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7/9/24

1955: El año del benefactor (serie completa) (1-5)

1955: El año del benefactor 

Pedro Conde Sturla

9 agosto, 2024

En el año de 1955 la bestia cumplía veinticinco años en el poder y ahora estaba en la cima, en la más alta cúspide del poder y en el nivel más elevado de endiosamiento. La bestia había dejado de ser hombre para convertirse en Dios. Seguiría a caballo, en su caballo celestial, cada vez más engreído, envanecido y cada vez más sanguinario, hasta la noche en que lo apearon a balazos.

Trujillo se había hecho de tal manera adicto al poder y las adulaciones que no había un rincón del país en que no apareciera su nombre, un busto, una fotografía. Villas y parajes, carreteras, campos, avenidas y paseos, hospitales, escuelas, parques, plazas, edificios públicos, escuelas, pueblos y provincias fueron bautizados y rebautizados con su nombre o el de algunos de sus títulos o familiares. La ciudad capital llevaba su nombre, el Pico Duarte llevaba su nombre, la provincia Dajabón se convirtió en Libertador, Baní en Trujillo Valdez, Jimaní en Nueva Era, Nagua en Julia Molina. San Cristóbal, en el segundo año de su gobierno, pasó a llamarse Trujillo.

El aparato de publicidad y propaganda del régimen de la bestia era una maquinaria bien aceitada. Al frente de la misma había una cohorte de aduladores que no desperdiciaba la posibilidad de celebrar hasta los más nimios aspectos de la vida de la bestia y de sus más queridos familiares, y de la inmensidad de su obra de gobierno. Celebraban no sólo las construcciones materiales, sino también sus grandes logros como estadista y hasta sus grandes virtudes cívicas e intelectuales. El día de su cumpleaños se celebraba por todo lo alto y el de su santo también. Con gran pompa se celebraba el día en que se enganchó a la guardia, el día en que asumió la presidencia, la fecha natalicia del padre y de la madre y también la de su mujer y sus hijos.

De las imprentas salían continuamente voluminosas obras de alabanza, volúmenes conmemorativos de hechos a los que se atribuía la mayor importancia histórica, y hasta libros de poemas dedicados a la bestia a su magna obra de gobierno. La más notable de todas las publicaciones del año 1955 fue una serie monumental en veinte volúmenes titulada «La era de Trujillo : 25 años de historia dominicana».
El contenido de la obra, que estuvo a cargo de algunos de los más reputados intelectuales del régimen, es una grosera glorificación de esos primeros veinticinco años de la llamada Era de Trujillo y no tiene desperdicio:

«v.1. El pensamiento vivo de Trujillo (Antología) / Joaquín Balaguer — v. 2. La política exterior de Trujillo / Virgilio Díaz Ordóñez — v. 3. La dominicanización fronteriza / Manuel A. Machado Báez — v. 4. La política social de Trujillo / A. Álvarez Aybar — v. 5. pt. 1. La obra educativa de Trujillo / Armando Oscar Pacheco — v. 6. pt. 2. La obra educativa de Trujillo / Armando Oscar Pacheco — v. 7. pt. 1. La Era de Trujillo / Abelardo R. Nanita — v. 8 pt. 2. La Era de Trujillo / Abelardo R. Nanita — v. 9. pt. 1. Cronología de Trujillo / E. Rodríguez Demorizi — v. 10. pt. 2. Cronología de Trujillo / E. Rodríguez Demorizi — v. 11. pt. 1. Las obras públicas en la era de Trujillo / Juan Ulises García Bonnelly — v. 12. pt. 2. Las obras públicas en la era de Trujillo / Juan Ulises García Bonnelly — v. 13. pt. 1. Historia dominicana / J. Marino Incháustegui — v. 14. pt. 2. Historia dominicana / J. Marino Incháustegui — v. 15. La universidad de Santo Domingo / Juan Francisco Sánchez — v. 16. pt. 1. Historia de las fuerzas armadas / Ernesto Vega y Pagán — v. 17. pt. 2. Historia de las fuerzas armadas / Ernesto Vega y Pagán — v. 18 pt. 1. Las finanzas de la República Dominicana / César A. Herrera — v. 19. pt. 2. Las finanzas de la República Dominicana / César A. Herrera — v. 20. Bibliografía de Trujillo / Emilio Rodríguez Demorizi».

