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El caso Galíndez (1-3)

Pedro Conde Sturla 

En lo que serían los últimos años de la era gloriosa el instinto criminal de la bestia se exacerbó en grado superlativo, la bestia pareció enloquecer. La bestia cometía asesinatos tanto en el país como en el extranjero y su atrevimiento no tenía límites, no conocía límites, pero el atrevimiento lo llevó a la perdición, a enfrentar sanciones y el disgusto de sus padrinos tras el atentado contra Rómulo Betancourt, el presidente de Venezuela. Provocó su caída de la gracia de Dios, la gracia del imperio.

Pero mientras tanto la represión recrudecía dentro y fuera del país. En su afán de perpetuarse el tirano apretaba las tuercas, todas las tuercas. En 1957 reorganizó los organismos y mecanismos de espionaje y creó el Servicio de Inteligencia Militar (SIM), una Gestapo dominicana, dirigida en principio por el general Arturo Espaillat, el lúgubre Navajita. En 1959 puso al frente a alguien peor, un personaje demoníaco llamado Johnny Abbes García. Nunca fue mayor la represión y el terror del régimen de la bestia que durante sus últimos cinco o seis años ni fue tan fuerte la oposición.

Así, en 1956, el 12 de marzo de 1956, tuvo lugar el secuestro del exiliado vasco Jesús de Galíndez en Nueva York, y en 1957 el 
asesinato del presidente de Guatemala, Carlos Castillo Armas, que se llevó a cabo en la casa presidencial. En 1959 se produce la brutal ejecución de la mayoría de los expedicionarios del 14 y19 de junio. En 1960, antepenúltimo año de la tiranía, se suceden como en cascada la masacre de los panfleteros de Santiago, el descubrimiento y feroz represión del Movimiento Revolucionario 14 de junio, el fracasado intento de asesinato del presidente de Venezuela Rómulo Betancourt el 24 de junio de 1960 y el asesinato de las hermanas Mirabal el día 25 de noviembre… Esta vez la bestia había ido demasiado lejos y pronto pagaría por sus crímenes, si acaso es posible pagar con una vida, con unos pocos minutos de terror los tantos crímenes cometidos

Lo de Galíndez tendría una repercusión inesperada que ni la bestia ni sus esbirros hubieran podido imaginar. Provocó un incidente que tuvo eco en la prensa a nivel mundial y puso a la bestia en serios aprietos. Marcó un punto de inflexión, un antes y un después.

Galíndez era un exiliado vasco que había venido al país en el año de 1939 y había servido a la bestia. También se desempeñaba como informante para el FBI de las actividades falangistas y comunistas de sus propios compatriotas. Al cabo de seis años, cuando llegó a conocer las interioridades del régimen, empezó a temer por su salud y en 1946 decidió prudentemente abandonar esta tierra y establecerse en Nueva York. No hizo más que llegar para ingresar a la nómina de informantes del FBI, el FBI del tenebroso Hoover, John Edgar Hoover.

Aparte de su labor de informante —informante a sueldo, asalariado, dedicado a suministrar incontables reportes sobre actividades comunistas o procomunistas de varias organizaciones—, Galíndez se desempeñó como catedrático de derecho público hispanoamericano e historia de la civilización iberoamericana en la Universidad de Columbia.

Pero el espía estaba siendo espiado por el servicio de inteligencia de la bestia. Ciertas actividades y contactos con exiliados dominicanos lo habían puesto en la mira, lo vigilaban, lo estudiaban, pero nadie lo molestó hasta que no empezó a escribir una tesis titulada «La Era de Trujillo: Un estudio casuístico de dictadura hispanoamericana». Su tesis doctoral para la Universidad de Columbia.

La redacción y el contenido de la tesis no pasó y no podía pasar desapercibido. En la obra se decían cosas terribles que llegaron a los oídos de los agentes de la bestia y llegaron a oídos de Minerva Bernardino.
Entre muchas otras cosas, Galíndez sugería que el primogénito de la bestia —el niño de sus ojos, el mimado Ramfis Trujillo Martínez—, no era hijo de la bestia.

Se sabe que fue Minerva Bernardino quien dio la voz de alarma. Ella escribió un informe poniendo a la bestia en conocimiento de las labores curriculares y extracurriculares de Galíndez y la bestia se encabritó. Quizás pataleó, daría berridos de indignación. Estaba sufriendo en lo más hondo una afrenta que no quedaría impune. Esta vez se atrevería a hacer algo que nunca había hecho y que pondría en peligro sus relaciones con el imperio. Pero lo hizo.

