Pedro Conde Sturla
5 enero, 2024
Decía, pues, que con el paso del tiempo (y ni siquiera mucho tiempo), empezamos a ser amigos nada más. Ni siquiera buenos amigos. Más bien amigos irreparables. Mientras tanto, las sospechas y desconfianzas entre nosotros amainaban y arreciaban. Salíamos cada vez con mayor frecuencia pero éramos amigos, sólo amigos. Ella no se cansaba de decirlo. Quizás amigos de ocasión, amigos que se acompañaban, que engañaban su soledad, igual que un pececillo dorado en el reflejo de los vidrios de la pecera.