La obra de la bestia se había convertido en algo tan arraigado y trascendental en el paisaje nacional que un grupo de reconocidos intelectuales, entre los que no podía faltar Joaquín Balaguer, decidió crear el llamado Instituto Trujilloniano, «un centro cultural dedicado al análisis y difusión» de los grandes avances de la era gloriosa.

Los devotos aduladores se rompían la cabeza tratando de encontrar nuevos títulos para tratar de saciar la enfermiza megalomanía de la bestia y competían entre sí, tratando de sobresalir como lambiscones.

A lo largo y a lo ancho de su vida a la bestia le otorgaron o se hizo otorgar innumerables títulos que, sólo por casualidad, no incluía ninguno de nobleza, aunque fue una de sus grandes y frustradas aspiraciones. Así que, entre otras cosas, sería Benefactor de la Patria y Padre de la Patria nueva, Primer maestro dominicano y Generalísimo Doctor Rafael Leonidas Trujillo Molina.

En realidad, sus títulos eran demasiados para ser contados. Uno de los más curiosos era el de Generalísimo Invicto de los Ejércitos Dominicanos.

Era, además, Doctor Honoris causa por todas las facultades de la Universidad de Santo Domingo. Esto llevaba aparejado el cargo de Rector de la misma institución y la condición de Primer Maestro de la República, Primer Médico de la República, Primer Periodista de la República, Primer Abogado de la República, Primer Agricultor Dominicano.

Agréguese a todo lo anterior el nombramiento como Restaurador de la Independencia Financiera del país y el de Campeón del anticomunismo en América, Paladín de la Libertad y Líder de la Democracia Continental, Protector de Todos los Obreros, Protector de la Cultura Dominicana, Hijo meritorio de San Cristóbal, Héroe del Trabajo, Padre de los Deportes y otras cursilerías.

1955, el año del veinticinco aniversario de la bestia en el poder, fue una sola celebración una sola manifestación en todo el país. Los aviones de la fuerza aérea sobrevolaban el Malecón formando un número veinticinco. Había marchas y desfiles, todo tipo de celebración, un interminable júbilo oficial.Y además, para cerrar con broche de oro, el 20 de diciembre fue inaugurada la fastuosa Feria de La Paz y Confraternidad del Mundo Libre, una feria internacional con participación de varios países extranjeros que estaba supuesta a deslumbrar el mundo. Por si fuera poco, en 1955 se puso en circulación el billete de RD$20 en el que se podía leer «Año del Benefactor de la Patria», si acaso no lo eran todos. Semejante iniciativa, era además un acto de justicia, un reconocimiento al titán que había reconstruido la patria. Un titán que pertenecía al ámbito de la divinidad y que realizaba milagros.

De acuerdo, más o menos, con lo que dijo o quiso decir el fogoso e iluminado y fantasioso orador Virgilio Díaz Ordóñez, el país y todos sus habitantes se encuentraban por obra de un milagro en la cima de una era dorada, y el misterio divino de este milagro tenía nombre y su nombre era Trujillo, nuestro rumbo y nuestro timón, nuestra estrella y nuestra vela, nuestra brújula y nuestra fuerza motriz. La bestia y sólo bestia nos había elevado a tan vertiginosa altura.

Lo cierto es que, como dice Crassweller, no había un resquicio, un intersticio del poder por el que no asomaran las narices, la autoridad de la bestia.

Bibliografía: Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator”. 

La Feria de la paz y confraternidad del mundo libre (1) 

Pedro Conde Sturla

16 agosto, 2024

El día 20 de diciembre de 1955, durante la inauguración de la pomposa y muy costosa Feria de la paz y confraternidad del mundo libre, el lisonjero Cucho Álvarez Pina pronunció un discurso en el que (a nombre del pueblo dominicano, por supuesto), rendía homenaje a la bestia como el primer hijo de la Patria y como el más grande repúblico y gobernante nacido en tierra dominicana. La bestia se transformaba en las palabras de Cucho Álvarez en un maestro, un estadista, un conductor, un apóstol, un caudillo, el generalísimo de los Ejércitos Nacionales. Y a él estaba dedicada la obra, y al vigésimo quinto aniversario de su ascenso al poder.

La idea de la Feria era al parecer de Álvarez Pina, el mismo que se había inventado lo del castillo del cerro, el monumental desastre arquitectónico que Trujillo repudió y le costó a Don Cucho el exilio en alguna propiedad seguramente confortable y lujosa, un exilio que le pareció “un largo calvario, con reclusión doméstica voluntaria”, desde 1950 hasta 1954.