Una operación, en el más puro estilo mafioso o gansteril —con el propósito de raptar a Galíndez—, se puso en marcha poco tiempo después. En la misma jugaron un papel protagónico Felix Bernardino, el mismo Navajita Arturo Espaillat, la entusiasta Minerva y un selecto grupo de sicarios. También participaron de alguna manera el incalificable presbítero Oscar Robles Toledano, que se encontraba en Nueva York en esa época, y hasta el mismo Porfirio Rubirosa, que algún día sería interrogado por el Fiscal del Distrito de Nueva York en relación al hecho.

Galíndez nunca vio venir el terrible golpe que le deparaba el destino, o mejor dicho la bestia. El 12 de marzo de 1956 desapareció de la faz de la tierra. Una hermosa mujer lo engatusó, le tendió una trampa en su propio apartamento de Manhattan. El apartamento donde lo drogaron y de donde lo llevaron al aeropuerto. El aeropuerto donde lo esperaba un avión que lo trajo drogado a Montecristi, haciendo escala en Miami. El avión que pilotaba el joven Gerald Murphy. El avión en que también viajaba el médico Miguel Rivera, el médico que drogó a Galíndez y lo mantuvo drogado durante el vuelo. El vuelo en que además venía el siniestro Felix W. Bernardino.

Desde Montecristi Galíndez fue trasladado en ambulancia u otro tipo de vehículo adecuado al fronterizo pueblo de Dajabón y desde Dajabón a Ciudad Trujillo en un avión de la CDA, la célebre Compañía Dominicana de Aviación.

Según se sabe, el piloto Murphy, de apenas veintidós años, había sido contratado, comisionado discretamente para que trajera a un supuesto enfermo terminal a Montecristi, y Octavio de la Maza, aliasTavito, había sido enviado a buscarlo a Dajabón, a buscar «un paquete». Eso fue lo que les dijeron. Eso era todo lo que sabían o creían saber. Ninguno de ellos tuvo conocimiento de lo que estaba ocurriendo.


(Historia criminal del trujillato [164])

Bibliografía:

Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.

Tony Raful, «La venganza fue de “espanto y brinco”», (2) (https://listindiario.com/puntos-de-vista/2015/03/24/361032/la-venganza-fue-de-espanto-y-brinco) 

“Tavito y Antonio de la Maza… principio y fin” (https://hoy.com.do/tavito-y-antonio-de-la-maza-principio-y-fin/). 

Juan Daniel Balcácer, «El caso Galíndez- Murphy: Una crónica de terror», (https://listindiario.com/puntos-de-vista/2019/08/14/578159/el-caso-galindez-murphy-una-cronica-de-terror) 

José del Castillo Pichardo, «El Sino Trágico de Galíndez». (https://www.diariolibre.com/opinion/columnistas/2022/04/14/a-la-pluma-de-galindez-se-debe-la-era-de-trujillo/1770330) 


El infierno de Galíndez y la operación limpieza 

Pedro Conde Sturla

29 marzo, 2025

Cuando Galíndez recuperó la lucidez tenía 41 años de edad y estaba en el infierno, un infierno llamado Hacienda María donde sufriría todos los horrores que es posible imaginar. Estaba en manos de la bestia, la bestia que lo encaraba y lo encuadraba, la bestia con sus ojos de fiera, su retorcida sonrisa de hiena. La bestia que lo devoraba con la mirada, como hacen las lechuzas con sus presas.

El hombre que a su juicio lo había irrespetado, desconsiderado y calumniado estaba a sus pies. Con él se tomaría su tiempo, todo el tiempo del mundo, lentamente, sin prisa… Le quebraría el alma antes que el cuerpo.

Dicen que le hizo comer un ejemplar de la tesis que habían encontrado en su apartamento de Manhattan o por lo menos unas cuantas hojas, dicen que lo sometieron a todos los tormentos, dicen que lo desollaron, dicen que lo quemaron a fuego lento, dicen que le sacaron las uñas y que le sacaron los ojos y que le habrían aplicado picanas en los genitales, dicen o pueden decir que le arrancaron la lengua, que le machacaron los testículos, y que le fueron rompiendo los huesos despacito, uno por uno, todos los huesos del cuerpo, desde los pies a la cabeza, pulverizándolos más bien uno por uno.

