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27/3/21

La agencia (3)

La agencia (3)

Harold Priego era un excelente dibujante publicitario y hacía dibujos y caricaturas con una facilidad pasmosa, pero teníamos que asegurarnos de que no representara los personajes del storyboard con la apariencia de algún encopetado cliente o infiltrara algún detalle morboso.

Harold Priego
Harold Priego

En el departamento de arte se armó un molote —el acostumbrado molote- en cuanto subió la directora de tráfico a entregar al director la orden de trabajo correspondiente para dar inicio a la parte gráfica de la campaña de Sanadol: punto final al dolor.El departamento de arte ocupaba la mitad de un tercer piso y tenía un amplio ventanal por donde entraba la luz a raudales y se desparramaba alegremente sobre los dibujantes y las mesas de dibujo, pero cuando llegaba la directora de tráfico la mayoría de los dibujantes cambiaban de lugar, se iban al lado opuesto, se situaban a contraluz.

20/3/21

La agencia (2)

La agencia (2)

Los ojos de la colombiana se iluminaron, porque comprendió que el catalán había dado inconscientemente en el clavo.

Harold Priego

Al catalán se le cayó la mandíbula sobre el escritorio cuando vio el escobillón que había enviado el licenciado Biglietti. La colombiana, que estaba a punto de decir algo, se quedó con la palabra en la boca y estuvo a punto de tragársela, pero yo me quedé como quien dice frizado, en estado catatónico.

12/3/21

La agencia

La agencia

Tres genios de la publicidad y no pueden con una campañita. ¡Qué desperdicio de dinero!

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Harold Priego en compañía de dibujantes publicitarios 

El catalán dijo que eran las once y media y no habíamos vendido ni una escoba. Eso quería decir —por lo menos en catalán—, que el negocio andaba mal. Y en términos publicitarios significaba que no habíamos parido ni una idea. La agencia publicitaria para la que trabajábamos se había comprometido a presentar para ese mismo día una campaña a uno de sus principales clientes y no habíamos vendido ni una escoba.

El catalán se había aflojado el nudo de la corbata, que era su manera de desabotonarse la sesera y estimular la creatividad, pero no le dio resultado. Al cabo de un tiempo se quitó la corbata y se quitó también los zapatos y se puso la corbata en la cabeza, alrededor de la cabeza, con el nudo en la frente. Finalmente colocó ambas patotas sobre el escritorio y se reclinó plácidamente en su flamante sillón ejecutivo. Era un recurso extremo al que sólo acudía en casos graves, cuando la urgencia y la sequía de ideas lo ameritaba. Ya eran las once y media y no habíamos vendido ni una escoba

La creativa colombiana lo miraba con una mirada ambigua, entre aterrorizada y divertida. El licenciado presidente tenía poco sentido del humor: en cualquier momento podía hacer una de sus intempestivas visitas sorpresa y la escena no le habría parecido divertida, pero al catalán le daba tres pitos y mi me daba lo mismo que al catalán.

Era un catalán aplatanado de apellido sicalíptico. O mejor dicho, uno de esos apellidos que la gente malpensada tendía a retorcer por instinto y a convertir en algo pecaminoso, opuesto al mandato bíblico. Había llegado al país en plan de aventura, con el propósito de seguir viaje hacia Colombia o Brasil, internarse y perderse durante años en la inmensa jungla Amazónica, pero no pasó de Santo Domingo, sucumbió de inmediato al paisaje doméstico y se dedicó a la publicidad, a lo que sabía hacer desde antes de nacer. Se enamoró, se casó, se convirtió en padre, un padre de familia ejemplar que nunca colgaría los hábitos. Se dominicanizó, en fin de cuentas, se aplatanó, pero sin perder un ápice de su esencia catalana y su bizarro sentido del humor.

Allí estaba con sus patotas sobre el escritorio, exhibiendo una media de un color y otra de otro y en eso entró el licenciado Biglietti, que se quedó mirándolo estumefacto.

—¿Cómo va la campaña? —preguntó al cabo de un momento de indecisión.

Le dije que eran las once y media y no habíamos vendido ni una escoba.