Pero don Cucho volvería a caer en la gracia del jefe y en la gracia del jefe permanecería hasta el final. En el momento en que pronunciaba su esperpéntico discurso era presidente de la Junta ejecutiva pro celebración del 25 aniversario de la era de Trujillo y gobernador del Distrito Nacional. Además, Anselmo Paulino, su enemigo y rival político, había caído con gran estrépito y estaba preso en la popular cárcel de La Victoria.

La idea de una Feria como la que había propuesto Don Cucho lucía gigantesca, desproporcionada. Se trataba de un proyecto que no parecía y no estaba al alcance del país y que terminó malogrando las finanzas. Pero la propuesta de una feria mundial en honor a la bestia y a los veinticinco años de su régimen (con el pretexto, además, de promover la inversión extranjera y el comercio), no podía ser rechazada y nadie la rechazó. Nadie se hubiera atrevido. Fue rápidamente aprobada.

Cucho Alvarez Pina fue nombrado como presidente de la comisión de organización en el mes de julio de 1955, con un casi imposible margen de tiempo para llevar a cabo la finalización de la planta física. Era un premio y un castigo a la vez. Algo que quizás no esperaba. Sobre sus hombros, como dice Crassweler, cayó la responsabilidad, la enorme presión de ejecutar en plazos perentorios una obra de tal envergadura y de nombre tan ilustre como la Feria de la paz y confraternidad del mundo libre. La misma feria cuyo nombre oficial hoy en día es Centro de los Héroes, aunque no ha dejado de llamarse Feria.

Para su construcción se eligió un sitio muy accesible en las afueras de la ciudad, entre el malecón y lo que hoy es prolongación de la Avenida Independencia, entre la actual Avenida Jiménez Moya y la actual Calle Héroes de Luperón.

Sólo se disponía de unos meses, un poco más de un año, y en ese periodo se hizo a marchas forzadas, a un costo no insignificante en vidas y una cifra colosal para la época de treinta millones de pesos. Una cantidad equivalente a la tercera parte del presupuesto del año, que afectó gravemente la economía. Una costosa desgracia, como dice Crassweller

Tal vez en algún momento Cucho Álvarez pensaría que no iba a poder cumplir, que volvería a caer en desgracia. A pocos meses de la fecha de entrega una tercera parte de las edificaciones no había sido concluida. Ocho mil obreros trabajaban sin cesar y se multiplicaban los accidentes. La situación parecía y era desesperada, pero de alguna manera se terminaron la mayoría de los edificios a tiempo. La Feria se inauguraría el 20 de diciembre de 1955 y se clausuraría el 31 de diciembre de 1956.

Aparte de la Feria se construyó a corta distancia —en una ubicación privilegiada sobre el farallón que atraviesa la ciudad de este a oeste—, el imponente Hotel Embajador, que no parece haber envejecido con los años. Según dice Crasswelller, se construyó en el corto espacio de doscientos treinta días laborables y fue decorado en estilo Luis XV con excepción del penthouse, que se decoró en estilo contemporáneo.
La ceremonia de apertura de la Feria fue celebrada por todos los medios con palabras sacramentales, desproporcionadas, como si se tratara de un evento de carácter casi divino. La feria de la paz y confraternidad del mundo libre representaba, al decir de los más fogosos cortesanos, un acontecimiento de trascendental importancia en la República Dominicana, un evento nunca visto en la historia latinoamericana.

Cuarenta y dos naciones del llamado mundo libre acudieron al llamado del gobierno de la bestia y participaron activamente en el evento. Como era de esperarse, muy destacada fue la presencia de España y la Santa Sede, cuyos soberbios pabellones fueron asiduamente visitados y elogiados en exceso. Había pabellones de países del Caribe y de remotos países asiáticos como Indonesia y China, pero de proporciones más modestas. Además también estuvo presente el presidente de Brasil, príncipes de la iglesia, representantes del gobierno de Francia y altos funcionarios y dignatarios de otros lugares, incluyendo por supuesto una nutrida delegación del imperio usamericano.

Como dice Crasswellerel, Trujillo no podía estar más complacido. Estaba como quien dice en su mejor momento. Mientras en el país arreciaba la represión y se tomaban medidas extraordinarias para impedir cualquier brote de de protesta, la bestia recibía el espaldarazo del llamado mundo libre, en el que se encontraban la España de Franco y varios países de America y otras partes del mundo sometidos a regímenes de oprobio. La Feria era un éxito, un verdadero éxito. Nunca llegaron los turistas que se habían anticipado y que llenarían los hoteles que se habían construido o ampliado, pero el público dominicano acudió en masa desde el primer día y muchos disfrutaron en grande porque el mayor atractivo de la Feria era el parque de diversiones, el Coney Island. La gente sentía curiosidad y visitaba religiosamente los pabellones, pero a los jóvenes les atraían los juegos mecánicos, en especial el de los carritos chocones.