Dicen que finalmente lo echaron a los tiburones cuando todavía estaba quien sabe si medio vivo o medio muerto.

Crassweller afirma que la desaparición de Galíndez pasó varios días inadvertida y que cuando los primeros investigadores visitaron su apartamento encontraron que todo estaba en orden y que las pesquisas no señalaban en ninguna dirección. Cualquiera podía haber sido el culpable. Pero al poco tiempo empezaron a encenderse las alarmas y, aunque lo que se sabía o sospechaba no podía ser demostrado, la opinión pública apuntaba en una dirección, señalaba a un responsable.

El escándalo que se armó en Estados Unidos y otros países fue algo parecido a un estallido, un estallido de indignación y cólera que sorprendió a la bestia. Otras veces habían matado a un exiliado dominicano en ese país (empezando por Sergio Bencosme en 1935), y la prensa y las organizaciones democráticas habían protestado, algún funcionario extranjero se había pronunciado en contra de la bestia, pero en poco tiempo la noticia desaparecía de los titulares y el hecho no tenía mayores consecuencias. Quizás una amonestación, una advertencia de los altos mandos para que el SOB favorito del imperio mantuviera la compostura.

Pero Galíndez no era dominicano y tenía dolientes en el FBI y en la CIA y a nivel del aparato gubernamental del imperio. Los medios de prensa no parecían agotar su caudal de noticias y empezó a cundir el nerviosismo entre los que tenían hechas y tenían sospechas.

Fue un crimen que, como dice Crassweller, le causó un enorme daño a la bestia a corto y largo plazo, un crimen que se convertiría en un clásico y fascinaría y horrorizaría a la vez al mundo entero.

A la bestia le resultaría muy difícil, por no decir imposible, quitarse ese muerto de encima. Galíndez pesaba y olía demasiado, se había convertido en un escándalo que en vez de disminuir se agigantaba.

Entonces la bestia ordenó que se realizara una operación de limpieza, un chapeo bajito, como se dice por estos rumbos, y en el curso de un tiempo empezaron a desaparecer y a morir en el país y en el extranjero algunos de los implicados en el rapto que menos confianza merecían. Unos siete u ocho en total.

Eliminaron, en primer lugar, según informes del FBI, a la persona que le echó gasolina en un aeropuerto de Long Island al avión bimotor Beechcraft en que transportaron a Galíndez. Eliminaron, en un accidente de tráfico en las cercanías de Villa Altagracia, a la criolla que había seducido y conducido a Galíndez a la trampa mortal.

En otro accidente de tráfico, ocurrido también en el país, eliminaron y desaparecieron a un fatídico personaje que llamaban el Cojo, un cojo y bizco, o con un ojo averiado, un oscuro delincuente internacional, un matón que estaba al servicio de Trujillo, un paisano de Galíndez que se hacía pasar por su amigo y jugó un papel de primer orden en el rapto.

El médico que lo drogó también murió de muerte innatural. No murió, sin embargo, en un accidente. Se optó por el suicidio con cianuro, algo más creativo. Un suicidio asistido.

Otro de los esbirros, un coronel cubano que sabía demasiado, optó asimismo por el suicidio asistido. Se suicidó de varios disparos en su despacho.

El joven piloto Gerald Lester Murphy fue igualmente víctima de la pandemia de accidentes de tráfico y desapariciones. El día 3 de diciembre de 1956 su automóvil Ford, aparentemente abandonado, fue encontrado cerca de unos acantilados en el malecón, a poca distancia del matadero municipal, pero de su cadáver todavía se ignora el paradero.

Más adelante le tocaría suicidarse a Tavito.

El día 7 de enero de 1957, Octavio de la Maza, alias, Tavito, a los 38 años de edad, amaneció sin vida en su celda del cuartel central de la Policía Nacional. Se había ahorcado, según la versión oficial, con un mosquitero, extrañamente un mosquitero, y había dejado una nota de suicidio donde confesaba el crimen que no había cometido. Lo confesaba todo.

(Historia criminal del trujillato [165])

Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.

