henry Gazón Bona había estudiado en Francia y tenía una sólida formación. Gazón Bona fue el diseñador de los locales del Partido Dominicano, del Monumento a la Paz de Trujillo en Santiago, del Matadero Industrial de Ciudad Trujillo, del Mercado Modelo de la Avenida Mella, de la Casa Vapor, que fue su residencia en Gascue....

Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.
El “cuchipaineo” de Hipólito y Danilo, las obras públicas y la JCE
https://prensalibrenagua.blogspot.com/2016/10/el-cuchipaineo-de-hipolito-y-danilo-las.html

José Almoina, “Una satrapía en el Caribe”
(http://www.memoria-antifranquista.com/wp-content/uploads/2014/10/JOSE-ALMOINA-UNA-SATRAPIA-EN-EL-CARIBE.pdf).
El libro de Don Cucho Álvarez
(https://hoy.com.do/el-libro-de-don-cucho-alvarez/)

El palacio que Trujillo no quiso
Evelin Germán | 6 septiembre, 2014

El palacio que Trujillo no quiso

La Casa de Caoba y el Castillo del Cerro
Marcos Rodríguez | 11 agosto, 2018

La Casa de Caoba y el Castillo del Cerro

Arquitecto Bienvenido Pantaleón Hernández.
LA CASA QUE TRUJILLO NUNCA HABITO....
Virgilio Álvarez Pina
La Era de Trujillo, narraciones de Don Cucho

El círculo del poder (13): La caída de Don Cucho y otros favoritos

Pedro Conde Sturla

4 marzo, 2022

La caída de Cucho Álvarez fue estrepitosa. Cayó de la presidencia del Partido Dominicano a la humilde condición de diputado, y de diputado pasó a ser desempleado, le retiraron el rango de general honorario y desde luego todos sus privilegios.

Las cosas empezaron a ponerse color de hormiga para Don Cucho apenas unos días después de la visita de Trujillo y Paulino a la Casa del Cerro, cuando la prensa abrió fuego contra él y Gazón Bona en particular, pero también contra el español Vela Zanetti, que sólo tenía culpa de no saber pintar merengues. Lo que se armó contra Don Cucho y Gazón Bona fue una pelotera monumental. Una primera filípica, titulada “Casa de Orates en El Cerro”, apareció en la primera página del diario El Caribe, y en los días siguientes desde el Foro publico los plumíferos más abyectos empezaron a vomitar improperios, se produjo una andanada, un aluvión de improperios, de frases injuriosa a granel, todo tipo de insultos, una antología de denuestos, dicterios, vituperios... ataques desalmados contra la moral y el buen nombre de Cucho y Gazón

Salieron a relucir los desaciertos arquitectónicos reales e imaginarios del pretencioso Castillo del Cerro, la pobreza creativa del plano, el derroche y los turbios manejos que tuvieron lugar durante la construcción. Se dijo que ni la bestia ni la María Martínez vieron jamás el diseño ni conocieron de su existencia, que el dinero se había dilapidado graciosamente a manos llenas y que para lo único que podía servir la decrépita edificación era para poner un manicomio.

La deshonra del honorable Don Cucho Virgilio Álvarez Pina tocó fondo. La cosa más gentil que decían de él los medios de comunicación es que era un ladrón y un loco.

Para peor, mucho de lo que se decía parecía ser cierto y Don Cucho tuvo que marcharse al exilio, un pesaroso exilio, el exilio interior en alguna propiedad seguramente confortable y lujosa, un exilio que le pareció “un largo calvario, con reclusión doméstica voluntaria”, desde 1950 hasta 1954. Adoptó, entonces, durante esos años, un bajo perfil, el perfil que le permitía conservar el pellejo. Pero no estaba solo en su desgracia. Lo acompañó en su caída, no en su exilio, aunque por razones diferentes, su amigo Paíno Pichardo. El cuchipaineo, la mancuerna de Cucho y Paíno, permanecería en receso durante la mayor parte del reinado de Anselmo Paulino.

El español José Vela Zanetti, el muralista oficial del régimen, cayó también de la gracia del jefe y fue relegado durante un tiempo, apartado de las esferas oficiales por complicidad en la comisión del adefesio del cerro, pero no sufrió, no fue víctima de mayores consecuencias.