El nombre del país se había crecido, desde luego, se había dado a conocer en los más apartados rincones y el ego de Trujillo estaba fermentado a tiempo completo. Los distinguidos visitantes extranjeros se deleitaban contemplando enlas opulentas instalaciones de la Feria el extenso muestrario de los interminables avances del país durante la época de Trujillo, el desfile interminable de grandes realizaciones materiales y espirituales, se deleitaban contemplando los cuantiosos bustos de Trujillo, las estatuas de Trujillo, los infinitos retratos de Trujillo, el bajorrelieve de Trujillo labrado en un tronco de caoba centenaria. Incluso aprendieron que toda la historia de la humanidad demostraba que Trujillo era comparable, quizás ventajosamente, a Constantino el Grande y a Pipino el Breve.

Bibliografía: Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator”.


La Feria de la  paz y confraternidad del mundo libre (2 de 2) Pedro Conde Sturla



La Feria de la paz y confraternidad del llamado mundo libre tenía una entrada monumental que daba al malecón y otra más humilde que nacía en la Avenida Independencia, pero las dos eran igual de arrogantes. Parecían pensadas para dar una idea de fuerza, para impresionar y atemorizar a la vez. La más ostentosa, la del malecón, recibía a los visitantes a través de un arco de cemento, tal vez un  pretendido arco de triunfo, en forma de arcoíris, con murales a cada lado. Más adelante se levantaba una burda estatua neoclásica que representaba o quería representar los veinticinco años de la gloriosa era y a continuación un enorme globo terráqueo empotrado en una especie de obelisco con las cinco estrellas del generalísimo. Era el símbolo de la Feria (una imitación del Trylon y la Perisfera  de la feria de Nueva York de 1939), lo que los dominicanos siempre llamaron la bolita del mundo. El símbolo del espectáculo de pan y circo que representaba la dichosa Feria que con el tiempo se convertiría por justicia divina en símbolo prostibulario.

En la entrada de la Avenida Independencia, la llamada Plaza de las naciones, había otra poco graciosa estructura de cemento sobre la que se sostenía, a mano derecha, un arpa gigante, el más dulce instrumento musical, pero con las mismas cinco estrellas del generalísimo. Además, en la misma entrada, antes de acceder al recinto había que enfrentarse a un agresivo coloso, un coloso amenazante que, con los brazos en alto, sostenía en una mano una paloma y en la otra el universo. Un garrote simbólico, probablemente, con cara de pocos amigos.


Entre una y otra entrada discurría el eje central de la Feria, una amplia avenida sembrada de banderas con unos cuantos edificios a cada lado y una rotonda que la dividía en partes más o menos iguales, una rotonda con una fuente como nunca se había visto ni ha vuelto a verse en el país. Una fuente musical con luces y música de carillón a la que muchos llamaron la fuente del millón de dólares por el precio que se decía que había costado y qué proporcionaba un magnífico espectáculo, sobre todo de noche cuando podían apreciarse su altos y luminosos chorros de agua cambiando de altura y de colores.


La grandiosa feria de la paz de Trujillo ocupaba en total unas veinte o veinticinco cuadras y tenía más de veinte grandes edificaciones, aparte de monumentos, estructuras desmontables y áreas de esparcimiento.


La joya de la corona era probablemente el Teatro agua y luz Angelita, una de las muchas cosas dedicadas a la niña linda de la bestia. Había sido construido y diseñado por un arquitecto catalán de fama y tenía una planta oval, parcialmente abierta al cielo azul del Caribe y una ambientación de lujo. El nombre lo decía y lo ofrecía todo: un teatro de casi cuatrocientos chorros de agua que danzaban lumínicamente al ritmo de la música que se convirtió durante breve tiempo en uno de los escenarios de más categoría en el área del Caribe y que probablemente quería competir con el famoso Tropicana de Cuba.


Durante el breve tiempo que permaneció activo, antes de caer en el abandono, se presentaron espectáculos de gran calidad, que a la larga, sin embargo, al igual que el teatro, resultaron ser insostenibles económicamente. 