Tony Raful,«La venganza fue de “espanto y brinco”» (2) (https://listindiario.com/puntos-de-vista/2015/03/24/361032/la-venganza-fue-de-espanto-y-brinco)

«Tavito y Antonio de la Maza… principio y fin», (https://hoy.com.do/tavito-y-antonio-de-la-maza-principio-y-fin/)

Juan Daniel Balcácer, «El caso Galíndez- Murphy: Una crónica de terror», (https://listindiario.com/puntos-de-vista/2019/08/14/578159/el-caso-galindez-murphy-una-cronica-de-terror)

Juan Daniel Balcácer, «¿Por qué mataron al piloto Murphy?». (y II) | Listín Diario (https://listindiario.com/puntos-de-vista/2019/07/31/576234/por-que-mataron-al-piloto-murphy-y-ii)

José del Castillo Pichardo, «El Sino Trágico de Galíndez»,  (https://www.diariolibre.com/opinion/columnistas/2022/04/14/a-la-pluma-de-galindez-se-debe-la-era-de-trujillo/1770330)

Tony Pina, «El asesinato de Galíndez provocó otros crímenes» – Noticiario Barahona, (http://www.noticiariobarahona.com/2011/05/el-asesinato-de-galindez-provoco-otros.html)

«Secuestro y asesinato de Jesús de Galíndez» — El Nacional (https://elnacional.com.do/secuestro-y-asesinato-de-jesus-de-galindez/)

«La trágica historia de Jesús Galíndez. Portal Carta de España. Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones», (https://www.inclusion.gob.es/cartaespana/es/noticias/Noticia_0349.htm).



Repercusiones y consecuencias del caso Galíndez 

Pedro Conde Sturla

5 abril, 2025

Apesar del escándalo que provocó la desaparición de Galíndez y del amplio operativo policial que se realizó en los Estados Unidos, al cabo de poco tiempo las investigaciones parecían estar llegando a un punto muerto. Fue el asesinato de Murphy lo que permitió a los servicios de seguridad e inteligencia del imperio establecer una conexión con el rapto de Galíndez y empezar a atar cabos. Muy pronto —siguiendo el rastro de sangre— comenzarían los investigadores a relacionar con el mismo caso las demás muertes y procederían a armar el rompecabezas y a señalar al culpable con nombres y apellidos. Esto le complicó mucho más la situación a la bestia. La bestia quedó envuelta en su propia telaraña.

Además, ahora lo señalaban no solo por la desaparición de un refugiado español en suelo estadounidense, sino también por la muerte de dos ciudadanos estadounidenses (Murphy y Robert Smith, el empleado del aeropuerto de Long Island que le le puso combustible al avión en que llevaban a Galíndez). Ahora la indignación de la prensa iba en aumento, numerosas voces exigían justicia y pedían una sanción ejemplar. El escándalo y las acusaciones le saldrían muy caras a la bestia en términos contantes y sonantes. No se sabe cuánto tuvo que pagar en sobornos o coimas para tratar de acallar a la prensa, aparte de lo que pagaba a ciertos funcionarios, diputados, senadores y periodistas, pero el dinero corrió olímpicamente.

Aun así, varios congresistas, junto a la novia y al padre y familiares de Murphy y hasta el mismo gobierno, el gobierno de Eisenhower, tomaron cartas en el asunto y no dejaban de presionar y la bestia no soportaba presiones.

Había, pues, que fabricar una solución, encontrar con carácter de urgencia un culpable. Fue entonces que decidieron involucrar a Octavio de la Maza, alias Tavito, convertirlo en chivo expiatorio.

La idea, según se dice, la tuvo Felix Bernardino, que odiaba visceralmente a Tavito. Unos años atrás, Tavito había dado muerte, en defensa propia, a un hermano de Bernardino que lo había acosado sexualmente y le había metido cinco balazos en el cuerpo. Desde entonces Bernardino buscaba la oportunidad de vengarse y la oportunidad por fin apareció. Acusarían a Tavito de la muerte de Murphy.

Sin embargo, Crassweller afirma que fue William Pheiffer, el embajador usamericano en el país, quien por primera vez involucró a Tavito en el espinoso asunto. Si lo hizo de buena o mala fe (quizás por iniciativa propia o en combinación con la bestia), no es algo que pueda establecerse. Muchos creen que el embajador cayó en una trampa, aunque no se puede descartar que él mismo haya tendido la trampa, que se haya plegado a la bestia por razones de simpatía o por razones pecuniarias o tal vez por órdenes superiores.

El hecho es que Tavito y Murphy trabajaban como pilotos en la CDA y el embajador sugirió, se limitó a sugerir de alguna manera que tenía conocimiento de que entre ellos había rencillas y rencores y una supuesta enemistad que convertía a Tavito en sospechoso y justificaba una investigación. Pidió una investigación.