A Garzón Bona le fue mucho peor que a Don Cucho. Dicen que la bestia le dio en principio veinticuatro horas para salir del país, pero la verdad es que prefirió, como era su costumbre, desconsiderarlo, humillarlo, a pesar de su fama y gloria, a pesar de haber sido el diseñador del Monumento a La Paz de Trujillo que se levantó en la ciudad de Santiago de los Caballeros, a pesar de su dedicación, a pesar de su innegable contribución y su entrega total como arquitecto a su magna obra de gobierno durante más de veinte años.

A Gazón lo difamaron por todos los medios, naturalmente, como era de rigor, y también lo acusaron o levantaron sobre él de alguna manera la sospecha de malversación de fondos en la construcción del engendro del cerro. Lo amenazaron de muerte, lo amenazaron con meterlo en prisión, convirtieron su vida y la de su familia en una pesadilla y tuvo que irse al exilio, el verdadero exilio en el extranjero, no el exilio dorado que padeció Cucho Álvarez. Lo peor de todo es que se vio obligado a dejar a sus mujer y a sus hijos en el país durante lo que de seguro fue el más angustioso período de su existencia. Finalmente lo acusaron de desertor, de abandonar las filas del glorioso ejército en el cual ostentaba el rango de mayor más o menos honorífico.

A juicio de Crassweller, la principal razón de la caída de Cucho Álvarez y Paíno fueron las intrigas y la ascensión atropelladora de Anselmo Paulino Álvarez. Paulino se jactaba en voz alta de que la bestia le había pedido que tratara como un hermano a Cucho Álvarez, como un amigo fraterno, y Paulino lo complació de una forma tan peculiar que al cabo de un año había destruido (provisionalmente) su carrera. En esa misma época también se llevó de paso a Paíno Pichardo y logró apartar, por cierto tiempo, a Manuel de Moya Alonso, un personaje singular a quien la bestia apreciaba de una manera igualmente singular. El muy querido Manuel de Moya Alonso.

Por fortuna, y como dice el refrán, no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista. El reinado de Paulino, entre 1951 y 1954, llegó a su fin de una manera imprevista y mucho más estrepitosa que la de Cucho Álvarez.

Al poco tiempo, Paíno Pichardo regresó a la cumbre, recuperó las perdidas gracias del poder y fue de nuevo nombrado Presidente del Partido Dominicano.

Álvarez Pina regresó al círculo íntimo de la bestia donde permaneció hasta el fin de la era. Bajo su nefasta influencia harían carrera varios de sus descendientes, empezando por Virgilio Álvarez Sánchez, un personaje oscuro que parecía sacado de una película del cine negro. Crassweller lo describe como un tipo corpulento y de modales muy poco refinados, que se destacaba, por su impopularidad, por intrigante, por su notoria incapacidad y por el cigarrillo que a todas horas pendía de sus labios.

Dicen las malas lenguas que cuando por fin Don Cucho volvió a encontrarse con la bestia, después del plácido exilio, la bestia se mostró alegre y jovial, le dijo a boca de jarro en son de broma o de sarcasmo, “Pero carajo, Cucho, ¡dónde te habías metido?”.

(Historia criminal del trujillato [78])

Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.

El “cuchipaineo” de Hipólito y Danilo, las obras públicas y la JCE
https://prensalibrenagua.blogspot.com/2016/10/el-cuchipaineo-de-hipolito-y-danilo-las.html

José Almoina, “Una satrapía en el Caribe”
(http://www.memoria-antifranquista.com/wp-content/uploads/2014/10/JOSE-ALMOINA-UNA-SATRAPIA-EN-EL-CARIBE.pdf).

El libro de Don Cucho Álvarez

(https://hoy.com.do/el-libro-de-don-cucho-alvarez/)

El palacio que Trujillo no quiso

Evelin Germán | 6 septiembre, 2014

El palacio que Trujillo no quiso

La Casa de Caoba y el Castillo del Cerro

Marcos Rodríguez | 11 agosto, 2018

La Casa de Caoba y el Castillo del Cerro

LA CASA QUE TRUJILLO NUNCA HABITO....

Casa del Cerro

El Castillo del Cerro o “ Casa de Orates”

La Residencia que Trujillo nunca habitó, motivo de la desgracia de varios de sus más estrechos colaboradores.

Por: Arquitecto Bienvenido Pantaleón Hernández










No hay comentarios:

Publicar un comentario