Otra edificación, el Pabellón del libro María Martínez de Trujillo, honraba a su amante y gran escritora esposa (después se convertiría en consulado de los Estados Unidos y luego sede de la OEA). Había además un Pabellón de exposiciones internacionales que más adelante sería sede del CEA, un Pabellón de la Industria Azucarera, un Pabellón de las Fuerzas Armadas. 


Otros pabellones y edificios públicos de no menor importancia eran los siguientes: Pabellón de Salud Pública, Pabellón de administración de la Feria, Palacio del ayuntamiento, Pabellón de seguridad nacional y comunicaciones (el mismo que fue sede de la Secretaria de Estado de agricultura y que sería destruido por un incendio doloso para encubrir un escandaloso caso de corrupción), Pabellón de industrias nacionales y futura sede del llamado Congreso Nacional, Pabellón de Agricultura, economia y finanzas, Pabellón de vehículos de motor, Pabellón de la Santa Sede, Pabellón de Venezuela, Pabellón de Alcoa, Pabellón de Pepsi-Cola, Pabellón de Esso, Pabellones de las naciones participantes, Restaurante Típico, Coney Island, Autocinema Iris. Se construyeron además, entre otras cosas la Clínica infantil Angelita y en las cercanías de la Feria se levantó el Hotel Paz, que después se llamó Hispaniola.


No podía faltar, desde luego, un espacio dedicado a la ganadería, lo que sería una feria dentro de otra feria, es decir la Feria ganadera, uno de los más grandes motivos de orgullo de la bestia. La Feria Ganadera era, como dice Crassweler, el atractivo o uno de los atractivos que mayormente representaba los intereses de Trujillo.


El recinto ferial, que se ha conservado prácticamente intacto, consta de una magnífica serie de graneros de lujo que circundan un estadios central con capacidad para cinco mil personas, pero los asientos de cemento del estadio resultaban y todavía resultan incómodos para el público, que asistió a un interminable desfile del mejor ganado de la época. No era algo improvisado. La bestia había empezado los preparativos con un viaje a Kansas City unos meses antes y gastó dinero a mano llenas, compró todos los animales que se le antojaron, pagó sumas grotescas en vacas y caballos y propinas en el hotel en que se alojaba y en los restaurantes donde comía. Compró además un Lincoln Continental por diez mil dólares, corbatas de doscientos dólares, costosísimos sombreros y lazos de vaqueros y todo tipo de juguetes para su hijo Rhadamés. Pero compró sobre todo ganado para impresionar a los futuros asistentes a la Feria.


Para poder llevarse a Miami parte de lo que adquirió tuvo que utilizar dos ferrocarriles privados.


Crassweler considera que en general se puede considerar que la Feria estuvo bien diseñada, alaba el ambiente aireado, los edificios, de colores crema y pastel, rodeados del césped y las flores, que a su juicio «eran la parte más sensata del conjunto»


En realidad, el paisajismo, el verdor, los árboles y jardines estaban relativamente  ausentes. Resulta evidente que los  afamados arquitectos no consideraron necesario poblar el recinto con suficientes palmeras o plantas de flores o sombra ni dotarlo de jardines ni  zonas verdes dignas de tal  nombre. Ni mucho menos pasó por sus mentes la idea de una ciudad jardín. El cemento era el verdadero protagonista de la feria de la paz de Trujillo, lo único que (para decirlo con palabras de Dinápoles Soto Bello) le hacía sombra a la elefantiasis egolátrica de la bestia.


(Historia criminal del trujillato [152])

Bibliografía: Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator

El reinado de Angelita I 

Pedro Conde Sturla

31 agosto, 2024


La inauguración de la Feria se realizó en el Palacio del Ayuntamiento y la coronación en el Teatro Agua y Luz Angelita

La regia inauguración de la Feria de la paz de Trujillo y de la confraternidad del llamado mundo libre fue algo que en las noticias estremeció los cimientos del país. Faltaban palabras en los periódicos, la radio y la televisión para valorar la magnitud del histórico acontecimiento y faltaban cortesanos para decir todo lo bueno y grande y generoso que era Trujillo. El mismo Trujillo dedicaría un largo discurso emocionado a la incomparable obra de Trujillo. Aquella inauguración de aquel 20 de diciembre de 1955 quedaría seguramente grabada en la memoria de los dominicanos para la eternidad.

El acto de apertura de la titánica empresa fue de un colorido espectacular. Algo deslumbrante, no tanto en los hechos como en los medios de prensa, que convertía lo vulgar en sublime.