El licenciado Biglietti sólo entendía el sentido literal de las cosas, cuando lo entendía, y paseó la vista por el departamento de creatividad buscando seguramente una escoba o algo que se le pareciera y luego me miró sorprendido. ¿De que escoba le estaba hablando?

La colombiana le dio o trató de darle una explicación en términos elementales, pero sólo consiguió que al licenciado se le confundieran más las ideas. No entendía que tenían que ver las escobas con la campaña publicitaria que teníamos pendiente y optó por marcharse casi enseguida. Pero dos minutos después sonó el teléfono del catalán. El licenciado presidente quería saber cómo iba la campaña y cuál era el problema que teníamos con las escobas en el departamento. El catalán mintió con toda la desfachatez de que era capaz y dijo que todo andaba viento en popa, y que en cuanto a las escobas ya habían barrido todo el piso y que sólo faltaba pasarle la aspiradora.

En ese momento entró Harold Priego, en representación del departamento de arte, y se echó a reír sin motivo aparente. De hecho, había intuido que el catalán le estaba metiendo un cuento a alguien y le pareció divertido.

En el departamento de arte estaban esperando la campaña para darle forma gráfica y todos estaban impacientes. Mientras más tarde empezaran, más tarde terminarían y esa noche tendrían y tendríamos probablemente que amanecer en la agencia.

—En que está la campaña —preguntó con su acostumbrada voz de trueno.

—La campaña no está —respondió el catalán—, simplemente no está.

Harold no dijo nada, se volvió para salir por donde había entrado, pero en el último momento preguntó que era lo que estaba pasando en el departamento con una escoba.

—Que son las once y media y todavía no hemos podido vender una escoba —dijo la colombiana con una media sonrisa dibujada en el rostro.

Harold se quedó perplejo y frunció el ceño. Entendió de inmediato que le estaban tomando el pelo y no quiso darse por aludido. Respondió con una frase sarcástica, una de sus típicas expresiones descarnadas y rudas.

—Tres genios de la publicidad y no pueden con una campañita. ¡Qué desperdicio de dinero!

En cuanto salió comenzó a cantar el brindis de La traviata, que se sabía un poco de memoria. Su estruendosa voz desentonada rompía los tímpanos, y los miembros del departamento de arte empezaron a protestar. Susy Gadea, la dibujante peruana, lo mandó por favor a callar, pero Harold no hizo caso y cuando acabó con el brindis de La traviata pasó a berrinchar el aria de El barbero de Sevilla. No entendía nada de lo que decía, pero lo decía con cierta corrección.

A mitad del concierto operístico la puerta del departamento de creatividad se abrió a todo lo ancho y apareció en el umbral la figura estatuaria del ejecutivo jumbo de la compañía, ejecutivo de cuentas o ejecutivo de cuentos, como le llamaba Harold a los ejecutivos.

El Jumbo era un tipo enorme, que alguna vez había sido un prospecto de las grandes ligas del béisbol, un tipo manso, apacible, pero del cual era prudente no estar muy cerca cuando perdía la paciencia.

De inmediato preguntó por la campaña y el asunto de las escobas y todos nos echamos a reír. Al Jumbo no le hizo gracia. Estaba preocupado por el retraso y dijo que le dolía la cabeza. El catalán le dijo que eso le pasaba por haber estado pensando más de un minuto seguido y el Jumbo lo miró torcido.

—Ustedes creen que son los únicos que piensan en esta compañía, pero tienen dos días tratando de armar una campaña y no dan pie con bola. ¿Qué es lo qué pasa?

—El problema es que no pasa nada —dijo la colombiana—, no se nos ocurre nada.

—Entonces —propuso el Jumbo— por qué no nos reunimos en el salón de conferencia.

—Eso sería peor —respondimos casi al unísono.

El tipo de reuniones que proponía el Jumbo tenía por propósito desatar lo que en publicidad se llama una tormenta de cerebros, pero la tormenta degeneraba casi siempre en una charla insulsa donde todos hablaban y nadie se escuchaba. Una pérdida de tiempo.

—Eso sería peor —repetimos casi al unísono.

