Pedro Conde Sturla
26 julio, 2019
Juan Bobo y Pedro Animal eran parte de la infancia. Muchos crecimos con ellos y con “Los cuentos de seño Ambrosio”, de César N. Perozo. Cuentos de humor ingenuo que pocos conocen ya o simplemente recuerdan. Juan Bobo y Pedro Animal estaban en boca de los niños de escuelas, campesinos y letrados, circulaban en mis años juveniles como literatura oral y hasta hace poco tiempo pensaba que eran producto del folklore nacional, de la cultura que compartimos en esta parte del mundo. De hecho, hay quien considera que Juan Bobo pertenece a la literatura infantil dominicana, y bajo este rótulo aparece en un blog el cuento “En una misa me rompieron la camisa” (https://infantojuvenildominicana.blogspot.com/2018/05/juan-bobo-en-una-misa-me-rompieron-la.html).
En relación a Pedro Animal no tengo ninguna documentación que acredite su procedencia, y es casi nada lo que conservo en la memoria. De alguna manera se me antoja que quizás, sólo quizás, podría tratarse de un duplicado criollo de Juan Bobo.
Por otra parte, lo poco que sé al respecto de Juan Bobo es que es de origen español, que son abundantes en España los relatos en que interviene este personaje, derivado de la literatura picaresca, y que se extendió más o menos por casi todo el continente americano y sobre todo en Puerto Rico y en Los Estados Unidos, donde echó las más profundas raíces.
En uno y otro país -dice en Wikipedia- “A lo largo de casi dos siglos, una colección de libros, canciones, adivinanzas y cuentos populares se han desarrollado a su alrededor. Se han escrito cientos de libros infantiles sobre Juan Bobo en inglés y español”.
Ahora bien, como suele suceder, nada surge de la nada. Juan Bobo “es parte de una tradición más amplia que abarca varias culturas del mundo. Muchos de los cuentos tienen puntos de trama casi idénticos en historias de India, China, Turquía y tradiciones en África y América del Norte”. (https://en.wikipedia.org/wiki/Juan_Bobo).
El cuento de Juan Bobo y el cura, que aparece a continuación, es de origen ecuatoriano y se supone que pertenece a una fuente oral, aunque la elaboración del lenguaje narrativo parece desmentir esto último.
Juan Bobo y el Cura
Fuente Oral: Marco Antonio
Rodríguez Zambrano,
Cantón Salitre, Guayas, Ecuador
Recopilación y Transcripción: Ángela Arboleda
Fuente Oral: Marco Antonio
Rodríguez Zambrano,
Cantón Salitre, Guayas, Ecuador
Recopilación y Transcripción: Ángela Arboleda
Ésta es la historia de Juan Bobo y les va a demostrar que no siempre el más “vivo” sale ganando.
Resulta que Juan Bobo, un joven campesino que a duras penas había terminado la escuela, encontró trabajo con el sacerdote del pueblo, famoso por su inteligencia y carácter bromista.
Una tarde, el gordo sacerdote, cansado de la lentitud de su nuevo sacristán decidió empezar a tomarle el pelo.
Era domingo, después de misa y pensó que Juan bobo era el único que iba a aceptar quedarse a trabajar para servirle en la gran reunión que tendría con unos poderosos señores de la parroquia.
Por la tarde, cuando estaban conversando el cura llamó a Juan Bobo, que lento como siempre se presentó después de un largo rato diciendo:
-¿Qué desea, padrecito?
-Yo no soy padrecito -le contestó- yo me llamo Cruzdinero.
Todos rieron del comentario y Juan Bobo repitió: -Está bien, señor Cruzdinero-. Como la broma le empezó a gustar el sacerdote lo envió a que le arreglara el “potestate”, orden que el pobre Juan no sabía cómo cumplir. Conteniendo la risa, el cura le mostró que “potestate” era su santa cama. Luego le preguntó cómo se llamaba eso que llevaba puesto y el sacristán le contestó que pantalones. Muy serio el cura lo corrigió diciéndole que aquello no eran pantalones si no “garabitates”. La cara de Juan provocó la primera carcajada del grupo, que rió aún más cuando Juan repitió, tomándose los pantalones con las manos, “garabitates”.