Negro Trujillo, el presidente putativo, en presencia del verdadero presidente, cortó una cinta y dejó inaugurado el pandemonio, no sin antes dedicarle la Feria a la bestia, una feria en honor del casi padre de la patria, del generalísimo Trujillo. De inmediato se escucharon los cañones y se escuchó el himno nacional, la salva de veintiún cañonazos. Los multitudinarios viva Trujillo, viva el jefe. Los aplausos atronadores. La audiencia enardecida…Parodiando, sin embargo, a un célebre escritor dominicano, no era Trujillo quien se honraba. Era la Feria.

En la ceremonia estaban representadas las fuerzas vivas de la nación, el cuerpo diplomático, delegados y representantes extranjeros, funcionarios civiles, militares y eclesiásticos, los más encumbrados cortesanos, todo aquel que, como dice Crassweller, significara algo. O lo que significaba significar algo en aquella era de oprobios.

Después de los cañones y del himno y los aplausos habló don Cucho y dijo al generalísimo de todos los ejércitos sus célebres palabras. Dijo maestro, estadista, conductor, apóstol y caudillo, y dijo que Trujillo era el más grande repúblico y gobernante nacido en tierra dominicana.

El nuncio papal, monseñor Salvatore Siino, uno de los más ardientes aduladores y entusiasta colaborador de la bestia, fue el encargado de bendecir la Feria y la bendijo a lo ancho y a lo largo.

De inmediato se procedió a una ceremonia solemne: el seudo presidente Negro Trujillo colocó al inútil y vicioso general Rafael L.Trujillo hijo (Ramfis) la medalla de ascenso al grado de teniente general en reconocimiento a los muy valiosos servicios a la patria, servicios que ni siquiera él conocía, a pesar de que era coronel desde los cuatro años y era general desde los nueve.

Algo que, según la prensa, estremeció a los presentes fue el vibrante discurso de la bestia en honor a sí misma, la fina cortesía de responder a la dedicación de la Feria a su ilustre persona.

Algunas de las muchas cosas megalomaníacas que dijo en ese discurso fueron más o menos las siguientes: que se había convertido en presidente de un pueblo débil y sin identidad nacional, con un territorio indefinido y en pugna, y ahora gobernaba sobre una nación con fronteras delimitadas, a cuyos habitantes había logrado redimir a través de la religión, la cultura y el trabajo. En ningún momento diría, por supuesto que había convertido el país en cárcel y cementerio con la entusiasta colaboración de sus amos del norte.

Nada de lo anterior, sin embargo, iba a causar tanto revuelo, cuchicheos, cotilleos, chismorreos, ni se compararía ni llamaría tanto la atención como la ceremonia de coronación de la reina de la feria, con la gracia y el esplendor que según se dice irradiaba o se supone que irradiaba una agraciada joven a la que todos querían caer en gracia. La hija de la bestia y María Martínez: María de los Ángeles del Sagrado Corazón de Jesús Trujillo Martínez. O mejor dicho, su graciosa majestad Angelita I, reina de la Feria de la paz y confraternidad del mundo libre.

Desde que tenía 14 años, desde cuando asistió a la coronación de la reina Isabel II de Inglaterra, Angelita seguramente había querido ser reina y ahora tenía 16 y ya lo era. Su papito lindo y querido le había comprado un reino y un reinado de cuento de hadas a la niña de sus ojos. Tan complaciente era que también había comprado uno de los mejores veleros del mundo y lo había bautizado con su nombre, el fabuloso yate Angelita, pero también había ordenado la emisión de un sello postal conmemorativo con su efigie y el título de ANGELITA ÚNICA, Reina de La Feria de Paz y Confraternidad del Mundo Libre.

La angelical hija mimada de la bestia, bajo los complacidos ojos de la bestia, presidía sobre todos los presentes y todos las miradas estaban puestas sobre su graciosa persona. Ella, como decía la prensa, en compañía de sus damas (a las que la bestia daría probablemente una probadita), le daba un toque de juventud y de alegría al solemne acontecimiento de inauguración de la Feria.

El precio del disfraz de Angelita, el de reina de Feria de la paz, era motivo de los más encendidos comentarios. Dos afamadas modistas italianas fueron elegidas con la encomienda de confeccionar un traje que no tuviera igual en el mundo, y que terminó pareciéndose (de acuerdo con los deseos de Angelita) al que había usado su admirada reina Isabel II de Inglaterra, al igual que la corona.

