Hubo una época, la más larga de la historia, en la que no había luz eléctrica, ni radio, ni televisión, ni cine, ni computadoras y mucho menos alienantes, estupidizantes videosjuegos.La lectura era una de las diversiones favoritas, si así se le puede llamar a una adicción (una saludable adicción). La lectura, en efecto puede llegar a ser, en el mejor de los sentidos, un hábito tan terrible que se convierte en vicio y transforma a cierta gente en quijotes. Pero la falta de un entrenamiento sistemático para adquirir este hábito produce muchas veces analfabetos funcionales (“la incapacidad de comprender, de leer o escribir frases sencillas en cualquier idioma”), como muchos de los estudiantes que ingresan a la universidad.
Jostin Gaarder, el autor de “El mundo de Sofía”, dice que el sentido de la filosofía, de la cultura y el conocimiento en general, que se adquiere a través de la lectura, no es algo abstracto, inaprensible, tiene una finalidad práctica que se identifica con la existencia misma y marca la diferencia entre vivir y vivir intensamente. Se puede vivir una vida, vegetar, “flotar en el vacío” como “un mono desnudo”, o se pueden vivir muchas vidas estudiando, leyendo, adquiriendo conocimientos, vivencias que se incorporan a nuestra biografía con la calidad de lo intensamente vivido.
Uno no vuelve a ser el mismo después de conocer un poco de historia, filosofía, ciencia, literatura, después de leer y familiarizarse con el Quijote y Sancho, con el coronel Buendía de “Cien años de soledad” y la inolvidable Úrsula Iguarán. Por eso Pérez-Reverte no puede desprenderse de los personajes de “Los tres mosqueteros” y habla de d’Artagnan como el más entrañable amigo. La literatura, como la vida, sirve para vivirse, y las venturas y desventuras de los personajes de la historia y la literatura forman parte de la gran aventura de la existencia. PCS.]
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