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23/8/25

El asesinato de Castillo Armas

Pedro Conde Sturla

La bestia dormía poco en esa época. Lo desvelaban sus sueños criminales, la ejecución de sus planes criminales. Unos meses después del frustrado atentado contra Jose Figueres, presidente de Costa Rica, se llevó a cabo el extraño asesinato de Carlos Castillo Armas, presidente de Guatemala. Lo único que tenían en común ambos sucesos era la mano criminal de Trujillo, el brazo largo de la bestia. Figueres era un enemigo jurado de Trujillo, pero Castillo Armas era un dictador al que la bestia había ayudado a ascender al poder. Trujillo no lo odiaba porque fuera un adversario, lo odiaba y lo mató por mal agradecido, por haberse negado Castillo Armas a concederle una condecoración en pago de sus buenos servicios. Trujillo estaba desquiciado, eso se sabía, era un rumor que corría de boca de boca, todos lo decían o lo pensaban, pero el asesinato de Castillo Armas, o mejor dicho el motivo, demostraba de manera fehaciente hasta qué punto. Lo había estado siempre, en rigor. Pero ahora estaba más desquiciado y ebrio de sangre que nunca.

Castillo Armas era un militar que había usurpado el poder después del derrocamiento del último gobierno constitucional que tendría Guatemala en mucho tiempo: el gobierno del coronel Jacobo Árbenz, el sucesor de Juan José Arévalo, padre del actual, presidente de Guatemala.

Arévalo había llegado al poder a raíz de la llamada revolución de octubre de 1944. En rigor, se trataba de un movimiento cívico y militar que contó con gran apoyo de obreros y estudiantes, provocó el derrocamiento del dictador JorgeUbico y organizó unas elecciones libres en las que resultó elegido presidente Arévalo. Mejor dicho, las primeras elecciones libres que habían tenido lugar en Guatemala, la primera elección democrática de un presidente en toda su historia.

Comenzó así un periodo de diez años en el qué se turnaron en el poder Juan José Arévalo y el coronel Jacobo Árbenz. Diez años de modernización del estado y de importantes reformas sociales que pusieron a Guatemala en la ruta del progreso económico e institucional y en la mira del imperio que veía todo aquel proceso con ojeriza.

Juan José Arévalo, que gobernó entre el 15 de marzo de 1945 y el 15 de marzo de 1951, instauró en el país un gobierno moderadamente progresista. La derecha lo tildaba, sin embargo, de comunista a pesar de que sus reformas más radicales a favor de los pobres se inspiraban en el famoso New Deal, que había implantado en los Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt. De hecho, Arévalo tuvo que superar incontables intentonas golpistas, unas treinta en total, y se mantuvo en el poder y pudo terminar su mandato gracias al apoyo popular y el de militares del grupo de Árbenz.

Jacobo Árbenz llegaría también a la presidencia mediante elecciones libres y ejerció el poder desde el 15 de marzo de 1951 hasta el 27 de junio de 1954, fecha en que fue derrocado. Árbenz no era tan moderado como Arévalo, era más bien radical y de ideas más avanzadas. Su programa de gobierno contemplaba, entre muchas otras cosas:

«… primero, convertir a nuestro país de una nación dependiente y de economía semicolonial, en un país económicamente independiente; segundo, transformar a nuestra Nación, de un país atrasado y de economía predominantemente feudal, en un país capitalista moderno; y tercero, hacer que esta transformación se lleve a cabo de tal manera que traiga consigo la mayor elevación posible del nivel de vida de las grandes masas del pueblo».

Su llegada al poder fue en verdad todo un acontecimiento. Por primera y última vez en no se sabe cuánto tiempo un presidente constitucional entregaba el poder, pasaba la antorcha a otro presidente democráticamente electo. Pero no era un simple cambio de presidente. Jacobo Árbenz se tomaba en serio, muy en serio, la idea de erradicar o por lo menos mitigar la pobreza, y sobre todo la causa de la pobreza. Árbenz se enfrascó entonces en una serie de reformas, empezando por la reforma agraria, que promovía los cambios sociales y la vez afectaba los intereses de los poderosos, de los verdaderos dueños del país. El problema, o uno de los grandes problemas, es que la mayoría de la población no tenía acceso a las tierras: tenía en sus manos apenas un diez por ciento. Los grandes terratenientes y la estadounidense United Fruit Company poseían prácticamente el resto. De hecho, y esto era lo más irritante, la mencionada United Fruit Company se había adueñado de más del cincuenta por ciento de todos los terrenos cultivables y sólo cultivaba un tres por ciento. Las reformas de Árbenz y su apertura política empezaron más temprano que tarde a dar fastidio a los grandes privilegiados. La United Fruit, sobre todo la bananera Unity Fruit, pegaría el grito al cielo.

Guatemala, mientras tanto, se había convertido desde los tiempos de Arévalo en un imán, un parque de atracción para los numerosos exilados latinoamericanos, y durante el gobierno de Árbenz se acentuó aún más el proceso. Con el gobierno de Àrbenz se inauguraba un experimento social y humano en América Latina, se abría una gran esperanza y no sólo para Guatemala. En ese país encontraron refugio y apoyo para sus planes de derrocar a Trujillo numerosos exilados dominicanos. Pululaban fugitivos de todas las dictaduras que poblaban entonces los países del continente mestizo. Había liberales, conservadores y comunistas e incluso curiosos y aventureros como Ernesto Guevara, a quien todavía no le decían Che. Había un poco de todo, es decir, todo lo necesario para que el gobierno de Jacobo Árbenz pudiera ser acusado de comunista, para que los servicios de inteligencia del imperio y sus secuaces lo denunciaran por querer convertir Guatemala en una marioneta de la Unión Soviética. Eso le pasaba por pretencioso, por pretender transformar su patria en un país autosuficiente y próspero, en un lugar donde pudieran vivir y convivir en armonía seres humanos.

La United Fruit, sobre todo la bananera Unity Fruit, pegaría de nuevo el grito al cielo. Junto a la United Fruit gritarían los grandes terratenientes y sus gritos fueron escuchados por la CIA. Habían sido escuchados desde el principio y también amplificados, los habían convertido en un ruido de prensa estruendoso, ensordecedor.

Árbenz sería derrocado el 27 de junio de 1954 por un golpe financiado por la United Fruit y ejecutado por la CIA. La presidencia pasó a manos del coronel Carlos Castillo Armas.

Guatemala se sumergió en el abismo, no tendría paz durante mucho tiempo. El golpe daría lugar a una espantosa guerra civil en la que se perdieron doscientas cincuenta mil personas y otras cincuenta mil desaparecieron, se convertiría en una de las tierras más ensangrentadas de América. Allí ocurrió en efecto una de las peores tragedias latinoamericanas.

Castillo Armas no disfrutaría mucho tiempo del poder. Fue ajusticiado extrañamente, extrañamente ajusticiado:

«En los últimos meses la casa presidencial estaba casi desierta y los guardias eran cada vez menos. En circunstancias hasta la fecha confusas, Castillo Armas recibió dos disparos camino al comedor; la primera dama trató de hacerlo reaccionar mientras gritaba: “¡Se fue por las escaleras! ¡el soldado lo mató!”». (1)


(Historia criminal del trujillato [171])

Robert D. Crassweller, «The life and times of a caribbean dictator».
Nota:

(1) Sandoval, Marta (2014). «Tres disparos en una noche lluviosa».



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