El resultado fue de cualquier manera impresionante, o más bien despampanante. En presencia de Angelita la única los invitados palidecían, o se obligaban a palidecer, no tenían ojos para contemplar tantas maravillas ni palabras para describirlas. Hay que suponer que era tal el encanto que emanaba de su persona que ningún cortesano se eximía de elogiarla, nadie se privaba de admirarla, de expresar su admiración en alta voz. Nadie, en efecto, quería quedarse sin encomiar sus encantos, sobre todo en presencia del querido jefe. Cuando la bestia se acercaba o estaba cerca aumentaban automáticamente los cumplidos. (En esa época no se parecía a la que después sería mamá de Ramfisito, el aspirante a presidente de lo que queda de la República).

Angelita lucía un traje de ensueño confeccionado por las entonces célebres hermanas Fontana de Roma. Un traje de satén de seda de color blanco, inmaculadamente virginal y blanco, un traje que pretendía ser una obra de arte y en cierto sentido lo era, un traje celestial guarnecido de perlas, salpicado de rubíes, tachonado de diamantes y bordeado con pieles de armiño ruso (sesenta pieles de armiño para protegerse, en caso de necesidad, del inclemente frío de Ciudad Trujillo) y una impresionante 
capa de cuello alto enrollado y larga cola. Se dice que el traje costó ochenta mil dólares y otros setenta y cinco mil se gastaron en el cetro de oro de la reina y en los cetros de las princesas de la reina, que formaban parte de las ciento cuarenta personas que componían el cortejo. En cuanto a la corona, parecida a la de Isabel II, y el increíble collar (y el escudo nacional que Angelita lucía patrióticamente en el pecho), es posible que nadie sepa en qué presupuesto estaban incluidos. En realidad, el precio del disfraz de reina de Feria es incalculable, aunque siempre se habló de sumas escandalosas, algo que para la época representaba una fortuna. Lo único cierto es que tanto esplendor y tanto inútil derroche era algo que estaba entre lo extravagante y lo ridículo.

(Historia criminal del trujillato [154])

Bibliografía: Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator”.

El reinado de Angelita I (2 de 2) 

Pedro Conde Sturla

7 septiembre, 2024

Dice Cucho Álvarez que Angelita de los Ángeles del Sagrado Corazón de Jesús Trujillo Martínez había sido escogida, cuando apenas tenía diez y seis años, como reina de la llamada Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre por el comité organizador del evento. De la misma manera se escogieron, entre lo más granado, lo más selecto, distinguido y espumoso de la sociedad las primorosas damas de compañía y sus primorosos acompañantes. Con el mismo mecanismo se designó al nombrado Nene Trujillo (coronel Luis Rafael Trujillo, hijo póstumo y adulterino del padre la bestia), como chambelán de la reina. El mismo procedimiento se aplicó para designar a Joaquín Maldaguer como poetiso del reino. Los eventos tomaron entonces, como dice Crassweller, un pintoresco colorido, una coloración dinástica, que se haría particularmente notoria durante la ceremonia de coronación.

Uno de los acontecimientos más publicitados de la época tuvo lugar a mediados de agosto de 1955 en lo que entonces se llamaba Parque Ramfis (el actual Parque Hostos). Hasta allí llegó la designada reina, investida de solemnidad, todo un derroche de pompas y circunstancias como no se había visto antes por estos lares, pompa y solemnidad, Allí fue recibida Angelita y su nutrido cortejo, sus numerosos acompañantes, por una multitud que probablemente la aclamaba sin cesar. Allí recibió ceremoniosamente las llaves de la ciudad, una ceremonia formal, impresionante.

Para llegar al lugar se había escogido la vía menos expedita, un itinerario diseñado para alargarse y demorarse todo lo posible y rendir el más aparatoso y desproporcionado homenaje a la agraciada Angelita durante todo el trayecto.

Como punto de partida se designó el puerto de Haina, uno de los dos puertos con que cuenta la ciudad, el más cercano a San Cristóbal, la patria chica de la bestia, la cuna del benefactor, la tierra donde la bestia tenía sus enormes fincas, sus hatos ganaderos, sus casas de recreo, su favorita casa de caoba.

En el puerto de Haina, Angelita y su séquito fueron recibidos con todos los honores a bordo de un buque de vapor que emprendió un corto viaje a lo largo de unos diez kilómetros frente al litoral de la ciudad hasta llegar al lugar designado. Pero aparte del barco, había varias naves de guerra patrullando frente a la franja costera  y había aviones de guerra que sobrevolaban a alta velocidad, que sometían a los habitantes de la ciudad a ruidos atronadores, y había seguramente muchos curiosos que contemplaban el espectáculo desde el malecón. En esa ocasión Angelita llevaba una chaqueta marinera blanca que ostentaba el rango de capitán, pero por fortuna no estaba al mando de la embarcación. El viaje proseguiría en un convertible blanco, y la capitana Angelita, de pie, con una escolta de fieros motoristas en derredor, saludaría a sus admiradores.