Tanta gracia le causó que el cura continuó con la broma y esta vez le preguntó, cómo se llama eso que llevas en los pies. Eso sí sé, pensó Juan y contestó, ¡sandalias! Claro que no, fue la respuesta que obtuvo. ¿Cuáles sandalias? Eso se llama, “chirimires”, dijo el cura mientras mordía un pedazo de jamón tratando de aguantarse la risa.
Tanta gracia le causó que el cura continuó con la broma y esta vez le preguntó, cómo se llama eso que llevas en los pies. Eso sí sé, pensó Juan y contestó, ¡sandalias! Claro que no, fue la respuesta que obtuvo. ¿Cuáles sandalias? Eso se llama, “chirimires”, dijo el cura mientras mordía un pedazo de jamón tratando de aguantarse la risa.
Sus amigos se carcajeaban viendo cómo Juan se miraba sus viejas sandalias y repetía “chirimires”. No contentos con eso, le señalaron al confundido campesino a un gato. Eso es un gato aquí y en el recinto de al lado, respondió. Noooo, le contestaron, agregando que era un total ignorante. Eso se llama “paparasgate”. Repite, le ordenaron, y así lo hizo Juan bobo: “paparasgate”.
Así continuó la reunión entre risas y comida. Hasta que aburridos, volvieron a llamar a Juan Bobo, el sacristán, para pedirle que les traiga un poco de “clarancia”. Pobre Juan, tenía la cara de estar totalmente perdido. Entre risotadas todos le señalaran el agua que había en una batea…. ¿Ah!, dijo él, eso se llama agua. ¡No, estúpido! Le contestó, bastante enojado el cura… Repite, eso se llama “clarancia”. Sumiso, Juan, mientras les servía el agua, repitió, “clarancia”.
La cosa no quedó allí, le señalaron después el sembrío de cacao, insistiéndole que se llamaba “bitoque”. Lo mismo con el burro, que le dijeron era un “filitroque”. Los chorizos que se asaban sobre el fogón, le dijeron eran “filitraca”. Juan Bobo de lo más inocente repetía todos estos extraños nombres con que el burlón sacerdote bautizaba a las cosas con las que él trabajaba a diario.
Antes de caer dormido y totalmente borracho con el vino de la sacristía, el pesado bromista, le ordenó decir el nombre de aquello que cocinaba las carnes…¡ah, fuego!, gritó un poco cansado Juan. Con una última carcajada le hicieron repetir que aquello se llamaba”alumbrancia”. “Alumbrancia”, repitió Juan mientras el padrecito empezaba a roncar plácidamente.
El sol se estaba poniendo y todo parecía transcurrir en calma. Juan Bobo, el sacristán, sumiso y trabajador como era, estaba limpiando los destrozos de la fiesta, rezongando escoba en mano, cuando de pronto, vio cómo el gato al intentar robarse del fogón un chorizo le cayó una brasa sobre el cuerpo, prendiéndose de inmediato sus pelos. El animal corrió como alma que lleva el diablo y se metió por las matas de cacao y Juan Bobo, que dicen era bobo, pero sabía mucho del campo, se dio cuenta de lo que podía pasar con esa bolita de fuego en medio del monte. Así que se fue corriendo a despertar al cura y muy alarmado le dijo estas palabras:
-Levántate Cruzdinero, acostado en potestate, ponte los chirimires y también las garabitates que paparasgate le prendió alumbrancia y si no corre a traer clarancia se le quema el bitoque. Yo me voy en filitroque y me llevo la filitraca.
Juan Bobo agarró su burrito, todos los chorizos y carnes que quedaban y se fue de lo más contento por el camino real. Dicen que cuando el cura se dio cuenta de lo que pasaba, todita la casa parroquial se le había quemado y la risa y las ganas de burlarse del más débil se le fueron para siempre.
Cuentos y Tradiciones Orales del Ecuador, Eskeletra, 2006.
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