A la bestia y a Bernardino les encantó la idea, por supuesto, una idea que facilitaba muchísimo las cosas, y acogieron la petición de inmediato. Había que complacer al señor embajador. No faltaba más.Tavito fue arrestado el 17 de diciembre, el mismo día que el embajador presentó su petición, y no saldría vivo de la cárcel. Se le exigiría, en principio, que se declarase culpable, que confesara algo así como que Murphy lo había molestado y en forma seguramente agresiva y que él se había limitado a defenderse, que le había dado muerte, que lo habría, quizás, arrojado al mar, que los tiburones habrían dispuesto de sus restos. Es probable, aunque nada seguro, que si Tavito hubiese cedido a las presiones, si se hubiera reconocido culpable del crimen que no había cometido, hubiera sido condenado formalmente, lo habrían encarcelado durante algunos años en condiciones privilegiadas hasta que el caso se enfriara y entonces recobraría su libertad, aunque también era posible que le pasara algo muy malo, como solía suceder…

A Tavito no le hizo gracia la idea de declararse culpable y la rechazó vigorosamente. Empezaron entonces a presionarlo de la manera en que los esbirros de la bestia acostumbraban a presionar a los prisioneros, pero Tavito no cedió. Se dice que Ramfis Trujillo intervino a favor de Tavito. Tavito pertenecía a la fuerza aérea, de la cual Ramfis era comandante y además era su amigo, su jefe y su amigo, pero su intervención no sirvió de nada. El día 7 de enero de 1957, Octavio de la Maza, alias, Tavito, a los 38 años de edad, amaneció sin vida en su celda del cuartel central de la Policía Nacional. Se había ahorcado, según la versión oficial, con un mosquitero, extrañamente un mosquitero, y había dejado una nota de suicidio donde lo confesaba todo.

El montaje no podía haber sido más burdo, burdo y descarado, desfachatado, absurdo, y prácticamente nadie se tragó el cuento. Incluso el FBI lo consideró inaceptable, pero las autoridades habían cumplido con las formalidades de rigor y la versión oficial sería esa, la que defendería el gobierno de la bestia cínicamente.

Paradójicamente, el crédito por el rapto de Galíndez no le corresponde solamente a Félix Bernardino (ni quizás, sobre todo, al célebre Navajita y al servicio secreto de la bestia). Hay quien opina —como Carlos Piera Ansuátegui— que Jesús de Galíndez fue una ofrenda del imperio a la bestia, un sacrificio. No fue simplemente raptado, sino entregado como quien dice en manos de bestia:

«Jesús Galíndez —dice Carlos Piera Ansuátegui— fue sacrificado en el altar mayor de la guerra fría cuando el peligro comunista sustituyó como fantasma al derrotado nazismo y el Gobierno norteamericano pactó con el régimen de Franco en un elocuente ejercicio de la máxima: “El enemigo de mi enemigo es mi amigo”». (1)

Una opinión parecida e igualmente desoladora sostiene José Luis Barbería:

«A estas alturas parece ya evidente que si Jesús Galíndez fue entregado a los esbirros trujillistas el 12 de marzo de 1956 en el centro de Manhatan no fue sólo para satisfacer la conocida vesania criminal de su jefe, sino también para eliminar a un testigo incómodo, un obstáculo en el espectacular giro estratégico que llevó a Estados Unidos a quebrar su actitud frente al régimen de Franco. En el documental Galíndez, el abogado norteamericano Stuart A. McKeever, viejo investigador del caso, apuntala la teoría de que su desaparición fue una operación urdida por gentes vinculadas a los servicios secretos norteamericanos. Los policías que investigaron el caso y los fiscales que intervinieron en la vista contra los agentes norteamericanos implicados comparten ese juicio». (2)

Tanto la participación de ex miembros del FBI como de la CIA y de agentes corruptos de la Policía de Nueva York en el caso de Jesús de Galíndez es el tema del libro «El rapto de Galíndez», de Stuart A. McKeever.

(Historia criminal del trujillato [166])
Bibliografía:
Robert D. Crassweller, «The life and times of a caribbean dictator».
Notas:
(1) Carlos Piera Ansuátegui, «La trágica historia de Jesús Galíndez». (https://www inclusión Govea/cartaespana/es/noticias/Noticia_0349.htm)
(2) Jose Luis Barbería «Las últimas verdades sobre el agente Galíndez». | Domingo | EL PAÍS (https://elpais.com/diario/2002/09/22/domingo


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