Una multidud congregada en el mencionado Parque Ramfis la recibiría con inmenso júbilo y algarabía. En ese lugar recibiría en sus manos las simbólicas llaves de la ciudad y pronunciaría algunas palabras que Crassweller tacha de incongruentes, disparatadas, que no tenían nada que ver con la situación, fuera de contexto en medio de aquella algarabía. Algo en relación con la construcción de una casa de retiro espiritual para mujeres.

La ceremonia de coronación, durante la noche del 20 de diciembre, fue mucho menos ruidosa, más solemne, y no le resultaría quizás muy placentera, al menos físicamente. Sería una especie de merecido vía crucis, una caminata seguramente extenuarte.

Una alfombra roja, de rojo vino, de unos cuatro pies de ancho, había sido dispuesta en el malecón, la Avenida George Washington, desde lo que era entonces la estancia Ramfis y hoy es sede de la Cancillería hasta el Teatro Agua y Luz Angelita, a más de un kilómetro y medio de distancia en línea recta. Angelita recorrería a pie ese trayecto enfundada en un traje y una capa, un traje bordeado con cálidas pieles de armiño y una larga capa de cuello alto enrollado y larga cola que arrastraba por todo el camino con ayuda de ocho pajes. Caminaba Angelita probablemente con paso inseguro y los pies adoloridos por la avenida George Washington sobre una alfombra roja. Un paso, otro paso, cada paso más difícil que el anterior. Así se desplazaba Angelita, su numeroso séquito de ciento cuarenta personas en lenta y ceremoniosa procesión, sus damas y damos de compañía ceremoniosamente en procesión.

Al final de la difícil caminata estaría agotada, a pesar de su mocedad, y se acercó con infinito alivio y cautela al trono de satén blanco que la esperaba en el Teatro Agua y Luz junto a una multitud de cortesanos. Alguna vez habrá tropezado, en ocasiones habrá pisado el pesado vestido, tal vez trastabilló a veces.

Finalmente su tío Negro Trujillo, el putativo presidente de la Res pública, depositaría en su cabeza la corona y se inclinaría cortésmente con la más apropiada reverencia. Angelita se había convertido en reina y los presentes aplaudirían frenéticamente. Se produciría un estallido de júbilo y aplausos.

Todo ocurrió frente a un escenario de aguas danzantes y coloridas: la plataforma de juegos cambiantes de aguas multicolores del teatro que llevaba su nombre.

Después llegó el turno de los poetas, poesía y poetas a granel, un recital poético que debió resultar tan aburrido como interminable, poetas que cantaban a la reina con horripilantes versos por encargo y convirtieron la ceremonia de asunción en un suero de miel de abejas.

Los versos de los diferentes autores que leyeron sus poemas esa noche parecían intercambiables y su único propósito parecía ser, en uno más que en otros, el elogio de la desmesura y no se diferenciaban ni siquiera en los títulos:

Luis López Anglada, un poetastro y militar español, recitó una Canción de paz de amor a Angelita primera, Manuel Rueda recitó un Canto de paz a Angelita primera, Eurídice Canaán recitó un Canto a su majestad Angelita primera, Pedro René Contín Aybar recitó un Canto a su graciosa majestad Angelita primera, Joaquín Maldaguer recitaría uno de sus bodrios…

Después, por fin, empezaría el baile de inauguración que todos esperaban, un baile con comidas y bebidas que parecían emanar de un surtidor inagotable.

Allí se encontraba, como dice Cucho Álvarez, lo más selecto de la sociedad dominicana. Caballeros y damas y damiselas escogidos de entre lo más apreciado y distinguido de la época. Cortesanos y cortesanas, pero también hijos e hijas de cortesanos y cortesanas que pocos años más tarde estarían en buena parte involucrados en el movimiento clandestino 14 de junio. El llamado complot que empezaría a ser descubierto en el año 1960, cuando el final de la bestia estaba por llegar.

(Historia criminal del trujillato [155])

Bibliografía:

Virgilio Álvarez Pina, “La era de Trujillo: narraciones de Don Cucho”.

Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator”.




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