El Jumbo tomó asiento y se quedó callado un largo rato. Dijo, apesadumbrado, que tendría que llamar al cliente, posponer la presentación de campaña, quedar mal. El catalán le dijo que todavía había tiempo, que sólo necesitábamos un slogan, un buen slogan, y después todo lo demás vendría por añadidura.

El Jumbo pareció convencido y decidió darnos el crédito de la duda, un poco de tiempo al tiempo. Después se incorporó lentamente y dio primero un paso, luego un segundo paso. Su enorme envergadura le impedía incorporarse súbitamente, necesitaba un par de metros para erguirse completamente, una especie de carreteo.

Se despidió en la puerta con una sonrisa amplia que equivalía a un voto de confianza y agachó la cabeza al salir para no golpearse con el dintel.

El catalán se puso serio, bien serio, dijo que teníamos que desabrocharnos el cerebro y ponerle punto final a esta vaina y los ojos de la colombiana se iluminaron. Estaba a punto de decir algo cuando se abrió de nuevo la puerta y apareció Ramoncito Lara. Era uno de los mensajeros internos y traía en la mano derecha un escobillón que entregó de inmediato a la colombiana. Luego dijo con cierto aire solemne:

—El licenciado Biglietti me dijo que trajera esa escoba al departamento de crastividá..

6/3/21

Patria


Pedro Conde Sturla

Pedro Mir, Manuel del Cabral, Juan Sánchez Lamouth,
 Franklin Mieses Burgos, Freddy Gatón Arce

Era una vez un país de verdad que era completamente imaginario. Los atardeceres se posaban en su lomo como un paisaje dulce y reposado y el sol tardaba siglos en ponerse. Los amaneceres eran tórridos, pateados, de una luminosidad fluvial, ensordecedora, y las montañas caían por los ríos, se despeñaban por los desfiladeros, corrían ríos amargos de azúcar y de alcohol.

28/2/21

Calle sin salida

Pedro Conde Sturla

Aquella suntuosa residencia en los alrededores de Puerta de Hierro tenía un encanto particular y nos sedujo al instante, sobre todo por su ubicación al final de esa arbolada y frondosa calle sin salida. Por eso no dejó de sorprendernos que el vendedor (tan aparentemente nervioso) estuviese  contento de desembarazarse de un inmueble de ese valor a  precio de vaca muerta. Se encontraba, eso sí, en un lugar retirado, prácticamente desolado, en las afueras de la ciudad, casi al lado del río Isabela, pero allí se respiraba aire puro y fresco a pleno pulmón y era un lugar apacible, extrañamente apacible en realidad.

27/2/21

Me dijeron que no entrara ahí, doctor

Pedro conde Sturla

26 febrero, 2021

Luis Buñuel, fotograma de El ángel exterminador (1962). 

Me dijeron que no entrara ahí, doctor, desde el primer día me lo dijeron. No me dieron explicación y ni siquiera me lo ordenaron ni me lo prohibieron, sólo me dijeron que no entrara ahí, que me abstuviera simplemente de entrar y de inmediato me dió curiosidad.

24/2/21

CAPERUCITA ROJA

(versión popular)

Pedro Conde Sturla


Caperucita Roja llega a casa de la abuela y se encuentra al lobo feroz vestido de abuela y le pregunta, abuelita, y esos ojos tan grandes, y el lobo responde, para mirarte mejor. Después le pregunta, abuelita, y esa boca tan grande, y el lobo le responde, para besarte mejor. Finalmente le pregunta abuelita, y ese rabo tan grande, y el lobo feroz se sonríe torcidamente y le dice, je, je, ese no es el rabo.

22/2/21

PALACIO DEL ESQUIZO

Pedro Conde Sturla


Índice: 

