Pedro Conde Sturla
La Feria de la paz y confraternidad del llamado mundo libre tenía una entrada monumental que daba al malecón y otra más humilde que nacía en la Avenida Independencia, pero las dos eran igual de arrogantes. Parecían pensadas para dar una idea de fuerza, para impresionar y atemorizar a la vez. La más ostentosa, la del malecón, recibía a los visitantes a través de un arco de cemento, tal vez un pretendido arco de triunfo, en forma de arcoíris, con murales a cada lado. Más adelante se levantaba una burda estatua neoclásica que representaba o quería representar los veinticinco años de la gloriosa era y a continuación un enorme globo terráqueo empotrado en una especie de obelisco con las cinco estrellas del generalísimo. Era el símbolo de la Feria (una imitación del Trylon y la Perisfera de la feria de Nueva York de 1939), lo que los dominicanos siempre llamaron la bolita del mundo. El símbolo del espectáculo de pan y circo que representaba la dichosa Feria que con el tiempo se convertiría por justicia divina en símbolo prostibulario.