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12/9/25

Un oficio de difuntos

Pedro Conde Sturla

«El sexo a los noventa es como intentar 
jugar al billar con una soga».
George Burns

A partir de una cierta edad la vida comienza a parecerse cada día más a la muerte, a un oficio de difuntos, aunque no en el sentido que tiene en la novela homónima de Arturo Uslar Pietri. No como un ciclo de oración, no como la bellamente llamada Liturgia de las horas, sino como un quehacer, literalmente, una ocupación, una faena. Eso que César Pavese llamaba «El oficio de vivir», que en este caso es un poco el oficio de morir. A eso me refiero, a una etapa en que la vida —el oficio de estar vivo— empieza a confundirse con la muerte.

6/9/25

Incógnitas y encubrimiento del asesinato de Castillo Armas

Pedro Conde Sturla

El asesinato de Castillo Armas terminó convirtiéndose en una inextricable maraña de intriga, una urdimbre de misterio que cautivó la imaginación y que no fue nunca satisfactoriamente resuelto. Sólo el rapto y desaparición de Galíndez, entre los hechos que se atribuían a la bestia, había causado en la opinión pública un revuelo semejante.
Desde la muerte de Castillo Armas y el supuesto suicidio de Romeo Vásquez Sánchez, su supuesto matador, las cosas se habían ido complicando y se complicarían cada vez más a partir del asesinato de Narciso Escobar Carrillo: un asesinato que permitiría establecer un nexo indirecto con la bestia a través de Johnny Abbes y del mismo Escobar Carrillo. El hecho es que el vehículo en que viajaban los gatilleros que lo mataron estaba a nombre de un tal Carlos Gacel, un cubano. Gacel resultó ser un doble agente: trabajaba para los organismos de seguridad de Guatemala y para el gobierno de la bestia, igual que Narciso Escobar Carrillo. Escobar era un criminal, otro criminal, un hombre buscado en Cuba por haberse involucrado en un complot para matar al presidente Fulgencio Batista. El mismo Escobar que ahora, en Guatemala, había participado en un complot para matar a Castillo Armas.