Sombras nada más 

Más café, por favor, infinitamente café 

Barracuda

Caquito

En el palacio

Fábula del fabulador 

Crónicas tardías desde el Palacio de la  esquizofenia



SOMBRAS NADA MÁS 


Son como sombras sonámbulas que sueñan porque los sueños sueñan, colmena o avispero, muestrario de varia humanidad, columnas de seres y contornos imprecisos que entran y salen, ocupan las mesas, a veces todas las mesas de la Cafetería restaurante El Conde. El alucinante Palacio de la esquizofrenia en todo su esplendor. Allí concurren a granel, meditan o vegetan, discurren y se escurren el profesor emérito que dicta charlas magistrales y el alumno que aprende, el prócer y el apátrida, gobiernistas y oposicionistas igualmente fogosos, el filántropo y el misántropo, el aristócrata y el plebeyo, el abogado de oficio y el abogado sin oficio, el postor y el impostor, el filósofo, el historiador, el diplomático, el diputado, el doctor, el asistente del procurador, el revolucionario de profesión, el escritor, el trovador Rodríguez (un ingenio sin par), el cundango y la cundanga, el periodista, el publicista y su consorte, el cronista, el pintor –los infinitos 

pintores–, el escultor, el conocido caricaturista de humor negro y risa alegre con boca de chivo, el actor, el cineasta, el lambón, limpiasaco o tumbapolvo, como se dice entre nosotros, el advenedizo que quiere beber y fumar a cuenta ajena, el fisgón, el turista, el buscón y la buscona que se la buscan con los turistas, algún poeta maldito rumiando su desagravio y un montón increíble de malditos poetas, el crítico de arte de mala sangre, el crítico literario de mala leche, el crítico de cine de mala sombra, el policía que es un secreto a voces y un grupito de alcohólicos más o menos anónimos. El bardo insumiso ocupa ahora su lugar en una de las mesas del centro, acompañado de varios amigos. Como es un poco histriónico necesita el concurso del público y se lo gana fácilmente, hablando en voz muy alta y gesticulando ampliamente. En el hablar y en su persona destacan el lenguaje hiperbólico, la sonrisa desguarnecida (el vacío dental entre los caninos), la poesía a flor de piel, la oscuridad profunda de la piel, el pelo organizado en trencitas al estilo rastafari, que era el estilo húsar, y la simpatía a borbotones, definitivamente contagiosa. En este momento llega el patriarca Villegas y va a sentarse con su amigo el cronista. El patriarca Villegas viene, según dice, de un entierro y está feliz, acaba de enterrar su órgano favorito. Saluda al bardo hiperbólico, saluda a todos los que quedan a su alcance, saluda como quien dice a la muchedumbre que le devuelve el saludo, pide un café y le ofrece al cronista una cerveza. Todos saben que el cronista tiene talento para la bebida, pero esta noche no toma, se toma la noche libre y sólo toma notas para escribir su obra maestra, como dicen las malas lenguas, o quizás simplemente para fastidiar con sus comentarios en la prensa a los megalómanos del patio y a tarados que reciben premios literarios a fuerza de compadreo.Desde la mesa contigua, los integrantes de un círculo de poetas lo ojean con ojeriza, un poco de reojo y de relajo, chismorrean alegremente, discretamente, clandestinamente en voz baja para no herir susceptibilidades alcohólicas. Ninguno de ellos, casi ningún poeta, sin embargo, es abstemio. Aunque desprecien o finjan despreciar la bebida se embriagan de vanidad, viven la más infinita borrachera: El ego fermentado a tiempo completo. 

20/2/21

ACUARELA (1-6)

 Pedro Conde Sturla



1

El pueblo es ahora en mis recuerdos una bruma delgada y apacible, es un bosquejo borroso, es un paisaje frágil de espumosa niebla que a fuerza de tanta desmemoria no tiene casi nombre ni contorno, unas calles trazadas a cordel, muy pocas calles, un parque bucólico y frondoso como solían ser los parques pueblerinos, retretas los domingos y días de fiesta.

19/2/21

EL HOMBRE INVISIBLE

 


Escribe contra el gobierno, contra los valores establecidos, escribe contra el zionismo, el imperialismo, escribe contra la religión y la iglesia, contra la homofobia, el racismo, la intolerancia, asume incluso una posición crítica respecto al socialismo, proclama —al igual que Gramsci— que la verdad es siempre revolucionaria, cuestiona el valor de tus propios ideales

y verás como te aíslan, te marginan, te encierran como en una especie de leprosario, te desechan, te condenan a no existir y te vuelves invisible. Te quedas solo, definitivamente solo. Y en la soledad verás entonces cómo te sientes ser la persona mejor acompañada del mundo.

PCS